“Si te dijeron que ser madre era fácil, te mintieron”, le dijo por lo bajo Ana María Fipaldi, de 78 años a su hija Laura, de 47, después de que ella tuviera una discusión con su hija adolescente de 15, sobre por qué no podía ir a lo de su amiga, de ahí a una fiesta de egresados de unos amigos de amigos, para aterrizar al día siguiente directo en el colegio. “Van todas, voy a ser la única que no va”, le dijo la chica. Cuando desapareció, Ana María, la abuela le dijo esa frase. Y Laura replicó: “nadie me dijo que era fácil. Lo que no me dijeron es que era tan difícil”.
“Siento que cada vez es más compleja la tarea de las madres. Ellos viven en el planeta de la inmediatez, lo que quieren lo quieren ya. Su velocidad es otra. Nosotros crecimos en otra época, donde para ver un capítulo nuevo de la serie que nos gustaba había que esperar una semana. Ellos, no saben directamente esperar”, cuenta Laura.
No es sencilla la tarea de aquellas mujeres que hoy son las madres de la llamada generación ansiosa, término acuñado por el psicólogo norteamericano Jonathan Haidt, para referirse a aquellos que crecieron en un mundo mediado por la tecnología y las redes sociales, donde los trastornos de ansiedad, la inmediatez, el miedo a la exposición y la falta de autonomía son ya un síntoma de época. El sello de una generación.
¿Cómo lidiar con esta realidad, cómo acompañar a crecer, estar presentes, poner esos límites que se necesitan ahora, que quizás sean distintos a aquellos con los que crecieron? Cómo cuidar la salud mental de las madres que acompañan a adolescentes con trastorno de ansiedad y que viven al borde de un ataque de nervios temiendo una nueva recaída. Cómo son esas pequeñas acciones cotidianas que colaboran tanto a bajar los niveles de ansiedad familiar. Algunos de estos dilemas son los que se debaten las madres que hoy festejan su día.
Carolina Von Hartenstein tiene 46 años, es consultora independiente y madre de Anita de 11 años e Inés, de 9. “Realmente esta es una generación muy ansiosa. Y todo colabora o alienta a incrementar esa ansiedad. Como padres tenemos que estar muy atentos, porque si andamos distraídos, las consecuencias están ahí”, cuenta.
“Una al menos lo intenta, yo trato de enseñarles algunas de las cosas que eran valores en nuestra generación, pero no es sencillo. Por ejemplo, a principio de año les propongo que elijan una actividad de deporte o artística y les pido que lo sostengan todo el año. Parece sencillo, pero no lo es. Esta es una generación que se cansa en los procesos, que se frustran, que quieren todo inmediato. Por ejemplo, Anita empezó guitarra, la ilusión era tocar una canción. Pero hay que explicarle que no es cuestión de un tutorial. Que hay que aprender las notas, después las partituras, y que después de un proceso en el que se va a frustrar, solo si persevera, le va a salir. Lo mismo con Inés que está haciendo comedia musical. Por ahí te dice ‘no quiero ir más’ O no me gusta tal cosa’. Hay que hacerle entender que hay un compromiso con el grupo, con el docente. Por eso les exijo que lo que empezaron este año, lo terminen. Si quieren cambiar, hay que esperar al año siguiente, y elegir bien porque esa decisión la van a tener que sostener”, dice Carolina, que es escribió un libro, Mis 5 kilómetros, con la historia de cómo a pesar de tener asma, logró entrenándose muy de a poco, correr una maraton.
“Aprender a dimensionar”
No es sencillo. Esa decisión puede significar tener que ir a las actividades con una hija en modo negativo. “Pero aprenden a dimensionar y a tomar decisiones, a sostener. Creo que esas son cosas importantes que les tenemos que enseñar. Además, ayudarlos a hacer cosas que les gustan, pero que a veces pierden atractivo frente a la tecnología”, agrega.
Juana Poulisis es psiquiatra especializada en trastornos alimentarios. “Es un rol muy difícil el que nos toca a las madres, entre todos los roles difíciles que nos tocan en esta época a las mujeres”, dice. “Y son cosas que se nos meten e instalan en nuestras casas sin que nos demos cuenta. No importa toda la psicoeducación que tengamos. El reinado de la inmediatez, del culto a la dopamina está muy instalado y como padres tenemos que ser muy activos. Tenemos que enseñarles a nuestros hijos la autorregulación emocional. Y para eso, primero la tenemos que aprender nosotros. Aprender a esperar. Decidir activamente bajar el celular y mirar a los ojos, ofrecer a nuestros hijos la oportunidad de compartir tiempo fuera de pantallas juntos, salir a caminar, tener esas charlas que no surgen cuando tenemos el celu en la mano”, dice Poulisis.
