El que a hierro mata, a hierro muere. La frase podría aplicarse a una situación paradójica que involucra a la Argentina. El país, que tiene un largo registro de incumplimiento en el pago de sus deudas, tiene acreencias millonarias con un grupo de naciones que le deben plata desde hace años y cuyo cobro permitiría hacer frente a la escasez de dólares.
Esos montos, además, siguen en aumento, de acuerdo con la actualización que hace periódicamente el Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE), en cuyos asientos contables están registradas tras una capitalización en 2011 y revisó LA NACION de documentos oficiales. Suman más de US$3000 millones.
Cuba es el principal deudor de la Argentina. Se empezó a crear el 24 de agosto de 1973, en la presidencia de Raúl Lastiri, aunque por una gestión de su antecesor, Héctor J. Cámpora, alfil de Juan Domingo Perón. Su ministro de Economía, José Ber Gelbard, le había recomendado darle a la nación caribeña una línea de crédito de US$600 millones para financiar la venta de tractores, maquinaria agrícola, camiones y vehículos. La intención era exportar Fiat 125, Renault 12, Ford Falcon, Ami 8 y Peugeot 404. Fidel Castro era su presidente en aquel momento.
La deuda registrada de Cuba con la Argentina es de US$1278,75 millones. Pero a ese monto hay que agregarle los intereses. Hasta agosto de este año, eran de US$1722,06 millones, es decir, más que el capital. Esta última cifra, además, está en aumento: entre marzo del año pasado y el último dato disponible de 2025, trepó exactamente US$113,28 millones.
Hay otros dos países que le deben a la Argentina por motivos similares, pero los montos son sustancialmente menores. Se trata de la República Cooperativa de Guyana y de la República Centroafricana. En el primer caso, se le prestaron originalmente US$4,51 millones. Con intereses devengados y compensatorios, alcanza hoy los US$17,81 millones.
El caso de la República Centroafricana es más complejo. La deuda total es de US$43,12 millones, según los últimos registros oficiales. Ese monto está alcanzado por la iniciativa de los procesos de negociación de acreedores nucleados en el Club de París, en el tratamiento de deudas de los países pobres altamente endeudados (HIPC). Es un programa que permite el alivio de los pasivos a través de aplazamientos, condonaciones y reducciones de las obligaciones del servicio de la deuda.
Desde la vuelta de la democracia hasta ahora, casi todos los gobiernos intentaron de alguna manera recuperar el dinero que Cuba le debe a la Argentina. Ninguno, sin embargo, tuvo el éxito que esperaba.
Lo intentaron Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Néstor Kirchner y Mauricio Macri. Sus enviados reforzaron una conclusión que llevaban por anticipado: es muy difícil sacarle un dólar a una nación comunista.
El intento de Alberto Fernández, también infructífero, tuvo una vuelta casi narrativa. Felipe Solá (su primer canciller), quien empezó a caminar en política de la mano de la Juventud Peronista y formó parte del gobierno de Cámpora, hizo gestiones para cobrarle a Cuba la deuda generada cuando él arrancaba en la política.
En enero de 2020, Solá aprovechó la cumbre de la Celac en México para recordarle el problema a Bruno Rodríguez Parrilla, su par cubano.
Paradójicamente, quizás nadie hizo tanto como Néstor Kirchner por recuperar el dinero, pese a la afinidad ideológica con el régimen. Recién llegado al poder, le encargó a su canciller, Rafael Bielsa, que viajara a La Habana para iniciar las gestiones de cobranza. Bielsa aterrizó en la isla en octubre de 2003 y tuvo un diálogo sobre el tema con Fidel Castro.
Dos días después, el canciller estaba negociando con Francisco Soberón, presidente del Banco Central de Cuba.
El canciller llevó una propuesta acordada con el ministro de Economía, Roberto Lavagna, que contemplaba aceptar tecnología para medicamentos y tratamientos de discapacidades, así como licitar en el mercado argentino bonos de deuda cubana que les permitieran a sus tenedores participar del turismo en el Caribe.
Esta última era una idea del subsecretario de Asuntos Latinoamericanos, Eduardo Sguiglia, que además era economista. Bielsa intentó cobrar la deuda hasta el final de su gestión.
Carlos Menem también le dedicó tiempo al tema. Entre enero y agosto de 1995, la Argentina mandó a La Habana varias misiones para avanzar en la conciliación. El trabajo concluyó el 25 de agosto de ese año: la deuda era de US$1278 millones. Ese es el número que aún figura hoy en los registros oficiales. A la cifra anterior se le aplicó la tasa Libor —de referencia en el mercado mayorista británico— más 1,5 puntos porcentuales.
Mauricio Macri le encargó la gestión a su jefe de Gabinete, Marcos Peña. Pero cuando iba a viajar para conversar el tema, un huracán afectó a Cuba y debió suspender el viaje.
El único que tuvo algo de suerte fue Alfonsín: el gobierno de la isla hizo pagos por US$102 millones en 1988 y por US$98,6 millones al año siguiente, cuando la Argentina ya estaba en hiperinflación.
Una revisión pormenorizada de los archivos del Banco Central muestra cómo se gestó el plan exportador que comenzó durante el gobierno de Héctor Cámpora, continuó bajo la dictadura y se extendió hasta la presidencia de Raúl Alfonsín.
Para noviembre de 1985 existían al menos 13 convenios financieros firmados entre la entidad monetaria argentina y otros países, como China, El Salvador, Guatemala, Guinea, Guyana, Honduras, Nicaragua, Panamá, Perú, República Dominicana y Senegal. Todos representaban montos mucho menores al préstamo otorgado a Cuba.
Medio siglo después, hay tres de esos créditos que permanecen como reliquias contables en los balances del BICE. Ningún gobierno se animó a darlos por perdidos, pero tampoco logró cobrarlos. Son la otra cara del espejo de la Argentina: la de un país que alguna vez prestó, y que ahora cruza los dedos para que le presten.