Vuelve ‘Nadie quiere esto’. Y también el debate judío sobre sus representaciones

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La semana pasada, el rabino Danny Stein recibió a un grupo de judíos de entre 20 y 30 años a la sala de su casa en el Upper West Side de Manhattan, donde celebra regularmente el estudio de la Torá, para analizar la serie de Netflix Nadie quiere esto.

«No es un texto sagrado», dijo el rabino Stein. «Pero sin duda es algo que merece la atención judía».

La primera temporada de Nadie quiere esto, enfocada en los problemas sentimentales de un joven rabino (Adam Brody) y una locutora de pódcast poco familiarizada con el judaísmo (Kristen Bell), se había convertido en un tema de debate casi inevitable en muchas comunidades judías estadounidenses desde su estreno el otoño pasado.

Fue celebrada como un programa de televisión convencional que destacaba la belleza del ritual judío, diseccionada por sus comentarios sobre los matrimonios mixtos y criticada por cómo representaba a los judíos y su práctica religiosa. También hizo viral la expresión «rabino sexy».

Después de invitar al público a ver el estreno de la segunda temporada del programa, que empezó a emitirse íntegramente la semana pasada, Stein abrió con una breve enseñanza rabínica sobre el poder de las palabras para «crear mundos». Reconoció que tal vez fuera la primera vez que Abraham Joshua Heschel, el rabino del siglo XX, fuera puesto en conversación con esta particular comedia romántica.

Pero tras ver el estreno de la segunda temporada, la discusión del grupo giró en torno a la principal crítica de la primera temporada de la serie: su representación de las mujeres judías. Stein pidió a los cerca de 15 asistentes que se colocaran a un lado de la sala si consideraban que la serie retrataba positivamente a la mujer judía y a otro si no lo hacía. Los resultados estuvieron divididos, y a continuación se produjo un debate reflexivo sobre los personajes que algunos críticos habían descrito como arraigados en estereotipos negativos.

«Casi me pregunto cómo sería ver la serie en una burbuja judía, donde nadie más en el mundo la viera», dijo una de las asistentes, Cassie Perez. «¿Nos reiríamos, como diciendo: ‘Mi abuela es así; mi madre es así’?».

Tras el estreno de la primera temporada, una serie de comentarios en internet afirmaron que la serie reproduce los estereotipos de la madre judía dominante y crítica y de la esposa frígida y controladora. Contrasta especialmente con las hermanas del pódcast no judías, divertidas y libres (interpretadas por Bell y Justine Lupe), que de repente desestabilizan su orden social. El tema suscitó sentimientos complejos entre los espectadores judíos, a algunos de los cuales les encantó el programa –y aceptaron que la comedia a menudo invita a la exageración–, pero se sintieron molestos por las representaciones, sobre todo de la madre y la cuñada del rabino.

«Las mujeres judías de la primera temporada estaban ahí para restringir a los personajes masculinos», dijo más tarde por teléfono Emma Gray, periodista que ha examinado la serie en su pódcast
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. «Y de repente tienes a estas dos hermanas rubias cuya llegada estaba destinada a liberarlos».

Una de las cuestiones más críticas en torno a la segunda temporada ha sido si la serie podía ganarse a sus críticos, no solo a los profesionales, sino también a quien debatía el tema en chats de grupo y en cenas de shabat.

No todo el mundo está de acuerdo en que hubiera un problema que arreglar. La creadora del programa, Erin Foster, quien se convirtió al judaísmo y basó la trama vagamente en su noviazgo con su marido y el pódcast con su hermana, ha rebatido las críticas. «Es tan raro tener una bella historia judía a escala comercial masiva», declaró recientemente a The Hollywood Reporter, «que centrarse en algo y decidir que es problemático para los judíos me pareció muy miope».

Aun así, el programa estaba abierto a recoger opiniones. Jenni Konner, una de las dos productoras que intervinieron en la segunda temporada, invitó a su propia rabina, Sharon Brous, a comer con los guionistas mientras trabajaban en la nueva temporada. (Foster, quien supervisó la primera temporada, sigue muy implicada como guionista y productora ejecutiva). La serie ha contado con guionistas judíos y consultas rabínicas desde la primera temporada, pero Brous aportó una perspectiva adicional.

