Las madres de Manu Ginóbili, Esteban Bullrich y Florencia Cayrol comparten recuerdos y anécdotas de sus hijos

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Emilia Frigerio y Violeta Santamarina se conocieron cuando eran chicas, estudiando Comunicación en la Universidad Austral. Ya recibidas se asociaron y comenzaron a realizar podcast para empresas, personas e instituciones, pero hubo un momento en que las dos sintieron la necesidad de apostar a un proyecto propio. “Se nos ocurrió explorar la maternidad de gente conocida porque Violeta tiene una hija tenista, y en el proceso de verla competir, tanto a nivel nacional como internacional, vio madres de todo tipo: algunas muy buenas y contenedoras y otras desastrosas, de esas que les gritan a los hijos y los presionan”, cuenta Emilia.

Ahí apareció la semilla, esas ganas de indagar en las mujeres detrás de los grandes deportistas argentinos, pero también detrás de políticos, científicas, cantantes, empresarios, bailarinas y más. Hicieron una lista de nombres y así, de a poco, las fueran contactando de a una. Las madres, para su sorpresa, aceptaron gustosas la propuesta de hablar de sus hijos. De la mamá de Marcos Galperin a la de Chano Charpentier; de la de Pierpaolo Barbieri a la de Florencia Cayrol; de la de Alexis Mac Allister a la de Paloma Herrera. “Cuando la mamá de Manu Ginóbili nos dijo que sí, se nos abrieron muchas otras puertas”, comparte Emilia.

Así, Madres de nació como un podcast grabado a dos celulares en la intimidad de hoteles, bares y casas. “Cuando vimos que teníamos primicias, pluralidad de voces, y un elenco de madres tan potente, entendimos que había que ir por más”.

El libro de Frigerio y Santamarina se presentó el último miércolesEmilia Frigerio y Violeta Santamarina, creadoras del proyecto que nació como un podcast y dio lugar a un libro

De esa forma, llegaron al universo editorial. “Creíamos mucho en este proyecto. En medio de tanto dolor y guerras, sabíamos que era una propuesta amorosa, de amor y aprendizaje”, comparten las autoras. De ahí al libro, que se presentó el último miércoles, y al podcast de LA NACION, no hubo más que un par de pasos. En este Día de la Madre, entonces, compartimos algunos testimonios de las madres de grandes personajes argentinos.

María, mamá de Esteban Bullrich

Al Esteban niño, de entrada, le costó hablar. El nacimiento de su hermano generó en él un retroceso. María, su mamá, cuenta que pensaron en llevarlo a una fonoaudióloga, pero ella finalmente confió en el proceso natural del chico. Y no se equivocó. De hecho, recuerda, se largó a hablar en el campo, cuando se encontró con todos sus primos mayores. Para ser parte de la banda, había que adaptarse y hablar. “Esteban de niño soñaba con ser muchas cosas. Quería ser piloto de avión y consiguió serlo. Quería estudiar afuera y lo consiguió también. Siempre lo admiré por ser un apasionado de todo. Quería ser político y lo fue”, asegura su madre. “Es tenaz, luchador, siempre va para adelante. Es focalizado. Se pone objetivos y no para hasta conseguirlos”.

–¿Cómo es ser la mamá de Esteban Bullrich?

–Por un lado es muy lindo, pero también es muy triste en este momento, por lo que está viviendo. A la vez, está haciendo una demostración de fortaleza impresionante, y me emociona lo que genera en los demás. La gente se me acerca cuando sabe quien soy y me pide un beso o un abrazo. Hay gente que me mira y se conmueve al verme, solamente por ser su mamá. Cuando supe que tenía ELA sentí que era una gran pérdida. Para su familia, para sus amigos y para el país. Pero bueno, es lo que nos toca. Y además, como dice su mujer, Uke, “siempre puede haber un milagro”.

–¿Cuándo te diste cuenta de que él era un distinto?

