A pesar de que ya había arrancado la primavera en Boston, el 19 de abril de 1967 fue una mañana llamativamente fría. Pero ese día nadie se quejó del clima porque la emoción y la adrenalina se sentían en todas las calles: en Hopkinton, a solo 40 kilómetros de la ciudad, se agitaba una multitud para celebrar a los corredores que estaban a punto de iniciar el recorrido de la icónica maratón de Boston.
Entre todos los asistentes hombres, una figura debería llamar la atención, aunque todavía nadie la notó: se trata de una joven de tan solo 20 años, envuelta en un buzo gris y con el número 261 colgado en el pecho. Ella todavía no lo sabía, pero su acto de rebeldía al statu quo marcaría uno de esos eventos que dejan una huella imborrable en la historia del mundo.
La foto que gritó más fuerte que mil palabras
La joven de 20 años se llama Kathrine Switzer y no llegó a la largada ni por error ni poco preparada. De hecho, entrenó durante meses junto a su coach Arnie Briggs, quien más tarde confesó que cuando empezaron a trabajar juntos dudó de que pudiera aguantar los 42 kilómetros pero, después de verla en la prueba de fondo, aceptó acompañarla.
Debido a la regla que prohibía a las mujeres correr la maratón de Boston, Kathrine se inspiró en la costumbre de muchas autoras que, para ocultar su verdadera identidad, utilizaban solo sus iniciales. Así que se inscribió en la carrera como K.V. Switzer, sin levantar las sospechas de los organizadores.
Ocultando el hecho de que era mujer hasta último momento, cuando sonó el disparo de largada, Kathrine empezó a correr como uno más del grupo y, si bien se encontraba nerviosa y con algo de miedo, su humor fue alivianándose a medida que avanzaba en los kilómetros.
“Devolvé ese número”
Claro que esto cambió al llegar al kilómetro seis cuando Jock Semple, uno de los organizadores del evento deportivo, le empezó a gritar: “¡Salí de mi carrera y devolvé ese número!”, mientras la agarraba del brazo y la empujaba para sacarla del camino. Pero ella luchó por continuar con la maratón y fue Tom Miller, su pareja de ese entonces, quien la ayudó a seguir al empujar con fuerza al agresor y liberarla. Aunque, como claramente se ve en la foto, no fue el único sino que otros corredores también fueron a ayudarla y la rodearon para que pudiese correr segura.
Mientras que la escena duró tan solo unos segundos, la secuencia quedó retratada para la eternidad gracias al atento fotógrafo Paul Connell, de Associated Press, quien supo ver qué era lo que estaba pasando y rápidamente presionó el botón de su cámara para inmortalizar una de las fotografías que más tarde se convertiría en uno de los símbolos más fuertes de la lucha por los derechos igualitarios.
Prejuicios y falta de información real: por qué las mujeres no podían correr
Para comprender el impacto de este valiente acto de Switzer es fundamental viajar en el tiempo a la década del 60 cuando el mundo del deporte era abrumadoramente masculino. En esos años las maratones —en especial la de Boston— estaban rodeadas de mitos, prejuicios y normas implícitas que funcionaban como barreras invisibles. Sin ningún tipo de pruebas científicas reales, se repetía que las mujeres no estaban física ni emocionalmente preparadas para soportar el esfuerzo extremo de una carrera de 42 kilómetros. Tal era la desinformación que algunos creían que, de exponerse a semejante ejercicio físico, las mujeres podían sufrir prolapsos uterinos, problemas cardíacos o daños irreversibles en su aparato reproductor.
Mitos e ideas infundadas que respondían a una mirada machista que, además, sostenía que este tipo de actividad volvería a las mujeres “demasiado masculinas” y, en consecuencia, desfiguraría sus cuerpos o las haría poco atractivas. Frente a estas teorías poco serias, el mundo del atletismo simplemente decidió cerrar las puertas y, por años, solo habilitó que las mujeres sean porristas, espectadoras o correr breves distancias en competencias escolares, pero jamás participar oficialmente en una maratón.
Mientras que ya existía un antecedente de una mujer corriendo la maratón de Boston (cinco años antes, en 1966, Roberta “Bobbi” Gibb se había escondido entre los arbustos cerca de la largada, vestida con ropa de su hermano, y completó la carrera sin número ni reconocimiento) la gran diferencia con Kathrine fue que ella sí tenía un número (el 261), estaba inscripta con nombre en la lista oficial de participantes, y por lo tanto, su presencia resultaba innegable e imposible de ignorar.
Para sorpresa de muchos el escándalo mediático en vez de abrir las puertas las cerró aún más y la Amateur Athletic Union (AAU), entidad que regulaba las competencias en Estados Unidos, decidió modificar sus normas para dejar expresamente prohibida la participación de mujeres en carreras mixtas de larga distancia. Una actitud que le dio continuidad al escándalo ya que, después de que la foto de Kathrine recorriera el mundo, medios, deportistas y activistas de los derechos de las mujeres elevaron su voz para poner en cuestión las restricciones. Tomando ahora entidad política, fue la propia K.V. Switzer quien aprovechó la nueva fama ganada para denunciar la discriminación y empujar reformas.
Descalificada en la maratón, consagrada en la lucha
Kathrine Switzer terminó la maratón en poco más de cuatro horas y si bien había sido descalificada porque la organización consideró que había ingresado de forma fraudulenta, todo el escándalo le sirvió para su verdadero objetivo: en los años siguientes fundó el programa “261 Fearless” a través del cual buscó inspirar y motivar a las mujeres por medio del running.
Después de siete años de incansable lucha, la edición de 1972 fue la primera en la que se permitió la inscripción femenina y, en 1984, fue la primera vez que un grupo de mujeres pudo correr una maratón olímpica. Pero la historia no termina ahí ya que en 2017, exactamente 50 años después de aquel primer intento, Kathrine volvió a correr la maratón de Boston: con 70 años, volvió a lucir su icónico número 261.
261, el número sagrado en el running
Ícono del feminismo, sin lugar a dudas, con el paso de los años la imagen tomada por Paul Connell fue resignificada: lo que en su momento fue una escena de violencia e injusticia, hoy es un símbolo de resistencia.
El número 261, que una vez intentaron arrancarle del pecho, se transformó en un emblema dentro del mundo del running. Muchos corredores lo consideran sagrado y, en reconocimiento a su significado, fue retirado oficialmente de las maratones de Boston en homenaje al coraje y al legado de Switzer.
Hoy, a sus 78 años, Kathrine sigue corriendo seis días a la semana, practica intervalos, salidas largas y comparte consejos sobre cómo mantenerse en forma a cualquier edad. Así que, lejos de haberse retirado, continúa siendo una inspiración activa: no solo como pionera histórica, sino también como un ejemplo vivo de empoderamiento y resistencia a través del running.
