Haciendo uso ilegal de la medicina, cuando les hago imaginar a mis alumnos cómo trabaja el ministro de economía, o el presidente del Banco Central de un país como el nuestro, les sugiero pensar en el médico a cargo de la guardia de un hospital. Está leyendo un libro, cuando se abre la puerta por la cual ingresan 32 heridos, producto de un choque. Tiene que adoptar decisiones muy difíciles a gran velocidad, contrarreloj, contando con poca información y rodeado de personas que gritan, aconsejan y amenazan. ¿Estaré exagerando?
Al respecto, me contacté con el holandés Daniel Bernoulli (1700 – 1782), cuya familia, de origen suizo, según Oystein Ore, adquirió su fama en la historia de la ciencia por aportar ocho o nueve matemáticos de primer nivel en tres generaciones. Eran descendientes de Niklaus, importante mercader de la ciudad de Basilea. Todos fueron obligados por sus padres a estudiar una de las carreras tradicionales (en el caso de Daniel, medicina), y sólo después se les permitió dedicarse a su verdadera vocación, las matemáticas. Daniel fue hijo de Johann, sobrino de Jakob y primo de Nicolás.
– Entre los economistas usted es recordado por la denominada “paradoja de San Petersburgo”. ¿En qué consiste?
– Nicolás le planteó cinco problemas al matemático Pierre Rémond, el último de los cuales es un juego, que consiste en tirar una moneda al aire hasta que salga una cara. El número total de tiradas determina el premio, que es igual a “2, elevado a la n”. Ejemplo: si al tirar la primera vez sale cara, el premio es de $ 2 y termina el juego; si la primera vez sale ceca y la segunda cara, el premio es de $ 4 y termina el juego; y así sucesivamente. ¿Cuánto estaría alguien dispuesto a pagar, por participar en él? En 1738 publiqué mi respuesta, en latín, que recién en 1954 fue publicada en inglés en Econometrica.
– ¿Qué dijo usted?
– Que desde que los matemáticos comenzaron a estudiar la medida del riesgo, hubo acuerdo general sobre la siguiente proposición: los valores esperados son computados multiplicando cada ganancia posible por el número de veces en las que puede ocurrir, dividiendo la suma de tales productos por el número total de casos. Este principio parece intuitivamente muy plausible, pero cuando se les pregunta a las personas cuánto estarían dispuestos a pagar por participar en el juego planteado, no lo aplican.
– Clarifíqueme, por favor.
– En base a lo que según los matemáticos era el criterio acordado, el valor esperado es infinito, no obstante lo cual: ¿quién está dispuesto a pagar infinito por participar? Ocurre que la cantidad que se está dispuesto a pagar no está basada en el valor esperado, sino en la utilidad que genera dicho valor. Es altamente probable que un aumento en la riqueza, por insignificante que parezca, siempre resultará en un aumento de la utilidad que será inversamente proporcional a la cantidad de bienes que ya se poseen.
– Como buen matemático, usted le dio especificidad a la relación inversa entre riqueza y bienestar; me quedo con que se trata de una relación inversa. Pero quiero conversar con usted por sus estudios de medicina. ¿Cómo enfrenta un médico a un paciente?
– De las muchas perspectivas desde las cuales se puede abordar una respuesta, quiero tomar la que está implícita en el planteo inicial de esta conversación. La de las circunstancias en las cuales se produce el encuentro entre un médico y un paciente.
– Siga.
– Nadie concurre al consultorio de un galeno para explicarle que su salud es perfecta. Se toma el trabajo de viajar, y de pagar la consulta, porque “algo” le duele o le molesta. Pues bien, la interacción comienza con el médico preguntándole al paciente “¿qué le anda pasando?”. Luego de escucharlo, lo ausculta, le pide algunos análisis y fija la fecha para la próxima visita.
– Ésta es una situación extrema: ¿cuál es la otra?
– La de la sala de guardia del hospital, donde como el paciente no está en condiciones de hablar, el médico tiene que “adivinar” lo que ocurre y, como usted dice, adoptar decisiones difíciles, contrarreloj, con poca información y rodeado de personas que estorban en vez de colaborar. Tengo entendido que los médicos del SAME tienen tiras de colores para clasificar la gravedad de cada uno de los heridos, que pegan en cada camilla.
– ¿Qué tiene que ver todo esto con la política económica práctica?
– Que, como consecuencia de las circunstancias, tanto el ministro de economía como el presidente del Banco Central con frecuencia actúan como si estuvieran en la sala de guardia y no en el consultorio. Henry Kissinger pasó de enseñar en Harvard a ser asesor nacional de seguridad primero, y titular del departamento de Estado después, durante la presidencia de Richard Milhous Nixon. Invitó a sus ex colegas a una reunión en Washington y casi se fueron a las manos, porque estos aparecieron con monografías -que en el mejor de los casos llegaban a conclusiones generales-, mientras que quien tiene una responsabilidad ejecutiva, frente a cualquier cuestión, sólo tiene una única pregunta: ¿y entonces, qué hacemos?
– ¿No debería el equipo económico de un gobierno anticipar las futuras circunstancias, para no tener que actuar permanentemente con la perspectiva de la guardia del hospital?
– Sí, pero no seamos demasiado exigentes. Una de las preguntas que permanentemente se tiene que hacer quien ejerce una función ejecutiva es la siguiente: ¿el tiempo me juega a favor o en contra? Ejemplo de esto último: la fijación nominal de un precio en una economía inflacionaria. Genera dificultades porque los funcionarios tienen incentivos para demorar el correspondiente ajuste, aumentando con el paso del tiempo el tamaño del problema, y encima -en la Argentina, país habitado por gente entrenada para olfatear desequilibrios- la dificultad se agranda más, porque a cada uno le conviene jugar en contra del sistema.
– ¿Por qué dice que no debemos ser demasiado exigentes?
– Porque muchas veces el cambio en las circunstancias es difícil de pronosticar. Es lo que ocurrió en su país, en el plano cambiario/monetario, en los meses anteriores a la elección de medio período. Queda para los historiadores averiguar si el Poder Ejecutivo Nacional se equivocó en enfrentar el problema. La experiencia sugiere que más importante que equivocarse es la velocidad con la que se corrige el problema.
– ¿Usted está diciendo que la asistencia del Tesoro de Estados Unidos no se hubiera producido de no haber sido necesaria?
– Obvio. Los resultados electorales del 26 de octubre pasado alejaron el fantasma del Diluvio Universal, pero supongo que las autoridades no bajarán la guardia porque, como bien dicen los ingleses, todo es “por el momento”.
– Don Daniel, muchas gracias.
