
La filósofa y escritora Florencia Abadi explora en charla con Infobae los desafíos de repensar el mito de Narciso en su libro El sacrificio de Narciso. Lejos de limitarse a la visión clásica del narcisismo como simple vanidad o egoísmo, Abadi sostiene una interpretación profunda donde el sacrificio, la herida y la autoexigencia adquieren una centralidad inesperada.
Doctora en Filosofía, investigadora del CONICET y docente en la Universidad de Buenos Aires, la autora invita a cruzar los puentes entre la mitología antigua y los conflictos actuales de la subjetividad, en tiempos marcados por la cultura de la imagen y las redes sociales.
A lo largo del diálogo, Abadi comparte cómo la incomodidad, el rechazo y la revisión de emociones tabúes resultan esenciales para entender el narcisismo contemporáneo y desmontar sus mitos cotidianos.

“Empecé a escribirlo en un momento de profunda crisis… pasaba muchas horas sola pensando y leyendo, me venían las ideas mientras caminaba como un tigre encerrado por el departamento, parando para tomar notas en cualquier lado”, confesó la autora. En ese vaivén personal, el mito griego, tantas veces reducido a un cliché sobre la vanidad, comenzó a revelarse cargado de heridas y preguntas nuevas.
“Narciso en particular apareció a partir de una herida narcisista: un rechazo amoroso que me hizo dar cuenta de en qué consiste el asunto del narcisismo, y me llevó a buscar las fuentes del mito. Suelo decir que no hay narcisismo sin herida narcisista, sin el dolor que sentimos cuando nuestros ideales fracasan y chocan con la realidad, cuando el enamoramiento no se consuma, cuando el otro nos rechaza», comentó. Es en ese núcleo de dolor, reconoce Abadi, donde se forja el verdadero narcisismo; no como un amor propio descontrolado, sino como una reacción sacrificial ante el choque entre nuestro ideal y el mundo. Desde su propia experiencia de crisis, empieza así el libro a tomar la forma de una indagación filosófica y vital, con el mito antiguo como marco y excusa.
La incomodidad, entonces, no solo precede a la escritura, sino que se vuelve su verdadera apuesta. “Espero que movilice, y también que toque el cuerpo, que ‘corte’ un poco”, explicó en relación con lo que desea para los lectores de su obra. “Una de las tesis del libro es que no hay verdades piadosas, la verdad es siempre la cruda verdad, la cruel verdad”.

Además, la autora señala que, si bien hay una “defensa generalizada del pensamiento incómodo”, en realidad “no es cierto que la época soporte realmente la incomodidad”. Se trata de desafiar el supuesto consenso a favor de lo disruptivo, exponiendo que somos “alérgicos” a toda verdad que hiera o cuestione los lugares comunes. “Diría que apuesto a incomodar, que es condición para pensar”, sostuvo Abadi, subrayando que su libro es también una invitación al “desgarro de velos”, a ese pequeño acto cruel—en el mejor sentido—de revelar los mecanismos ocultos que inmovilizan a una persona.
En la lectura que hace del mito, Florencia se aparta drásticamente de la versión clásica que describe a Narciso como un joven vanidoso, incapaz de amar a nadie salvo a sí mismo. “A partir de esa herida narcisista, la cuestión del narcisismo empezó a resultarme crucial. Me acuerdo que garabatée las primeras líneas y se las mandé a mi analista. La idea era esta: el narcisismo no es amarse a uno mismo, sino que es el mecanismo de darlo todo para ser amado por el otro.”
Así surge lo que será el correlato esencial de su pensamiento: Narciso se fascina con una imagen y le entrega su vida en un sacrificio cotidiano. “La muerte de Narciso es para mí el centro del mito narcisista. No se trata simplemente de que el héroe se mira en el espejo en un acto vanidoso, sino que esa fascinación con la imagen ideal lo lleva a la muerte”.

