
“Te dicen la palabra ‘carcinoma’ y, por un segundo, todo se queda en silencio”. Así resumió Juan Casá en diálogo con Infobae, el instante en que recibió el diagnóstico de cáncer en las células epiteliales de la nariz, un punto de inflexión que marcó el comienzo de cambios físicos y emocionales profundos.
La noticia llegó después de meses de síntomas persistentes y diversas consultas médicas. La reacción inmediata fue una sucesión de miedo, confusión y una avalancha de preguntas. Casá apostó por compartir su vivencia para exponer el verdadero desafío de enfrentar esta enfermedad y el extenso proceso de reconstrucción facial.
El primer impacto: del diagnóstico al desconcierto

El shock inicial vino con la confirmación médica. Al leer el informe, Casá se llenó de dudas y temores: “¿Me voy a morir? ¿Por qué a mí? ¿Qué le digo a mi familia?”, relató. Explicó que la sola mención de “cáncer” cambia por completo la manera de verse a uno mismo y de habitar la rutina. “Es como si te pusieran un cartel en la frente que dice ‘enfermo’, aunque vos te sientas bien”, sostuvo. Frente a la incertidumbre, buscó respuestas en internet, pero solo consiguió mayor ansiedad ante la abundancia de información contradictoria sobre el carcinoma.
El comienzo de una vida diferente
El primer síntoma apareció en marzo de 2022: una pequeña lesión en la columela nasal (el tejido que separa los orificios de la nariz), que inicialmente atribuyó a un resfrío. Los especialistas intentaron tratar una posible inflamación, pero la lesión persistió y terminó en una biopsia. El resultado, a fines de agosto de ese año, confirmó la presencia del tumor.

El carcinoma de células escamosas de la cavidad nasal y senos paranasales es un tipo poco frecuente, con una incidencia inferior a un caso cada 100.000 habitantes por año, según cifras del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos.
A pesar de la compañía de su esposa y su familia, Juan sintió un aislamiento profundo. “El diagnóstico no sólo te cambia el cuerpo: te cambia la cabeza, el ritmo, la rutina y hasta cómo te mirás en el espejo”, recordó. Con el tiempo, comprendió que muchas veces no existe una causa identificable para el cáncer y que atribuirse responsabilidades solo añade sufrimiento.
Aunque el entorno era contenedor, reconoció que la batalla era íntima: “Por más que uno esté muy acompañado, estás solo acá, es tu vida la que se juega”, reflexionó. Decidió sostener cierta normalidad en sus actividades, convencido de que solamente una parte de su cuerpo estaba afectada.
Tratamientos y procedimientos: un proceso exigente

Ante la confirmación, el abordaje oncológico se volvió inmediato. Se le sugirió aumentar de peso antes de iniciar la radioterapia y la quimioterapia, para compensar la inminente pérdida de masa corporal. La extirpación quirúrgica del tumor fue la primera intervención y, aunque resultó exitosa, dejó marcas visibles.
Luego llegaron las 35 sesiones de radioterapia —un tratamiento local que utiliza radiación de alta energía para destruir las células cancerosas en la zona afectada—: “Me quemaba por dentro y por fuera”, describió. Su peso descendió drásticamente, y solo evitó la alimentación por sonda gracias a la intervención de especialistas en nutrición.
A esto se sumaron cinco ciclos de quimioterapia, un tratamiento sistémico que actúa en todo el cuerpo para eliminar posibles células malignas restantes. No fueron tan agresivos, pero resultaron igualmente desgastantes. A pesar de todo, reiteró que solo una parte de su cuerpo necesitaba curarse.

Al cierre del tratamiento, en diciembre de 2022, creyó que la etapa más difícil quedaba atrás. Sin embargo, en febrero de 2023, los síntomas reaparecieron. Primero pensó en una infección, pero el tumor había regresado y crecía con rapidez.
“Cuando me dijeron que el tumor había vuelto, sentí como si me empujaran de nuevo al pozo… pero sin cuerda esta vez”, confesó. Frente a la recaída, el equipo médico propuso un enfoque radical: extirpar la nariz y el tejido comprometido para intentar una cura definitiva.
La cirugía, realizada el 3 de abril de 2023, fue extensa y compleja. Despertar sin la nariz supuso una imagen impactante, que Casá aceptó como necesaria para su recuperación.

Esta nueva realidad trajo consigo desafíos sociales y cotidianos. Durante gran parte del año que siguió, eligió aislarse, limitando los encuentros a familiares y amigos cercanos. Rechazó una prótesis de silicona y se ingenió una solución casera fabricada con una manguera para cubrir la ausencia nasal.
“No podía andar con el agujero ni con una venda, así que me hice una especie de nariz”, explicó. La mirada de los demás y la dificultad para retomar actividades habituales intensificaron la percepción de soledad.
El impacto emocional y la búsqueda de sentido
El diagnóstico y las sucesivas intervenciones dejaron huella en lo emocional. La incertidumbre sobre la evolución, el temor a nuevas recaídas y la necesidad de convivir con una parte del cuerpo extraña, marcaron cada etapa.
Casá reconoce que “aunque el entorno acompañe, la experiencia termina siendo solitaria”. Las dificultades para integrar la nueva imagen al día a día y la reacción de quienes lo rodean aumentaron la carga emocional.
En este proceso, la reconstrucción fue también una búsqueda de sentido personal, en la que la paciencia y la resiliencia resultaron esenciales. La adaptación requirió perseverancia y honestidad ante la propia transformación.

Reconstrucción facial: cirugía, identidad y aceptación
La reconstrucción facial comenzó en mayo de 2024. Juan optó por la alternativa más compleja, utilizando su propio tejido en vez de una prótesis externa. La primera etapa consistió en trasladar piel, arteria y vena del antebrazo a la zona nasal, cubierta después con piel de la pierna.
El trasplante fue exitoso y, en agosto del mismo año, se realizó una segunda operación empleando piel de la frente, varillas de titanio y cartílago costal para modelar la nueva nariz. En octubre, la prioridad fue crear el canal respiratorio y perfeccionar la estructura. Las cirugías continuaron en diciembre, enero, marzo y mayo siguientes, con sucesivos ajustes.

“Hay días que al verme al espejo me veo horrible, pero hay que seguir y amigarse con esta nueva versión”, confesó. El proceso sigue abierto, pero afirma estar más cómodo y esperar con optimismo las últimas cirugías para mejorar la función respiratoria.
Esta experiencia transformó la manera en que percibe su identidad y la relación con su imagen. Los altibajos emocionales acompañaron la metamorfosis, dificultando la adaptación. Finalmente, Casá tomó la decisión de exponerse tal como es, tanto en redes sociales como en la vida profesional.

Ya jubilado, comenzó una nueva etapa como consultor psicológico y actualizó su imagen pública sin ocultar los cambios. “Ya ahora me muestro como soy. Soy este, no soy más el otro”, declaró. Valora la aceptación y la resiliencia adquiridas, y comprendió las complejidades que enfrentan quienes viven con diferencias físicas en la sociedad.
Hoy, tras más de tres años de intervenciones y un largo trayecto de aceptación, Juan Casá enfrenta la mirada de los demás y vive plenamente con su nueva imagen. Su testimonio relata que la reconciliación con uno mismo exige coraje y autenticidad, cualidades fundamentales para un bienestar duradero.