“Creo que como adultos estamos en una etapa en la que culpamos de todo al celular y a las redes, pero también es cierto que estamos viviendo una era de madres y padres ausentes. Nuestro hijo o hija necesita que estemos, físicamente, que lo miremos. Que lo vayamos a buscar, que sepamos con quien está. Tenemos que recuperar la capacidad de poner límites. Hay una palabra que no existe en español, pero que sería algo así como autoritativo, que no es autoritario, sino que sabe poner límites con asertividad”, explica.
“Elecciones como padres”
Sol García es madre de Beltrán, de 9 años y de Felipa, de 5. Cuando Beltrán tenía dos años, un día, en la plaza de Vicente López, se miraron con su marido y dijeron que no era la vida que querían. “Tener que venir a la plaza para gastar energía, había algo que no nos gustaba. Decidimos mudarnos al interior de país. Compramos un terreno en América, el pueblo en el que me crié y cuando llegó la pandemia, nos mudamos a la mitad del campo. Nos cambió la vida”, cuenta. “Allá los chicos crecen distinto, gastan la energía haciendo deporte, todos hacen dos o tres, van a todos lados en bicicleta, se juntan con amigos, es otra vida”, dice.
“A veces veo que se pone mucho el foco en la tecnología, pero hay que pensar en las elecciones que hacemos como padres. No toda es mala de por sí, el problema es usarla como un chupete. En cambio, yo creo que tenemos que enseñarles a hacer cosas útiles, que les abran la mente, y entender que ellos se mueven en un mundo de tecnología y que necesitan tener conciencia de dónde se mueven y cómo necesitan desconectar. Por ejemplo, en el colegio al que van, donde yo colaboro en la fundación, tienen mucha tecnología, les enseñan a programar, y así aprenden mucha lógica. Pero eso no significa que tengamos hijos pegados al celular o la Tablet. Todo lo contrario. Creo que también el estilo de vida de la ciudad genera mucha ansiedad. Cuando mis hijos vienen a Buenos Aires, tengo que llevarlos dos horas a esos locales de saltarines. Porque les sobra energía y necesitan descargar”, cuenta Sol.
Agustina Calata es psicóloga y madre de tres hijas, Maia, de 14, India de 9 y Kala de 4. Aunque siempre ella y su marido pensaron en postergar lo más posible la llegada de la tecnología a la vida de sus hijos, justo después de que terminó la pandemia se mudaron y el cambio de colegio y el comienzo de la secundaria de la hija mayor los hizo replantear la posibilidad del celular. Y para las más chicas decidieron que tablets no, ni siquiera para los viajes en auto.
“Cuando habilitás ese mundo no hay vuelta atrás”. Sin embargo, aunque le dieron un celular a la hija mayor, en el contexto del comienzo de la secundaria, consideraron que todavía no querían habilitarle completamente el mundo digital. Le dieron uno, pero no con redes sociales. Aunque sea difícil sostener esa decisión frente a la presión social, están convencidos de que es lo mejor para ella por el momento.
“Tratamos de explicarle, y en ocasiones vuelve el planteo de por qué yo no tengo, a veces con angustia. Uno como padre se debate entre si estás haciendo bien o si lo estás dejando afuera de cosas importantes. Pero, por eso, es fundamental hablar mucho y explicar nuestras decisiones. Aunque no puedan ver ahora que es una forma de cuidado, con el tiempo lo van a entender. Cuando uno se preocupa por evitar en ellos la ansiedad tiene que saber que también uno tiene que hacer cambios. Por ejemplo, hace un tiempo decidimos que hicieran solo una actividad extraescolar cada una. Y que la mayoría de los días volviéramos todos a casa después del colegio y compartiéramos tiempo juntos. Cuando una se convierte en esa mamá que está todo el día arriba del auto, llevando y trayendo también está fomentando un estado ansiogénico, que después se transmite al resto de los miembros de la familia. Una puede elegir correrse de ese lugar en el que una misma se coloca”, explica Agustina.
Anabella S. es abogada y madre de Ezequiel, de 17, y de Santiago, de 15. Cuando nació Ezequiel, que fue prematuro, los primeros tiempos fueron de mucha intensidad, entre las terapias y los espacios para descargar energía, para lo que los médicos le decían que era hipermovilidad. Anabella cuenta que la plaza se convirtió en uno de los escenarios más frecuentes de su familia, allí donde compartía con otros chicos y descargaba energía. Y después, fue el deporte el gran aliado. “Cuando uno elige ese camino, hay que estar y acompañar. Es un compromiso que uno asume como madre y padre. Obvio que es más sencillo darles el teléfono o la tablet, pero como adultos los tenemos que sacar de ese lugar y también bajar nosotros mismos el celular”, cuenta.