El sacrificio, entonces, aparece como el enclave decisivo para entender el narcisismo: “Nos sacrificamos para ser amados por el otro, para sostener una imagen que creemos que es condición del amor del otro. El Narciso que nos habita a todos y todas, a veces más y otras menos, da la vida para cumplir ciertos ideales. Nos suicidamos a diario cuando sacrificamos nuestro descanso, nuestro placer, nuestro deseo, cuando desoímos nuestro cuerpo. Pensamos que ‘tenemos que’ hacer ciertas cosas –desde seguir una carrera hasta ir a un cumpleaños– y las hacemos sin preguntarnos si realmente lo deseamos, sin interrogar nuestro deseo. Ese es nuestro narcisismo”. Para Abadi, la paradoja es que esto crea personas con caracter opuesto al egoísmo: “Si el egoísta se prioriza y enoja al otro, el narcisista se posterga a sí mismo para ser amado por el otro”.
En esa línea, la autora invita a reconsiderar el sentido actual de la palabra “narcisista”, cuyo significado en la conversación cotidiana terminó por confundirse con el egocentrismo o el desdén por los otros. “La figura de Narciso se ha usado para pensar cosas diversas a lo largo de la historia. En el ámbito literario, el simbolismo lo usaba para pensar la figura del artista, en el Medioevo había lecturas clericales que lo usaban para pensar a veces la vanidad, otras el amor.” Pero la reducción de Narciso al diagnóstico clínico de la era contemporánea resulta —para ella— un estancamiento de las posibilidades del mito.
“Yo creo que Freud da un paso para salir de la idea de amor propio, porque introduce la cuestión del ideal, pero no llega a ver la dimensión sacrificial que hay en juego. En el último tiempo se empezó a utilizar el diagnóstico ‘trastorno narcisista de personalidad’ para pensar a un tipo de sujeto que no solo tiene una gran necesidad de ser admirado, sino que también carece de empatía, una suerte de manipulador o psicópata. Yo creo que este uso del término es bastante empobrecedor, y que no permite que el mito despliegue el enorme potencial que tiene para pensarnos y descubrir la relación mortífera que tenemos con nuestros ideales. Sin duda hay gente mala y manipuladora, pero Narciso tiene más para enseñarnos que eso”.

El mito, en la lectura radical y actualizada de Florencia, sirve como una lente para analizar la vida contemporánea: “Sin duda que las redes sociales encajan muy bien con este mecanismo. Hacer cosas para la foto, vestirse solo pensando en la imagen que se va a subir a las redes, vivir para la mirada del otro, hasta ahogarnos. Esas historias de gente que se cae por un precipicio para sacarse una selfie, eso es Narciso”. Así, la autora hilvana un puente entre la antigua tragedia y los virtuales estanques de la cultura digital, donde el hambre de imagen y de validación deja cuerpos y deseos en segundo plano.
El libro no escatima en señalar el vacío y el desgaste que produce esta lógica sacrificial en la sociedad hiperconectada: “En el libro yo intento justamente oponer imagen y deseo, mostrar que Narciso es enemigo de Eros, algo que a veces se olvida. La soberbia de Narciso consiste en que desafía a Eros, al dios del deseo, en la medida en que rechaza todas las propuestas eróticas que recibe”.
Ese antagonismo, señala Abadi, no es trivial: “El narcisismo rechaza el deseo, porque busca la perfección, el ideal; en cambio el deseo nos pone en una posición de vulnerabilidad, de carencia, de falta. Los niños se burlan de quien se enamora. ‘Caemos’ en el deseo, y cuando uno se cae, los demás se ríen. En inglés fijate que se dice ‘fall in love’, en francés ‘tomber amoreux’: el deseo es un traspié que nos deja un poco en ridículo, nos quita cualquier autosuficiencia e incluso la libertad. Se clava la flecha, y se nos impone, chau libertad. Hay una maldición árabe que me gusta mucho que dice ‘ojalá te enamores’”.
Si la imagen actúa como una cárcel brillante, el deseo brota siempre como una amenaza a la autoimagen perfecta, al ideal narcisista: “Si estamos demasiado pendientes de nuestra imagen y de despertar el amor o la idealización del otro, no tenemos margen para interrogar nuestro deseo, para preguntarnos qué queremos, entonces vamos en automático a cumplir los mandatos e ideales”.