–Distinto no. A mí siempre me gustó que mis hijos tuvieran su personalidad bien marcada para poder defenderse en la vida. Creo que es muy importante. Hay otra cosa que siempre les dije: “No te quejes si no te metés”. Y Esteban se metió. Desde chico. De hecho, a sus 16, 17 años, tuvo un entredicho con un político mayor, Chacho Jaroslavsky. No me acuerdo tanto, era en una exposición pegada a la UBA de Derecho. Chacho lo llamó “mequetrefe” y Esteban, días después, le contestó con una carta pública. También recuerdo cuando, en 1983, hicimos una especie de “prode” en familia por las elecciones presidenciales. Lo ganó Esteban, y no tenía más de 15 años. Una muestra más de su olfato político.

Un luchador

Ese Esteban criado en libertad es muy parecido al Esteban actual. Su madre recuerda que “él prestaba mucha atención en el colegio, estudiaba con antelación, se preparaba… Siempre fue un tipo que prestó mucha atención a las cosas que quería, y lo más bello es que las ejecutó. Toda la vida emprendió cosas, lideró, llevó adelante sus ideas, armó equipos, marcó sus puntos. Es muy luchador cuando se propone algo: se pone las anteojeras y avanza. No lo van a tirar abajo. Ni ahora lo tiran abajo. Otro ya se hubiera entregado, pero él hace ya dos años que habla por los ojos. Es durísimo, tiene bajones, pero sigue. Esto, creo, es para demostrarles a sus hijos que en la vida hay que lucharla”, se emociona María.

–¿Qué admirás de tu hijo en la actualidad?

–Su fortaleza. Y su fe. Esteban le deja un gran ejemplo a la sociedad. Es una persona recta, un gran luchador, que hizo mucho por Argentina. Deja un gran modelo de lo que debería ser un político. A una mamá joven le diría que es fundamental enseñarles a los chicos a defenderse solos, que tengan personalidad y puedan llevar adelante la vida, que se vuelve cada vez más complicada. Que no se dejen llevar por la corriente.

Silvia, mamá de Florencia Cayrol

Pasar por un tratamiento oncológico es durísimo. Es un antes y un después en la vida de una persona. Es descubrir un mundo nuevo, muchas veces feo, incómodo, doloroso.Hay una argentina llamada Florencia Cayrol que dedica su vida a la investigación para hacer que los tratamientos oncológicos sean menos invasivos. Esta científica marplatense merece que cada argentino la conozca por su talento, sus hallazgos y el reconocimiento que recibe a nivel internacional. Y ¿qué mejor que hablar con su mamá para entender cómo fue su crianza y qué camino recorrió para llegar tan lejos?

Silvia jamás imaginó que esa bebita que nació en Mar del Plata, a la que bautizó con el nombre de Florencia (inspirándose en una niña a la que le leía cuentos cuando la visitaba en Casa Cuna), sería una reconocida científica a nivel mundial. Florencia, nombrada así también por la flor de los almendros que invade las calles de Mar del Plata cada septiembre, es Doctora de la Universidad de Buenos Aires, Licenciada en Biotecnología, Técnica laboratorista universitaria y Diplomada en Ciencia y Tecnología. En 2022 fue elegida Científica del año por el Women Economic Forum por sus estudios sobre tratamientos oncológicos. Ese fue el primero de muchos reconocimientos a nivel internacional. El último fue hace apenas unos meses: en septiembre de 2024 fue reconocida por la Sociedad Americana de Hematología por sus estudios sobre un cáncer muy agresivo. Florencia, cuenta su mamá, estuvo expuesta a la medicina desde muy chiquita, porque Silvia también es médica.

“Flor era muy inquieta desde chiquita, y fue por eso que ya en el jardín de infantes un profesor me mandó a anotarla en gimnasia artística. Me pareció una genialidad y a ella le gustó de entrada. Lo que no imaginaba en ese momento era que sería tan buena que llegaría a representar a nuestro país en los Juegos Panamericanos. A los siete años ya competía, y así durante toda la primaria. Eso implicó mucho sacrificio. Combinar estudios con entrenamientos de alto rendimiento y torneos internacionales fue agotador”, recuerda esta mamá que la acompañó, la estimuló y también la cuidó. Florencia estudiaba en Mar del Plata, competía los fines de semana en localidades cercanas y además viajaba a Buenos Aires seguido para prepararse en el CeNARD. Su nivel deportivo le exigía entrenamiento profesional. Silvia creía en la gimnasia como diversión, pero el talento y la tenacidad de su hija la llevaron más lejos de lo esperado.

