El agro argentino vive un proceso acelerado de digitalización y la inteligencia artificial (IA) emerge como uno de los pilares de esa transformación. Las herramientas van desde la detección selectiva de malezas hasta la estimación del peso del ganado a partir de imágenes. Las herramientas basadas en algoritmos permiten optimizar el uso de insumos, reducir costos y mejorar la toma de decisiones. En un contexto de creciente competitividad y presión por producir de forma más sustentable, la IA se consolida como una aliada clave para aumentar la eficiencia y la trazabilidad en toda la cadena agroindustrial.
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En el marco del Encuentro Anual de Agronegocios de la Universidad Austral, realizado en el Malba, un panel de especialistas y emprendedores compartió experiencias reales sobre la adopción de tecnología en el agro.
“En DeepAgro desarrollamos una tecnología que aplica productos solo sobre las malezas, lo que permite ahorrar hasta un 90% en agroquímicos”, explicó Guillermo Roth, líder agronómico de la compañía. La firma, que nació en la Argentina, ya está presente en Brasil, Estados Unidos y Uruguay, con más de 80 equipos comercializados.
Roth destacó que el uso eficiente de productos agroquímicos no solo implica un beneficio económico, sino también ambiental: “Buscamos ese triple impacto que caracteriza a las tecnologías de este estilo: eficiencia, sustentabilidad y competitividad”. Según el especialista, la inteligencia artificial abre una nueva “caja de herramientas” que permite controlar mejor las problemáticas de malezas resistentes, una de las mayores preocupaciones de los sistemas productivos actuales.

En tanto que Erik Wansart, encargado de desarrollo comercial de Ganader IA, se refirió a una solución digital basada en visión artificial: “Creamos una plataforma web que, a partir de un video tomado con un dron, hace un recuento y una estimación de peso de los animales”.
El objetivo, explicó, fue reducir la movilización del ganado, minimizar pérdidas de kilos y optimizar tiempos y costos operativos. “Queríamos llevar la balanza al ganado, no el ganado a la balanza”, resumió.
La empresa trabaja actualmente en la validación de su tecnología de Validagro, el hub impulsado por la Universidad Austral y Fersam Agroindustrial, donde comparan sus resultados con métodos tradicionales de pesaje para cuantificar el ahorro económico por animal. “Apuntamos a que el productor vea claramente cuánto gana con nuestra herramienta. Si te ahorro un dólar por animal al año, puedo cobrarte 20 o 30 centavos y seguís ganando”, explicó.
Por su parte, Nicolás Otamendi, CEO y cofundador de EIWA, puso el foco en la validación práctica de las soluciones digitales. “Una de las trampas más comunes para una startup es enamorarse de la idea sin comprobar si alguien está dispuesto a pagar por ella”, reconoció. Otamendi subrayó la importancia de medir el retorno económico concreto de cada innovación: “Si pedís al productor que invierta, tenés que mostrarle cómo va a mejorar su eficiencia. De lo contrario, no hay adopción posible”.

EIWA también participó de iniciativas de validación junto a Validagro, que busca conectar startups con productores reales para reducir la brecha entre desarrollo tecnológico y aplicación práctica.
Del lado del productor, Manuel Pascual Merlo, gerente de nuevos negocios de Fersam Agroindustrial, brindó una mirada pragmática sobre los desafíos de incorporar innovación. “Hoy el productor se enfrenta a un menú enorme de opciones tecnológicas. Y cuando hay demasiadas, uno se marea y no sabe por dónde empezar”, admitió.
Señaló que el principal obstáculo no es la falta de oferta, sino la brecha de habilidades para discernir qué herramienta conviene adoptar. “Solo un 5% de los productores son grandes adoptantes, pero más del 80% cree que las tecnologías cambiarán radicalmente el negocio. El problema está en cómo acortar ese gap”, afirmó.
En Fersam la estrategia es convertir la innovación en una palanca de productividad y rentabilidad. “La oportunidad está en multiplicar la productividad a través de la adopción”, explicó.
Los panelistas coincidieron en que la adopción tecnológica en el agro avanza a diferentes velocidades, pero tiende a democratizarse a medida que las soluciones se hacen más accesibles. “Los grandes productores pueden ser los primeros en probar, pero el efecto derrame llega con el tiempo. Cuando una tecnología demuestra su rentabilidad, el boca a boca se vuelve la mejor estrategia comercial», coincidieron.