
Ella misma se encargó de aclarar que sus padres no eran simples campesinos, sino personas preparadas. Su papá Alfonso Storni era un suizo que por 1880 se radicó en San Juan, donde ya vivían parientes. Cinco años después regresó a su país para casarse con Paolina Martignoni di Origlio. De nuevo en Argentina, tuvieron a María y Romeo, y cuando el matrimonio viajó a Suiza, nació Alfonsina en 1892 en el pueblo de Sala Capriasca.
La chica comenzó la escuela en San Juan, donde el padre producía la cerveza “Los Alpes”. Ya consagrada como poeta, contó que tenía 6 años cuando su mamá le dio un peso para que comprase el libro de lectura “El nene”, que le exigían en la escuela. Ella se gastó el dinero en otra cosa y cuando fue a la librería a comprar el libro en cuestión, distrajo al dependiente con la búsqueda de otro libro y salió corriendo con el de lectura. Fue descubierta pero ella se mantuvo firme en su inventada versión de que había dejado el dinero en el mostrador y que, seguramente, alguien se lo había llevado. Es una anécdota que ella contaría de grande cuando le preguntaban cuándo ganó su primer peso.

En 1901 la familia se trasladó a Rosario, donde concurrió a un colegio religioso. La muerte de su papá sumió al hogar en la estrechez económica y la obligó a trabajar en una fábrica de gorras. Antes fue mesera en un café que había abierto su mamá cerca de la estación del ferrocarril, proyecto que al tiempo fracasó.
De pronto, descubrió el teatro cuando la compañía del actor español José Tallaví llegó a Rosario, una actriz enfermó y ella, previo permiso a su madre -tenía 13 años-, la reemplazó. De pronto, se vio recorriendo Santa Fe, Córdoba, Mendoza, Santiago del Estero y Tucumán. Cinco meses después se dio cuenta que la actuación, la vida en caravanas de pueblo en pueblo, no era la vida que quería y dejó la compañía.
Cuando regresó, descubrió que su mamá se había vuelto a casar. Ella viajó a Coronda, donde entró en la Escuela Normal, y en 1910 tenía el título de maestra. En editoriales rosarinas, publicó sus primeros poemas. Ella recordó que a los doce años había escrito su primera poesía.
Incursionó en el teatro y trabajó de maestra. El 21 de abril de 1912 fue madre de soltera, de Alejandro, y se encargó de mantener en reserva el nombre del padre. Con su hijo se estableció en Buenos Aires, donde se ganó la vida como cajera en la tienda “A la ciudad de México”, en Florida y Sarmiento; trabajó de maestra, a la par que incursionó en círculos literarios y frecuentó el ambiente de la literatura.

De hablar chispeante, a veces sarcástica, de carácter nervioso, se vinculó a Amado Nervo, Enrique Rodó, Horacio Quiroga –que en su momento la había invitado a irse a vivir a Misiones-, José Ingenieros y Manuel Gálvez, entre otros. Tomó el hábito de viajar regularmente a Uruguay a visitar a sus amigos.
En 1916 editó su primer libro, “La inquietud del rosal”, que fue muy bien recibido por la crítica. Caras y Caretas la definió como una verdadera poetisa, “autora de versos encantadores”, que “nos dice en versos inspirados sus sentimientos y sus pensamientos”. Al año siguiente fue el turno de “El dulce daño” y en 1919 “Irremediablemente”. También publicaba en medios como el diario La Nación, y revistas como Caras y Caretas.
En 1921 obtuvo el primer premio municipal con su libro “Languidez”, y el segundo premio nacional de literatura. Luego vinieron en 1925 “Ocre” y “Poemas de amor” en 1926. A esa altura ya la situaban al mismo nivel que Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou.

Tanto en sus versos como en artículos periodísticos, reclamaba para la mujer los mismos derechos que los que gozaban los hombres, denunciaba la dependencia económica, se pronunció a favor del divorcio y del voto femenino.
El 11 de marzo de 1927 despertó la polémica con su obra teatral “El amo del mundo”, a cuyo estreno, en el Teatro Cervantes, fue el presidente Marcelo T. de Alvear y su esposa. La puesta de esta comedia dramática fue de la compañía de Fanny Brena, la crítica no fue benevolente con Alfonsina y tres días después la bajó de cartel. Luego, estrenaría dos más: “Cimbellina” y “Polixena y la cocinerita”.
Desde 1921, gracias a la experiencia adquirida de sus comienzos de actriz dramática, daba teatro para niños en el Teatro Infantil Labardén, enseñaba lectura y declamación en la Escuela Normal de Lenguas Vivas y en el Conservatorio Nacional de Arte Escénico.
Fue una de las promotoras de la Sociedad Argentina de Escritores, fundada el 8 de noviembre de 1928. Al frente estaría Leopoldo Lugones, con el que no se llevaba del todo bien.
En 1930 y 1932 viajó a Europa, visitó el pueblo donde había nacido y en Madrid fue objeto de homenajes y distinciones. En 1934 publicó “Mundo de siete pozos” y en 1938 “Mascarilla y trébol” y una “Antología poética”.

En 1935 le diagnosticaron cáncer de mama y el 20 de mayo fue operada: le extirparon una mama. En sus últimos tiempos, debió recurrir a la morfina para calmar los dolores.
El 23 de octubre de 1938 viajó a Mar del Plata, con el terrible diagnóstico médico que tenía meses de vida. Se alojó en la pensión San Jacinto, en la calle Tres de Febrero al 2800, propiedad de su amiga Luisa Orioli de Pizzigarni. Allí escribió “Voy a dormir”, poema que lo mandó por correo al diario La Nación:
Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
Una constelación; la que te guste;
Todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes…
Te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides…Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…
Escribió una carta a su hijo Alejandro, de entonces de 26 años, y otra a su amigo el escritor Manuel Gálvez, en la que le pidió que cuidase a su familia y que gestionase un aumento de sueldo para su hijo, que era empleado municipal. Dicen que había intentado comprar un revólver, pero las disposiciones vigentes prohibían a las mujeres adquirir armas de fuego.
Antes de abandonar la pensión esa madrugada lluviosa, dejó una esquela escrita en tinta roja: “Me arrojo al mar”.
Se dirigió al Club Argentino de Mujeres, a la altura de Plaza España, donde había un hotel solo para mujeres. Caminó la escollera, de doscientos metros y en la punta, quedó enganchado entre los fierros uno de sus zapatos. Eso permitió determinar el lugar desde donde se arrojó al mar.
Su cuerpo fue encontrado en la playa por dos obreros. Tenía 46 años. Su hijo se enteró escuchando la radio.

Luego de una ceremonia fúnebre en un colegio marplatense, esa noche su cuerpo fue trasladado en tren a la ciudad de Buenos Aires, y fue velado en Maipú al 900, en el Club Argentino de Mujeres. Sepultada en la bóveda de los Botana en Recoleta, años después fue trasladada al panteón de notables del cementerio de la Chacarita. Allí descansa la que a través de la poesía supo transmitir los sentimientos atesorados en un alma acostumbrada a las mil batallas, aun incluso contra la misma muerte.