A los 17 años, sin embargo, Flor dejó la gimnasia artística. Le quedaron las medallas, los recuerdos y el orgullo de representar los colores de su bandera. Ahora, era el turno de la ciencia. Tanto para el deporte como para la investigación se necesitan horas y horas de ensayo y error. Y esa tenacidad hace a la personalidad de Florencia. “Si tuviera que definirla con una sola palabra, sería ‘perseverante’. Es muy insistente y tiene la capacidad de mantenerse en una decisión. Es firme y tiene claro lo que quiere”, asegura Silvia.

–¿Cómo llegó Flor al universo científico?

–Tuvo un profesor de biología en el colegio con quien estudió algo de genética y biología molecular; con él entró a un laboratorio por primera vez, y fue quien le despertó la curiosidad. Florencia, de alguna manera, se enamoró del microscopio en esa época. Después, con los estudios universitarios, llegaron temas nuevos: biotecnología, endocrinología, oncología.

–¿Fuiste una mamá exigente?

–Sí, muy. Especialmente con el estudio. A veces me gustaría haber sido menos exigente, pero creo que puede haber contribuido a esa tenacidad que tanto define a Flor. De todas formas, esa exigencia no me hizo menos cálida. Mi objetivo era que mis hijos sintieran que siempre podían charlar conmigo de lo que sea, abiertamente. Y por suerte lo logramos.

–¿Qué le deja tu hija al mundo?

–Ella es un ejemplo de esfuerzo y tenacidad. Y en cuanto a su investigación, deja conceptos que a la larga van a ayudar a muchos pacientes con cáncer a pasarla un poquito menos peor. Su idea de mejorar estos tratamientos para las patologías oncológicas es, en definitiva, transformar la calidad de vida de muchos. Eso emociona. Y lo bello de esto es que es un trabajo en red que no termina jamás. Flor desarrolla su investigación a la par de otros científicos en el mundo. Y si hay algo que ella deja inconcluso, otro puede continuarlo en el futuro. No tiene fin.

Raquel, mamá de Manu Ginóbili

Emilia y Violeta con Raquel, que las recibió en su casa de Bahía Blanca

¿Cómo llegar a la mamá de un deportista de fama mundial que casi no ha hablado en público? Manu Ginóbili, orgullo nacional indiscutido. Argentino que conquistó el mundo. Un chico del interior de la provincia de Buenos Aires que jugó al básquet como sus hermanos mayores y pasó a la historia como referente de ese deporte en su país y en el planeta. Fue cuatro veces campeón de la NBA; en varias oportunidades, elegido para el Juego de las Estrellas. En el final de su carrera, no solo se retiró él… también retiraron su camiseta de los Spurs. Raquel, su mamá, casi no lo vio jugar. Le daba nervios que se lastimara. Prefería quedarse en casa, hacer sus cosas y recién enterarse del resultado de un partido por el modo en que sus varones giraban la llave de entrada al regresar. Y las risas… o los silencios.

Nos recibe en su casa, sobre una calle céntrica pero arbolada y silenciosa. La misma donde se criaron Leandro, Sepo y Manu. La misma donde cumplió 50 años de casada con Jorge, para todos “Yuyo”, gran referente del básquet nacional. Escucharla es descubrir a una madre práctica, a quien ni las luces ni los premios obnubilaron jamás. Se ríe al confesar cuán equivocada estaba: “Yo le decía a Manu que dejara el básquet y estudiara para ser contador”.

Manu es su tercer hijo varón. “Lo llamé Emanuel David porque, estando embarazada, leía la Biblia. Me encantó el nombre. Mi marido no quería, pero bueno, las mujeres siempre ganamos. David es por su abuelo”.

Avanzada la charla, confesó una primicia: Manu ahora se llama oficialmente Manu. Cuenta Raquel que hace cinco años la llamó un día por teléfono y le dijo: “Mamá, me cambié el nombre; de ahora en más Emanuel pasó a la historia, soy Manu para todo”. “Es Manu Ginóbili”, agrega su mamá. “Allá debe ser posible hacer esas cosas”. Lo dice en referencia a San Antonio, Texas, la residencia actual del deportista.

Manu Ginóbili con sus padres

–¿En algún momento te diste cuenta de que Emanuel David era único?

