Agonizaba en el patio de una casa cuando la encontraron. Su frágil y pequeño cuerpo mostraba las huellas de una vida de encierro: marcas claras de que había pasado sus días en una jaula, utilizada como máquina de poner huevos. Pero el horror no terminaba allí: la gallina había sido, además, víctima de un ritual.
“Estaba inmóvil. No sabíamos si estaba viva. Tenía ambas alas quebradas, la cresta cortada con tijera, la cara golpeada. Estaba ciega y sorda. Algo en esa terrible imagen me atravesó y supe de inmediato que tenía que involucrarme. Las esperanzas eran pocas, parecía imposible que superara la primera noche”, recuerda entre lágrimas Agustina Singleton, estudiante de 5to. año la carrera de veterinaria y parte del grupo Rescate de Poios (@rescatedepoios), que se dedica a rescatar, asistir y rehabilitar a gallos, gallinas y pollitos entre otras aves y animales de diferentes especies.

“Verla en ese estado fue desgarrador”
Pocas horas después, Akira -como la bautizaron- estaba en la casa de Agustina. “Verla en ese estado fue desgarrador. No se movía, no respondía, parecía muerta en vida. En ese momento, creí que mi único rol era ser puente para acompañarla a partir, habiendo conocido el calor de una caricia. Pero ella tenía otros planes”.
Akira, de raza Leghorn, que la industria usa para producción de huevos y modifica genéticamente para que el ave produzca toda su vida, tenía unos tres años cuando la descartaron. Según la investigación que recoge Malena Blanco en su libro Carroñeros (Editorial Planeta), la manipulación genética que realizan las empresas sobre las gallinas no prospera sin antibióticos, vacunas, alimento balanceado y vitaminas. El objetivo de esta manipulación es, desde luego, aumentar la rentabilidad.

“Las pollitas llegan a las granjas con un día de nacidas. Como son futuras ponedoras y para que no se lastimen en las jaulas donde pasarán encerradas su vida entera, a todas les mutilan los picos. El sonido en esos lugares es ensordecedor. Las amontonan en jaulas en filas que parecen infinitas. Debajo de ellas, montañas de excremento. Estos animales nunca pisan tierra, pasan toda su vida sobre pisos de alambre, para que sea más fácil la limpieza”, detalla Blanco, creadora de Voicot, un movimiento de activismo y arte referente en América Latina, que lucha por los derechos de los animales y de la tierra.

Pasaban los días. Akira se mantenía de pie. Los primeros días fueron muy fuertes para la gallina y Agustina. “Ver en su cuerpo cómo se iban esparciendo los moretones y cómo empezaban a infectarse sus heridas a pesar de los antibióticos. Me despertaba cada día y corría a verla, con miedo de encontrarla muerta. Acomodé mi vida para estar pendiente de ella en cada momento”.
El daño había sido demasiado
Y, poco a poco, empezó a mejorar. Los moretones de su cuerpo se desvanecieron; un día abrió un ojo y otra noche tomó agua por sus propios medios. Fueron dos meses de tratamiento intensivo, con alimentación asistida y cuidados constantes. Akira debió pasar por dos cirugías en las que se amputar sus alas, porque las infecciones comprometían su vida.

Sin embargo, pese a todos los intentos y a sus ganas de vivir, el daño había sido demasiado. Tras múltiples estudios, se descubrió que el hígado de Akira estaba completamente destruido: eran la lógica consecuencia de haber sido explotada como gallina ponedora, sumado a las infecciones crónicas que había sufrido.

“En las naves de postura, las gallinas -que están desplumadas- reciben dieciséis horas de luz, con relojes que se prenden y se cortan automáticamente. Así se logra que coman la mayor parte del tiempo, porque ellas siguen el tiempo del sol, de la naturaleza: cuando hay luz, comen. Luego de la estadía en esa nave de postura, sigue otra, la de las gallinas más adultas y también las más tristes, que luego son llevadas llevadas al matadero para ser vendidas como carne de segunda”, explica Malena Blanco en el texto que resume años de rigurosa investigación y experiencias personales dentro del corazón mismo de la industria que aniquila animales.

Las Leghorn son también las más utilizadas en rituales. “No sabemos la causa, pero recibimos muchas aves con fracturas de alas y patas, los ojos pegados con cera de vela o intoxicadas porque les dan de tomar alcohol y otras sustancias”, detalla Agustina.

“Estábamos más unidas que nunca”
Akira conoció algo distinto a lo que su destino había anunciado. Supo entender que las manos de Agustina no eran las que le habían hecho daño: confiaba en ella, la buscaba, se dormía a upa. Desarrolló carácter, identidad, encontró una familia. Disfrutaba de caricias debajo del pico pero no quería que le tocaran la cresta. Cuando viajaba en auto, se salía de la caja y se acomodaba sobre Agustina. Le gustaba mucho comer insectos, se desesperaba al verlos.

Sin embargo, con la llegada del mes de la primavera Akira comenzó a apagarse. “Estábamos más unidas que nunca. Aki me buscaba y se dormía arriba mío. Algo me decía que se estaba apagando lentamente, así que suspendí mis asuntos personales para dedicar mis tardes a estar acostada con ella. Teníamos una conexión que pocas veces sentí en mi vida. El 12 de septiembre, su luz se apagó y nos dejó. Aki fue mi compañera, mi amiga y un ser increíble y resiliente. Fue y será puro amor y fortaleza, nos cambió la forma de ver todo y es quien nos sigue dando esperanzas en cada rescate”.
Compartí una historia
Si tenés una historia de adopción, rescate, rehabilitación o ayudaste a algún animal en situación de riesgo y querés contar su historia, escribinos a [email protected]
