Épica y catarsis colectiva, cómo Imagine Dragons cautivó una vez más al público argentino

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Desde sus inicios, Imagine Dragons construyó su identidad sobre una tensión constante: la de combinar la potencia y masividad del pop de estadios con la búsqueda interior y la vulnerabilidad emocional de su líder, Dan Reynolds. Una dualidad que parece haber alcanzado una nueva síntesis con Loom, su último álbum lanzado en 2024, que puso a la banda una vez más en el ruedo de una gira mundial. El jueves por la noche, en su quinta visita a Buenos Aires, esa fórmula volvió a desplegarse ante miles de fanáticos de todas las edades que convirtieron el Hipódromo de San Isidro en un eco de esa mezcla: celebración y catarsis colectiva a lo largo de casi dos horas de show.

Fire in these Hills” fue la elegida para dar inicio a la noche con una energía arrolladora y el frontman envuelto en una bandera argentina, encendiendo a la audiencia desde el principio y estallando en arengas constantes. La intensidad solo fue en aumento con la electricidad enérgica de “Thunder”, “Bones” y “Shots”, transformando la escena en una tempestad de luces, explosiones de humo y pantallas gigantes variando paisajes, colores y matices. “Whatever It Takes selló el primer tramo del show con una entrega única.

Imagine Dragons y el casi infaltable homenaje al público argentino durante el show

En la emotiva balada “Next to me” la adrenalina se detuvo por un rato para dar lugar a un breve segmento acústico, en el que todo el grupo se ubicó sobre la pasarela para estar en un plano más íntimo y cercano con el público. “¿Pueden creer que venimos haciendo esto hace unos 15? ¿18? ¿20 años?”, deslizó algo dudoso Reynolds, intercalando una mezcla entre inglés y español con la que jugó a lo largo de todo el show, y celebrando a sus compañeros de banda Wayne Sermon (guitarra y teclados), Ben McKee (bajo) y el sesionista Andrew Tolman (batería). Una banda ajustada, que sabe seguir el pulso y que se destaca por su versatilidad, moviéndose entre tintes rockeros, electro-bluseros, funk y pop por igual. Incluso se acercaron al country-folk con “I Bet my Life”.

Optimista y festivo

Luego de una travesía entre la gente del campo delantero, Reynolds puso a prueba sus cuerdas vocales con el confesional “Bad Liar”, para luego pasar al aura optimista y festiva de “On top of the world”, dando inicio a un tramo del show que reafirmó la magnitud del repertorio de la banda.

El auténtico y esperado festín de hits llegó con una poderosa versión rockera de “Radioactive”, “Demons” y “Natural”, que desataron la efervescencia del público. A lo largo de toda la noche y con el carisma que lo caracteriza, Reynolds se dedicó a recorrer cada lugar del escenario e interactuar constantemente con sus fans, logrando un ambiente de intimidad masiva. “Pase lo que pase o lo que les diga internet, no es verdad. Estamos unidos, somos increíblemente parecidos como seres humanos en todo el mundo. Nuestro único deseo es amar y ser amados. El idioma, la religión, la política… nada de eso importa. Somos carne y hueso, y estamos acá por un tiempo muy corto. Que podamos vivir, que seamos libres, que seamos amados, que seamos libres de ser quienes somos. Esta noche es un regalo, cada día de vida es un regalo. Tu vida siempre vale la pena”, expresó el músico, con un particular estilo de predicador motivacional.

Hacia el final, la escena se sumergió en la profundidad del océano para “Sharks”, donde, tal como lo estuvieron haciendo en las últimas fechas de Sudamérica, subieron tres fans disfrazados de tiburones a bailar con Reynolds. También recitó en español los versos de un poema que lo marcó en su niñez y que sigue compartiendo en sus shows alrededor del mundo (“Yo soy un hombre sincero de donde crece la palma, y antes de morirme quiero echar mis versos del alma”, del poeta cubano José Martí), con humor se autobautizó “Danielito” y disparó su última artillería con los populares “Enemy” y “Believer”.

“No sé qué va a pasar, pero siempre puedo tener esperanza”, arrojó en el cierre el frontman, sintetizando el espíritu de una banda que hace de la fe —en uno mismo, en los otros, en la vida— su mensaje más perdurable. En su regreso a Buenos Aires, esa fórmula volvió a funcionar: pura energía, vulnerabilidad y comunión, envueltas en un espectáculo “apto para todo público”, que combina precisión técnica, despliegue visual, entrega escénica y, sobre todo, se transforma en una vibrante experiencia colectiva.

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