«Les dije que su trabajo consiste en ser guionistas de comedia», recordó Brous, al hablar más tarde por teléfono. «Y, sin embargo, estamos viviendo un momento en el que hay un repunte muy peligroso y preocupante del antisemitismo en todo el mundo».

Tenían la responsabilidad, añadió, de «representar al judaísmo en una de las mayores plataformas disponibles.»

Brous dijo que la representación de las mujeres judías en la primera temporada le parecía «incómoda» y que la representación de las prácticas judías era deficiente. En la reunión, explicó las restricciones religiosas en torno al shabat y a la festividad de Purim, que ocupó un lugar destacado en la segunda temporada.

«Me di cuenta de que querían hacerlo bien», dijo Brous.

(Netflix no quiso conceder entrevistas ni de Konner ni de Bruce Eric Kaplan, el otro nuevo productor. Konner dijo a Vanity Fair que los guionistas no habían dado forma a esta temporada en respuesta a ninguna crítica).

En la segunda temporada, los dos personajes femeninos judíos más criticados tuvieron claramente momentos de moderación. Esther (Jackie Tohn), quien es la cuñada del rabino sexy, Noah, había sido una de las más feroces opositoras a la relación entre Noah y el personaje de Bell, Joanne. Esta temporada, Esther se convierte en una especie de guía en la búsqueda de Joanne de un punto de apoyo en la familia.

Y aunque la madre de Noah, Bina (Tovah Feldshuh), sigue siendo hostil ante la perspectiva de una nuera no judía, acepta abrir su cena semanal de shabat a Joanne.

Con una menor resistencia por parte de la familia, el conflicto central de la serie se vuelve más interno: ¿Joanne sentirá un llamado a convertirse al judaísmo? Y si no, ¿Noah aceptará una relación interreligiosa?

El debate entre los telespectadores continuó donde se quedó. Al iniciar un boletín diario sobre la temporada, Lior Zaltzman, del sitio web judío para padres Kveller, calificó el estreno de «otra especie de fiesta judía». Las sinagogas han programado fiestas y debates. En Chicago, la serie ha inspirado programas para parejas interreligiosas.

En casa del rabino Stein, cuya organización comunitaria judía es conocida como Base Upper West Side, parte de la charla se concentró en la cuestión de la autenticidad. ¿Ese acento, ese personaje, esa escena de observancia religiosa parecían auténticos? Dirigiéndose al grupo, Stein se alejó de esa línea de pensamiento.

«Hay tantas formas distintas de ser judío, de actuar judío, de cómo los judios se relacionan», dijo. «Todo tipo de formas diferentes en que interactuamos en el mundo y vivimos en el mundo».

En las reseñas de la segunda temporada, algunos críticos que en su día reclamaron el retrato que la serie hacía de las mujeres judías, han escrito aprobando la mayor profundidad que los guionistas de la serie han dado a Esther, quien tiene su propia e importante trama secundaria. («No siempre estoy furiosa», insiste en medio de una crisis de identidad, «¡también soy muy divertida!». Quizá en un guiño a la disección pública de su personaje).

Allison Josephs, defensora ortodoxa de la representación judía en el entretenimiento, tuvo importantes reparos con la primera temporada. Dijo que las referencias judías de la nueva temporada parecían a veces trivialidades. Pero apreció destellos de enseñanzas religiosas significativas, como la interpretación del rabino Noah de «ayin tovah» –«ojo bueno» en hebreo– como forma de mirar a la pareja de uno con buenos ojos.

Algunas opiniones menos favorables permanecen. Algunos consideran que las interpretaciones de la identidad judía son demasiado simplistas. (La serie «sigue teniendo problemas con sus mujeres judías», escribió Judy Berman en Time, al tiempo que señalaba la llamativa ausencia de debate sobre el conflicto palestino-israelí). Otros han reanudado la verificación de datos sobre el judaísmo de la serie.

Pero eso no quiere decir que no se diviertan.

«Hablar, discutir, quejarse y criticar una obra de arte que retrata el judaísmo de una determinada manera es algo muy innatamente judío», dijo Molly Tolsky, editora de Hey Alma, un sitio feminista de cultura judía. «Y creo que la gente disfruta haciéndolo».

En una escena de Nadie quiere esto, Joanne se entusiasma rápidamente con esa parte del judaísmo.

«¿Una religión que me anima a discutir?», dice. «Me encanta».

Julia Jacobs
es una reportera de arte y cultura que a menudo cubre temas legales para el Times.

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