El swap de monedas (currency swap) es un instrumento habitualmente utilizado por los bancos centrales que permite el intercambio temporal de monedas, de manera de que los deudores obtengan financiamiento en moneda extranjera, evitar la volatilidad cambiaria, generar liquidez y aumentar las reservas en caso de crisis de balanza de pagos.
El swap entre el BCRA (Banco Central de la República Argentina) y el PBoC (Banco Popular de China) le ha permitido a Argentina reforzar sus reservas brutas en momentos de crisis cambiaria y a la vez pagar importaciones chinas. Pero el swap no es gratis ni neutral y tiene importantes condicionamientos cuya letra chica aún no se ha revelado públicamente.
El swap implica costos por tasa de interés y riesgo cambiario: si el peso se deprecia frente al yuan, el BCRA deberá afrontar un reembolso mayor. Además, existe un riesgo de refinanciamiento, ya que China podría no renovar el tramo activado —unos US$5000 millones del total de US$18.571 millones— dejando a la Argentina sin esa red de seguridad.
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Si bien no se conocen las condiciones impuestas por el gobierno chino, se infiere que estaría condicionado a dirigir nuestras importaciones hacia China, generando desvíos de comercio de otros destinos con bienes más baratos o de mayor calidad, además de un posible dumping contra la producción argentina y una eventual instalación de bases militares en el sur, afectando la soberanía argentina.
Pero el swap es inconsistente con las necesidades de nuestro comercio, ya que no genera ninguna obligación del acreedor chino de comprar nuestros productos.
Recientemente se anunció un swap con los Estados Unidos y una inédita compra de pesos del Tesoro norteamericano.
Esta ha permitido un virtual rescate (“bailout”) de la economía argentina ante una corrida cambiaria cuyas compras brutas de divisas equivalen al 2001 y 2019, convirtiendo al Tesoro estadounidense en un virtual prestamista de última instancia, demostrado por el “whatever it takes” de su secretario, Scott Bessent. Asimismo, se esperan anuncios de inversiones americanas y reducción de aranceles en algunos productos.
La “opacidad” del swap ha sido cuestionada por importantes legisladores y líderes del Partido Demócrata mediante el proyecto de ley “No Argentina Bailout Act”, por constituir un virtual rescate de los “amigos” capitalistas de Trump invertidos en la Argentina y en momentos del “American Government Shutdown”.
Asimismo, el swap no se registra como deuda pública ya que es un “acuerdo de política monetaria” entre bancos centrales, generando un pasivo contingente al BCRA, no al Tesoro Nacional y por lo tanto no es necesaria su aprobación formal por los congresos de los países involucrados
El swap chino demostró que no fue suficiente para que la Argentina obtuviera las “credenciales de crédito” que no dispone desde la salida de la convertibilidad hasta el desastre del umbral de hiperinflación de 2023, análogamente a lo que Juan Llach señalaba para nuestro país en la década del ‘80.
Pero para que funcione como credencial de crédito, el swap debería ser un acuerdo estratégico que incluya el Congreso de ambos países, y no solo un resultado valorable de las relaciones interpersonales entre los presidentes de turno.
El vínculo comercial como condición de crédito es clave para hacer sostenible el endeudamiento y debe beneficiar a ambas partes.
Esto no es nuevo. Son recomendaciones análogas de los economistas John Maynard Keynes, Irving Fisher y Bertil Ohlin para el problema de la “transferencia externa” de Alemania al salir de su hiperinflación de 1923, Estados Unidos debía actuar como potencia hegemónica no sólo otorgando crédito a Alemania sino asegurándole un mercado para sus exportaciones.
Nuestra deuda externa (“las reparaciones de Versalles”) se debe pagar con dólares provenientes de exportaciones y no como hasta ahora “ficticiamente” mediante sustitución de acreedores.
Para que el nuevo swap sea sostenible, Estados Unidos debería respaldarlo con una apertura real de su mercado —incluidas las exportaciones agroindustriales— y no con reducciones arancelarias marginales, hoy limitadas por su proteccionismo, especialmente agrícola.
Si Estados Unidos quiere ser la potencia hegemónica en la región, no solo debe actuar como prestamista de última instancia sino como “consumidor de primera instancia” de nuestros productos, para generar los dólares de exportación que la Argentina necesita para pagar su deuda.
En definitiva, solo un Tratado de Libre Comercio ratificado por ambos congresos garantizaría su continuidad más allá de la presente gestión.
Mientras la Argentina continúe rotando de eje de Rusia y China a Estados Unidos, y viceversa, en cada periodo presidencial, continuará nuestra falta de reputación internacional y escaso crédito externo e interno con nuestros propios ahorristas.
