Somos testigos de un cambio de época, transitando aceleradamente a un nuevo mundo, un nuevo exterior que restructura todas las dimensiones de nuestra inserción y nuestra política internacional. Es un momento de la misma magnitud que la caída del Muro de Berlín junto con la disolución de la Unión Soviética en 1991. Hoy con el surgimiento acelerado de China en el escenario global estamos viendo ante nuestros ojos la construcción de un nuevo exterior estructurante que revoluciona preferencias, intereses e incentivos de empresas, partidos, provincias en conjunto alteran el curso de la política y la economía internacionales. Esto debe ser dimensionado en toda su magnitud.
China surge como principal socio comercial de América del Sur, como nuevo poder crediticio e inversor en energía, minería, puertos, rutas, ferrovías que entrecruzan la región de manera inusitada. La inauguración del puerto de Chancay en Perú es emblemática de una conectividad geográfica que se traslada del Atlántico al Pacifico. La conectividad global en el siglo XXI está en convulsión. Es una apuesta fuerte de China y es también el eje de una de sus principales iniciativas globales, la llamada Franja y Ruta de la Seda.
Sabíamos que estamos ante el juego estratégico de los Estados Unidos y China, pero la novedad es que sucesos recientes lo nos ponen en la vidriera como nunca antes, interpelando a países como la Argentina, a América Latina y al mundo en general. En el transcurso de unos pocos días, como demostró la reciente Asamblea General de las Naciones Unidas, mientras Trump arremetía contra el “fraude” climático, China anunciaba su sostenido apoyo a las energías renovables que lidera y seguirá liderando. Al mismo tiempo anunció que abandona su status de país en desarrollo en la Organización Mundial de Comercio, lo que presagia la intención de liderar la reforma de dicha languideciente organización, pero señera en la regulación del comercio y en la cual la batuta estuvo en manos de Estados Unidos.
El ascenso de China se encuentra legitimado no sólo por sus altas tasas de crecimiento sino también internamente por su éxito en erradicar la pobreza extrema. Internacionalmente desde la crisis financiera global iniciada en Estados Unidos en 2008, China paulatinamente fue abandonando su bajo perfil. Desde entonces comenzó a evidenciar su activismo internacional particularmente en la economía política global con tres iniciativas. En 2009 convoca a Brasil, Rusia, India y luego a Sudáfrica para articular los Brics. Años después lanza la emblemática Franja y la Ruta y de la mano dos bancos multilaterales de desarrollo, el Nuevo Banco de Desarrollo (o Banco Brics) y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura. Con ello se han puesto a disposición cuantiosos fondos para una nueva conectividad, distinta a la que tuvimos desde la Segunda Guerra Mundial. Estas tres iniciativas son la evidencia de lo que Joseph Nye llamó “el fin del siglo norteamericano”.
En definitiva, una hegemonía que se desgasta (la de Estados Unidos) y otra que pacientemente crece (la de China). La pregunta abierta que se nos plantea es: ¿qué tan violenta será y cuánto margen de maniobra deja a países como la Argentina esta competencia hegemónica en términos de desarrollo?
Directora del Área de Relaciones Internacionales de FLACSO, doctora en Relaciones Internacionales por London School of Economics (Reino Unido) y Maestría en Relaciones Internacionales por FLACSO Argentina.