A medida que sus hijos crecieron, los desafíos fueron cambiando. Acompañar en la escolaridad y en las relaciones con los pares dentro del colegio es uno de ellos. “Cuando era chico, una médica me dijo, tu hijo nunca va a ser CEO. Yo le dije, mi hijo va a ser lo que él quiera ser. Y muchas veces en el colegio te encontrás con planteos similares, tanto de docentes como de compañeros, mensajes limitantes sobre lo que pueden o no hacer. Eso genera mucha angustia, la negatividad de los otros puede ser muy toxica. Y como padres nos toca acompañar e intervenir en el efecto de esos mensajes. Y también es importante que cuando no sabemos cómo ayudarlos, pidamos ayuda a un profesional. Nos pasó hace poco de una situación muy angustiante que vivió Ezequiel y como padres tuvimos que reconocer que no teníamos todas las respuestas y que teníamos que ayudarlo a buscar la suya, de la mano de un profesional. E incluso, nosotros mismos, buscar ayuda cuando la necesitamos”, cuenta.
Alejandro Schujman es psicólogo y da charlas en colegios en las que aborda temas como vínculos, adolescencia, adicciones, entre otros. “La vida cambió mucho en pocos años. Pero lo que no cambió es lo que necesitan los adolescentes de sus padres. Sin embargo, el cambio se registra en lo que los adultos creemos que ellos necesitan y lo que dejamos en manos de otros”, cuenta.
“La generación ansiosa es el resultado de una parálisis del mundo adulto, como si la infancia hubiera cambiado realmente. Hay un hipopótamo en el subibaja, del otro lado hormiguitas, que somos los padres luchando con esto que les pasa a nuestros hijos. Que somos millones, y no nos damos cuenta que si todos juntos hacemos fuerza, el hipopótamos vuela por el aire. Pero no está sucediendo. ¿Cómo salimos de esta situación? Perdiendo el miedo y recuperando el sentido común. El miedo a que nuestros hijos se queden afuera, a que sufran, a traumarlo, a equivocarnos, a que si ya tuvieron un trastorno de salud mental vuelvan a tener una recaída. Entonces no ponemos límites”, dice Schujman.
Y agrega: “Los chicos no son nativos digitales, ese concepto es un invento. La tecnología entra en la vida de los chicos a través de los padres. Cuando me preguntan cuál es la nueva tragedia de esta sociedad, digo sin dudas, la soledad de los chicos y la pérdida del sentido común de los padres. Tenemos que recuperar ese sentido, sin temor a equivocarnos”.
Juana Poulisis agrega: “Una madre o un padre ansioso va a generar un hijo ansioso. No puedo trabajar con la ansiedad de mi hijo si no trabajo con la mía. Si no tengo paciencia de esperar que mi hijo termine una tarea o se equivoque, o yo mismo no tengo paciencia de esperar en la fila del banco, en el tránsito, lo estoy modelando en cómo regular la ansiedad. Tenemos que trabajar la paciencia y la presencia. Cuando somos madre de chicos chicos, en vez de darle el celular, es mejor un programa de tele, donde tienen que esperar la publicidad o no pueden adelantar. Y cuando son más grandes, trabajemos en enseñarles a esperar, cuando nos llaman y nos piden que sea todo ya, contéstame, tengo hambre, ya ya. Podemos decirles a ver, espera un poquito, alarguemos los tiempos de espera. Los juegos de mesa en familia ayudan a aprender a esperar el turno, a seguir reglas a respetar y a saber perder y ganar».
“Cuando tenemos miedo de que por poner límites nuestros hijos se van a quedar afuera, a veces los estamos dejando fuera de ciertos grupos que quizás no son los mejores para ellos, por ejemplo donde tomen alcohol a edades tempranas, o donde están los cancheros, o los que maltratan a otros. También es una forma de protegerlos. A veces las mamás muy autoexigentes, aquellas que tuvieron un gran rendimiento académico o profesional, es importante que intenten que los chicos sientan esa aceptación de los padres no ligado al desempeño sino a lo que son, a sus valores. Y que sientan que su casa es su tribu. Que está bien tener tribus afuera, pero que ese es su lugar de pertenencia”, apunta Poulisis.