–No. Pero sí era un chico muy responsable con sus cosas, con la escuela, con sus amigos. Jugaba al ajedrez, algo que lo diferenciaba del resto, y le molestaba que los otros no supieran jugar. Pero no, no era tan diferente.

–¿Cuándo pasaste de ser Raquel a ser “la mamá de”?

–Cuando viajó a Italia y empezó a crecer… y cuando se mudó a Estados Unidos, claro. Yo estaba enojada. Cuando había un cambio yo siempre protestaba, porque yo no cambio nunca. “¿Te parece, hijo, cambiar cuando en Italia ya te quieren tanto? En Estados Unidos capaz te dejan en el banco”, le decía. “Y vos no estás acostumbrado a no jugar”. Una pesada.

Primeras señales

“El tren pasa solamente una vez”, fue la frase de Yuyo años antes, cuando un técnico e íntimo amigo de la familia le anunció a Raquel su idea de llevar a Manu a jugar a La Rioja, lo que implicaba interrumpir sus estudios secundarios. Así fue que partió y comenzó, para el pesar de su madre, su meteórica carrera como basquetbolista profesional. Raquel comenzó a comprender que quizá Manu no sería contador, como ella soñaba. “Lo llevamos. Más de 600 kilómetros en auto. Le fui hablando y criticando el lugar, como para convencerlo de que mudarse era un error. ‘Mirá que feo, no hay árboles, no hay pájaros. ¿Estás seguro de venirte a La Rioja?’ Él no hablaba; su decisión estaba tomada. El básquet me terminó de quitar al único hijo que quedaba en casa”, concluye.

–Raquel, ¿ni siquiera lo viste en los Juegos Olímpicos?

–Ni siquiera. Qué pavota, hoy me arrepiento.

–¿Manu pequeño se parece al crack de fama mundial?

–Tras su retiro está, diría, más sedado. Anda en bici, juega al pádel y al tenis, tiene tiempo para sus hijos y su mujer, cuida a sus animales, tiene gallinas y perros. Se va de vacaciones, hace cosas que antes no podía hacer. Hoy disfruta mucho la vida; antes recorría el mundo, pero se quedaba adentro del hotel.

–¿Y cómo fue cuando pegó el famoso “estirón”?

–A nosotros no nos preocupaba; a Manu, sí. Lo llevamos al pediatra, le midieron las muñecas. “Va a medir 1,85″, dijo el médico. “¡Qué poco!“, respondió Yuyo. Claramente, el doctor, que medía 1,60, no entendía nada. Manu llegó a medir 1,98 porque de chico estiraba los brazos para encestar. Y vaya que llegó alto.

–Con la celeste y blanca, en una final de los Spurs o en un Partido de las Estrellas, ¿tomabas dimensión de dónde estaba tu hijo?

–No, yo no. Si te ponés a pensar, después decís “ay, este chico”, pero en ese momento, no. Mi marido igual. Una vez que se retiró del básquet, Yuyo comenzó a ver videos y ahí dimensionó el alcance de nuestro hijo menor. Mirando para atrás, creo que fui un poco tonta; esas cosas hay que disfrutarlas, se dan una vez, pero me perdí muchos partidos. Después, claro, leía los diarios o veía resúmenes por TV, pero debería haber estado en la cancha.

–¿Qué admirás de Manu en la actualidad?

–Casi todo. Cómo se lleva con los hijos, cómo los maneja y educa, lo buen marido que es. Está siempre pensando en la familia, en sus suegros y en mí. También en sus amigos y hermanos. Con sus compañeros del secundario viajan juntos una vez al año. Con los chicos de la selección argentina también se reúne.

–Como la mamá de Manu Ginóbili, ¿qué les decís a las mamás jóvenes de hoy?

–A mí lo que me preocupa de los padres que veo es que quieren que los hijos trasciendan, pero no por ellos, sino para que hagan lo que esos padres no pudieron hacer. Hay un fanatismo desmedido. Mi marido jamás les gritó a los chicos en la cancha, jamás. Después, en casa, les marcaba los errores, pero nunca se puso en contra de un técnico. Esos padres que exigen en la cancha no son conscientes del daño que ejercen en los chicos. Es malísimo, los presionan demasiado.

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