Una casa llena de dinamita (A House of Dynamite, EE.UU./2025). Dirección: Kathryn Bigelow. Guion: Noah Oppenheim. Fotografía: Barry Akcroyd. Montaje: Kirk Baxter. Música: Volker Bertelmann. Elenco: Idris Elba, Tracy Letts, Rebecca Ferguson, Jared Harris, Gabriel Basso y Greta Lee. Duración: 112 minutos. Disponible en Netflix. Nuestra opinión: muy buena.
Cuando un amenazante triángulo rojo aparece en la pantalla que domina la “sala de situación” de la Casa Blanca, la capitana Olivia Walker (Rebecca Ferguson) no se inquieta, sabe que ese objeto desconocido que cruza el cielo bien puede ser la prueba de un arma que caerá al mar o el cohete de un billonario que olvidó registrar el vuelo. En ese mismo instante, un radar militar ubicado “en algún lugar del Pacífico” también lo detecta y uno de los técnicos eventualmente nota algo que arruina el día de todos: hubo un cambio en la trayectoria del objeto y se dirige a la ciudad de Chicago. También se despejan las dudas sobre su naturaleza: se trata de un misil nuclear. La posibilidad de interceptarlo es incierta. “Es como desviar una bala con otra bala” grafica un consultor. Quedan solo 19 minutos antes de que impacte.
Tal es el planteo de Una casa llena de dinamita, la nueva realización de Kathryn Bigelow, que forma una suerte de tríptico sobre el accionar bélico norteamericano junto a sus otros dos potentes thrillers Vivir al límite (2008) y La noche más oscura (2012). Como Punto límite (Fail Safe), el film de Sidney Lumet de 1964 sobre una falla en la doctrina de la disuasión racional que prevendría el conflicto nuclear que indudablemente fue una inspiración, esta película transcurre casi enteramente ante pantallas y tableros de control, con personajes que miran azorados o discuten por teléfono y aun así logra construir un conflicto electrificado y agobiante, aunque con algunos desaciertos.
Bigelow es una realizadora capaz de crear secuencias de acción de una intensidad volcánica gracias a su estilo narrativo compacto, sin vueltas y anabolizado por el artificio del falso documental. La reacción ante la aparición del misil y su inexorable trayectoria hasta su destino norteamericano está aquí contada tan diestramente que despierta un miedo visceral nuevo para quien tenga menos de 40 años y uno viejo y olvidado para quien tenga más: el terror ante el apocalipsis nuclear. Como el momento más tirante de la Guerra Fría, la película consigue hacernos sentir la permanente fragilidad no solo de nuestra vida sino también del mundo. El relato es opresivo, nos tiene a sus pies casi desde el comienzo y parece difícil que algo nos pueda arrancar de allí. Sin embargo, la película lo hace de un modo imprevisto. (Atención: sigue un spoiler). Un instante antes de llegar al clímax, se interrumpe abruptamente y vuelve a empezar. Y después lo hace una vez más.
La directora declaró que quería narrar la respuesta a los enervantes 19 minutos de preaviso que daría un ataque nuclear en tiempo real (aunque usa más bien un tiempo dilatado: el timer de Netflix permite corroborar que esos 19 minutos de ficción toman 25 de metraje). Como ese lapso no es suficiente para redondear un largo, decidió contarlo tres veces, desde diferentes puntos de vista. La primera vez sigue a la capitana Walker en el centro de control de Casa Blanca. La segunda, al general Brady (el actor y dramaturgo Tracy Letts), un halcón que recomienda una respuesta nuclear inmediata ante el ataque, y al asesor en seguridad Jake Baerington (Gabriel Basso), una paloma con el consejo opuesto: no responder para evitar una escalada global. El tercer segmento se concentra en el presidente norteamericano (Idris Elba), quien canaliza a Barack Obama: es un centrista razonable que no está dispuesto a iniciar una guerra nuclear pero tampoco a mirar con los brazos cruzados cómo una ciudad es incinerada. Su reacción, perfectamente comprensible ante esta disyuntiva imposible, es la parálisis. Paradójicamente, porque es lo opuesto a su intención manifiesta, la película sugiere sin querer que un fanático estaría mejor equipado ante tal crisis.
Si bien Una casa… triunfa en su cometido de transmitir el peso insoportable de semejante situación, al mismo tiempo, la estructura elegida conspira contra su propia efectividad. Cada una de las tres veces que vivimos el conflicto, su intensidad, aunque lejos de desaparecer, está un poco más desinflada. Al martillar reiteradamente con la misma idea, se pierde la oportunidad de dar un solo golpe devastador, tal como sí había hecho 60 años antes Punto límite.
Las películas anteriores de Bigelow despertaron críticas por su falta de espesor político y moral. Cuando narran la guerra de Irak o la misión secreta para matar a Osama Bin Laden presentan escenarios altamente politizados bajo una suma despolitización. Sus personajes son especialistas que operan con máxima eficiencia en situaciones de máximo estrés. No hay una evaluación moral sobre ellos, aunque se trate de un oficial cuya especialidad es extraer información de detenidos mediante tortura. Aquello que interesa a Bigelow es cómo producir tensión con sus acciones, no emitir un juicio sobre ellas. El hecho de que apele a conflictos reales muy cargados ideológicamente hace que se espere un punto de vista político. Sin embargo, la cercanía con la realidad, exprimida a fondo por el estilo faux verité de su cámara, existe solo para producir una sensación de urgencia que potencie la emoción. Bigelow está más interesada en cautivar que aleccionar o, si se quiere, en hacer transpirar antes que hacer reflexionar, por eso, cuando usa el terrorismo islámico como McGuffin, se la considera oportunista y trivial. Sus películas, de todos modos, suelen dar pie al debate político sin la necesidad exhibir una posición.
Lo mismo es válido para este film. Sus burócratas y militares son presentados de modo moralmente neutro: son profesionales que hacen su trabajo lo mejor que pueden. El largometraje no se dedica a colorear buenos y malos o a asignar responsabilidades por su drama apocalíptico. No hay Historia, sino un presente continuo en el que aparece un conflicto desenganchado de cualquier cadena causal y de sentido. Ese conflicto no está para ser explicado sino para ser puesto a funcionar. En las películas de Bigelow, siempre es una variante de la escena más esencial del suspenso cinematográfico, evocada muchas veces por Hitchcock: una valija con una bomba de tiempo bajo la mesa de un restaurant. En este caso, la bomba de tiempo es un misil termonuclear y la mesa del restaurant es el mundo. Al menos una de las tres veces que se narra la posibilidad de la explosión conforma el mejor thriller del año.
