Todos sabemos que hay determinadas cosas que nos hacen bien, y otras que nos hacen mal. Todos sabemos que el ejercicio físico es fundamental para nuestra salud y que fumar o beber en exceso son hábitos que deberíamos evitar.
Sin embargo, cuando se trata de conductas humanas, saber no es poder. Saber no alcanza. Aun teniendo claro lo que nos conviene, no resulta fácil incorporar hábitos saludables ni desterrar aquellos que sabemos que nos perjudican.
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Lo anterior, nos da una pista de algo que las neurociencias vienen mostrando hace tiempo: no todas decisiones son racionales ni del todo conscientes. Si lo fueran, nadie fumaría y todos haríamos suficiente ejercicio.
Cómo funciona el cerebro
En el cerebro, saber no es poder. Entre el saber y el hacer intervienen muchos procesos que no son siempre accesibles a nuestra conciencia y que impactan en nuestras decisiones, más allá de la razón.
Pero entonces, ¿La ciencia dice que aunque queramos no es posible cambiar? No, todo lo contrario. Las neurociencias nos muestran que el cerebro está naturalmente preparado para cambiar. Esto ocurre gracias a un fenómeno llamando “neuroplasticidad”, que explica cómo la experiencia modifica las conexiones cerebrales, dando lugar a nuevos aprendizajes y conductas.
Cómo activar ese fenómeno es una de las experiencias que podrás disfrutar en el Bienestar Fest, que se realizará los próximos 1 y 2 de noviembre en el Hipódromo de Palermo. Roca mostrará, a través de ejemplos concretos, cómo favorecer el cambio y la neuroplasticidad, ayudándonos a dar este primer paso en la búsqueda de nuestro bienestar.
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Pero, si nuestro cerebro está preparado para cambiar ¿por qué cambiar un hábito nos cuesta tanto?
El punto es que el cerebro no tiene recursos ilimitados. Por el contrario, para cumplir con todas sus funciones, necesita administrarlos de manera eficiente y ahorrar la mayor cantidad posible. Los viejos hábitos –buenos o malos– se ejecutan fácilmente, casi sin esfuerzo. En cambio, evitar un mal hábito o intentar generar uno nuevo demanda tiempo, energía y atención. Por eso el cerebro se resiste inicialmente a cambiar: su “instinto” natural es ahorrar recursos y mantener las cosas tal como están.
Y ¿cómo se manifiesta esa resistencia? Puede aparecer como miedo, irritabilidad o distrés al momento de cambiar. Por eso, elegir bien nuestras batallas, avanzar de a una a la vez y reconocer tanto esa resistencia como los factores que pueden ayudarnos a superarla, son pasos fundamentales en el proceso.