La autora retoma la figura mítica y completa: “Fijate que Eros vuela, tiene alas, necesita aire, espacio, distancia. Narciso es hijo del río y de una ninfa de agua, muere en una fuente de agua que simboliza para mí el líquido amniótico. El agua nos habla de esa fusión que impide la distancia, una fusión con la madre, con el ideal materno, entendiendo por madre el otro primordial. No hay aire, no hay margen para que el deseo pueda mover sus alas. Las personas muy narcisistas son esas que en cierto momento se dan cuenta de que hicieron muchas cosas para satisfacer exigencias y expectativas, y relegaron su deseo”.
Frente a la tendencia contemporánea de ocultar o negar ciertas emociones, Florencia Abadi escoge exponerlas y desarmarlas desde la reflexión filosófica. “Es cierto, hay en el libro un gesto de ‘sacar los trapitos al sol’, de hablar de esas pasiones que son tabúes a veces, sobre todo la envidia. Me parece muy importante levantar esos tabúes que nos dejan en una posición de soledad y de vergüenza, como si solo a nosotros nos pasara lo que nos pasa, como si estuviera prohibido sentir lo que sentimos”.
De hecho, subraya que “como no las pensamos, caemos en sus trampas y nos perturban más la vida, porque una vez que uno echa luz sobre esas pasiones, algo de ese dolor se disuelve. Si uno entiende qué es la envidia, puede entender que es una idealización, que siempre distorsiona lo que ve, que imagina goces donde no siempre los hay, etc. Hay una trampa detrás de la envidia que el libro intenta descubrir. Entender para qué envidiamos, qué función cumple para el deseo”.
El análisis de las pasiones negativas no queda en el mero diagnóstico: la autora invita a pensar cómo pueden transformarse en fuerza vital. “Creo que sí, que siempre podemos transformar las pasiones tristes, por ejemplo a través de un libro, una pintura, una creación. No sé si vamos a sacar alegría del despecho, pero sí podemos sacar un buen poema”. Para Abadi, tanto la envidia como el despecho son pasiones marcadas por la impotencia: “Estamos despechados cuando no podemos hacer sufrir al otro lo que nos hace sufrir, hemos perdido la potestad de hacer sufrir, que en un vínculo erótico es central. Y la envidia también es impotencia. Creemos que la envidia, el mal de ojo, paraliza al envidiado, porque suponemos que el envidioso puede contagiar su parálisis, su impotencia para realizar su deseo”.
La autora también problematiza el discurso del “amor propio” tan promocionado por líderes de opinión en redes sociales y por el discurso new age. “Ya tiene respuesta esa pregunta… y sí, estoy de acuerdo. Creo que hay mucha confusión respecto del tema del amor propio. Los que lo defienden suelen confundirlo con tener la autoestima alta, y los que desprecian el concepto consideran que es una banalidad del new age. Yo creo que quizás hay un sentido válido para darle, quizás, que no pasa por tener una estima elevada de uno mismo, sino más bien en ser tolerantes con las propias imperfecciones, no reprocharnos tanto, no castigarnos tanto por no ser eso que nos gustaría ser. En definitiva, por ser menos narcisistas. Lo perfecto no puede amarse, solo puede venerarse”.
Florencia Abadi condensa en dos frases la idea central de su libro y su modo de entender la vida contemporánea: “Narciso no se ama, más bien se suicida”, afirmó, bajo la mirada implacable del mito. “Se desea a expensas del amor, y se ama a expensas del deseo”. Entre esos polos se debate la vida afectiva de nuestra época, donde miles de selfies pueden esconder un sacrificio diario, y donde la dificultad de descubrir el verdadero deseo se enreda sin cesar con la intensidad de nuestro anhelo de ser aceptados.