Natal, capital del estado de Rio Grande do Norte, tiene cerca de 1,1 millones de habitantes y debe su nombre al día de su fundación: el 25 de diciembre (día de Navidad) de 1599. Con un clima cálido, húmedo y ventoso durante gran parte del año, la ciudad de unos 170 kilómetros cuadrados que vive bajo el sol casi todo el año combina paisajes naturales con una intensa actividad turística.
En el trayecto que une el aeropuerto con el centro, la capital norteña se revela de a poco. El entorno rural da paso a áreas urbanas donde se mezclan fábricas, concesionarias y edificios. Entre ellos sobresalen una réplica de la Estatua de la Libertad, símbolo de una conocida cadena comercial, y un monumento a los Reyes Magos. En cada semáforo, vendedores —con sombrero y remera de manga larga para protegerse del sol— ofrecen bolsas de castañas, uno de los productos más típicos del nordeste brasileño.
El turismo y la producción de camarones son las principales fuentes de ingresos de la zona. La mayoría de los hoteles se concentra sobre la Vía Costeira, que bordea el mar y conecta los principales resorts -entre los que se destaca el hotel Wish- con el balneario de Ponta Negra, el punto más emblemático.

Desde 2013, los turistas argentinos se convirtieron en el principal mercado internacional del destino, según la Agencia Brasileña de Promoción Internacional del Turismo (Embratur) y Visit Brasil. La mezcla de playas extensas con baja afluencia y una oferta que combina ocio y cultura explica parte de ese magnetismo.
Festival transformador
Sin embargo, entre el 17 y el 18 de octubre, esa “calma” habitual tan característica tuvo un movimiento inusual: Natal fue sede de una nueva edición del Festival MADA (Música Alimento da Alma), uno de los encuentros musicales más importantes del nordeste brasileño. Según operadores locales, como Potiguar Turismo, la ocupación hotelera y la demanda de traslados aumentaron significativamente durante ese fin de semana.
Creado en 1998 por el productor cultural Jarbas Filho, el festival nació para dar visibilidad a la música del nordeste y descentralizar la escena brasileña del eje Río–San Pablo. Con el tiempo se consolidó como una referencia nacional, por cuyos escenarios pasaron artistas como Pitty, Lenine y figuras del pop, el hip hop y la electrónica.
Del fútbol al escenario musical

El escenario de esta edición fue la Arena das Dunas, el estadio construido para el Mundial 2014, donde se jugaron partidos como México–Camerún, Estados Unidos–Ghana, Japón–Grecia e Italia–Uruguay, aquel en el que Luis Suárez mordió a Giorgio Chiellini y recibió una sanción de cuatro meses.
En sus primeras ediciones, el festival se realizaba en el barrio histórico de Ribeira y luego en el Estadio Machadão, demolido para construir el actual complejo. Desde 2014, la Arena das Dunas es su sede principal y un espacio habitual para espectáculos.
Durante el festival, el grito de gol fue reemplazado por el sonido de guitarras, bajos y sintetizadores, pero el fervor y la alegría del público se mantuvieron intactos: la misma pasión, solo que ahora por la música.
Baile y diversidad
Alrededor de 40.000 personas pasaron por el predio durante las dos noches de convocatoria. El público fue tan variado como los artistas que pasaron por el escenario: familias con chicos, grupos de amigos, locales y turistas. Aun cuando el horario de apertura de puertas era a las 19, muchos prefirieron llegar más entrada la noche, cuando las altas temperaturas se volvían amigables en entornos multitudinarios y el viento del litoral empezaba a soplar con fuerza.
Dentro del complejo, la oferta culinaria, musical y de actividades recreativas era tan variada como inusual: tres escenarios activos, bares que servían una cerveza tras otra, food trucks donde las hamburguesas eran lo más pedido, zonas de descanso con luces tenues e inflables que los más jóvenes usaban como punto de encuentro. También había un área dedicada a tatuajes y piercings, y stands de cannabis medicinal con productos terapéuticos. Un toro mecánico y una tirolesa que cruzaba el campo de punta a punta sumaban adrenalina, mientras drones, luces y pantallas gigantes completaban la escena.

