El desafío de la jubilación en la Argentina

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En la Argentina -y en buena parte del mundo- el sistema previsional enfrenta una crisis silenciosa. El envejecimiento poblacional, la informalidad laboral y la falta de sustentabilidad del esquema actual hacen cada vez más incierto el futuro de quienes hoy trabajan. Sin embargo, muchos siguen confiando en que el Estado garantizará su bienestar económico al jubilarse. Esa confianza, lamentablemente, es una ilusión peligrosa.

Cualquier análisis sobre el futuro de las jubilaciones debe considerar el debate en curso sobre una reforma laboral. Desde el Gobierno se ha planteado la expectativa de que, al reducir la informalidad y modernizar las condiciones de contratación, se logre ampliar la base de trabajadores registrados. La lógica detrás de esta propuesta es que un mayor número de aportantes en blanco fortalecería la recaudación destinada a financiar las prestaciones previsionales a largo plazo. No obstante, esta posibilidad se enmarca en una discusión compleja, donde las posturas difieren y la oposición, particularmente la sindical, ha manifestado su rechazo, por lo que su impacto y eventual implementación aún no están definidos.

Mientras tanto, cada año que pasa sin iniciar un plan de ahorro personal representa oportunidades perdidas para aprovechar el interés compuesto y fortalecer la seguridad financiera individual.

La realidad es que el sistema público no podrá sostener, por sí solo, el nivel de vida de las próximas generaciones. Por eso, es imprescindible asumir que la jubilación debe ser una responsabilidad individual. No se trata de un lujo reservado a los grandes patrimonios, sino de una necesidad que exige planificación, disciplina y una mirada de largo plazo.

El tiempo, en este sentido, es el activo más valioso. Empezar a ahorrar temprano -aunque sea con montos pequeños- permite aprovechar el poder del interés compuesto, ese mecanismo casi mágico por el cual los rendimientos generan nuevos rendimientos con el paso de los años. La diferencia entre comenzar a los 25 o a los 45 años puede significar, literalmente, la distancia entre la tranquilidad y la preocupación en la vejez.

Otro aspecto clave es la diversificación, no solo de instrumentos sino también de jurisdicciones. En economías volátiles como la argentina, donde la inflación, la devaluación o los cambios regulatorios pueden erosionar los ahorros en cuestión de meses, internacionalizar parte del patrimonio ya no es una opción sofisticada: es una medida de supervivencia financiera. Invertir en mercados globales o en activos fuera del país brinda una cobertura indispensable frente a los vaivenes locales.

Por último, la constancia. El ahorro sostenido es una práctica contracultural en una sociedad que privilegia la gratificación inmediata. Por eso, automatizar el ahorro -programando transferencias fijas a una cuenta de inversión apenas se acredita el sueldo- puede ser la clave para sostener el hábito a largo plazo. Es una forma de transformar una buena intención en un compromiso efectivo.

En un país donde la incertidumbre parece ser la única constante, tomar el control del propio futuro financiero es un acto de madurez y de libertad. No se trata de desconfiar del Estado, sino de entender sus límites. El bienestar en la vejez dependerá, en última instancia, de las decisiones que tomemos hoy.

MBA y asesor financiero

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