El viernes 17, primera jornada del encuentro, reunió una programación heterogénea que fue del pop alternativo al rock psicodélico, pasando por el rap y la música regional. En el escenario principal se presentaron Melly, Boogarins, Don L, Dominguinhos junto a João Gomes, Mestrinho y Jota Pê.
La más esperada, sin embargo, fue Marina Sena, la cantante de Minas Gerais ganadora de dos Grammy Latinos, que subió al escenario a las 22.30 con un show vibrante. Su voz y su presencia hicieron cantar y mover a todo el público, en una coreografía espontánea que recordó por momentos al estilo de Shakira.
En ese tramo, los gestos de cariño y las demostraciones de amor entre parejas alcanzaron su punto más alto, acompañando un repertorio que mezcló sensualidad, ritmo y pop brasileño moderno.

A lo largo de la noche, la música siguió sonando sin pausa en otras partes del estadio. Jadsa, Tinoc, AfreeKassia, D. Silvestre y Febem aportaron también una dosis de frescura y ritmo urbano que mantuvo en movimiento a quienes no querían que la jornada acabase. Las luces de boliche y las cadencias pegajosas se extendieron hasta el amanecer, dado que la Arena das Dunas no tenía previsto cerrar sus puertas hasta las seis de la mañana.
El sábado 18, la intensidad fue todavía mayor. En el escenario principal tocaron SouRebel, Rachel Reis, Liniker, Mano Brown y BaianaSystem, la banda bahiana que combina percusión afrobrasileña y visuales. Su show, entre la medianoche y la una, fue uno de los pasajes más “explosivos” del encuentro.

Con letras de protesta y críticas al neoliberalismo, el grupo encendió al público, que respondió con pogos y saltos sincronizados. A diferencia de lo que suele ocurrir en recitales masivos tanto en la Argentina como en otras partes del mundo, en el centro de ese “huracán colectivo” reinaban la distancia justa y el respeto mutuo: nadie empujaba ni golpeaba, todos se movían al compás de la música con serenidad.
La energía que BaianaSystem supo contagiar a todos y cada uno de los espectadores perduró durante las demás actuaciones. Potyguara Bardo, Edgar y Val Pescador tomaron la posta con sets cargados de ritmo y performance, que mantuvieron viva la atmósfera nuevamente pasada la madrugada.

Durante las dos noches, el “Baile da MADA” —una pequeña cabina armada cerca de los baños del estadio— ofreció un panorama distinto. Se trató de un espacio dedicado a los DJs y a la música urbana, donde sonaban estilos como electrónica, el funk carioca y el phonk, el género que actualmente domina las redes sociales.
Nacido de la fusión entre trap y funk, el phonk se distingue por sus instrumentales pegadizos y voces distorsionadas. Canciones como “Saka Saka Saka”, “Luna Bala” y “Desce com Pressão” lo popularizaron en redes como TikTok e Instagram, donde el género creció hasta convertirse en un fenómeno global.
En aquel recinto al aire libre, los beats iban acompañados de una pista iluminada por luces de neón y visuales 3D, donde los jóvenes bailaban con movimientos espásticos, entre risas y conversaciones. Algunos filmaban historias o grababan cada instante. Otros simplemente bebían algo y se dejaban llevar.

Fuera del Arena das Dunas, donde reinaba una calma extraña después del descontrol, Natal mantenía a su ritmo habitual. Las calles húmedas, la brisa del mar y el aroma que se desprendía de los pequeños puestos ambulantes acompañaban el cierre de cada jornada de algarabía y un tanto de descontrol. Con su mezcla de tradición, calor y música, la ciudad volvió a convertirse, aunque sea por esas dos noches, en el corazón artístico de Brasil.
