Ramón Andrés: “La inteligencia artificial es el espejo del actual expolio social”

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El español Ramón Andrés (Pamplona, 1955) es uno de esos autores que, como Claudio Magris o W.G. Sebald, le escapan a las categorías: erudito musicólogo, ha escrito numerosos ensayos que giran alrededor de compositores medievales, renacentistas y barrocos, entre los que resultan insoslayables Johann Sebastian Bach. Los días, las ideas y los libros (2005), El mundo en el oído. El nacimiento de la música en la cultura (2008) y, más recientemente, La bóveda y las voces (2022), donde sigue, al ritmo de un diario propio, la vida y la obra del francoflamenco Josquin Desprez (1450-1521), uno de los grandes maestros de la polifonía.

“Si el trabajo intelectual tiene un cometido hoy –dice cuando se le pregunta por los ruidosos tiempos actuales donde dominan la altisonancia política, las fake news y el automatismo de la inteligencia artificial– es el de deshacer los equívocos y los fraudes a los que estamos sometidos. Más que hacer, se trata de deshacer, de desentrañar. Un viaje inverso a lo que podemos pensar como verdad. La inteligencia artificial no es más que el espejo del actual expolio social”.

Además de un notable prosista, Andrés es poeta –recibió en su país el Premio Nacional de la Crítica por Los árboles que nos quedan–, cultor de los aforismos –un género breve “que nada tiene que ver con la inmediatez de Twitter”–, antologista de textos místicos y también autor de un Diccionario de instrumentos musicales (1995-1001) y otro de música, mitología y religión.

Aunque vivió mucho tiempo en Barcelona, desde hace años reside en Elizondo, un pequeño pueblo vasco donde –como se desprende de La bóveda y las voces– se dedica a escribir y a escuchar a los compositores del pasado que prefiere, aunque sin desdeñar notas más contemporáneas, según sugieren al pasar sus referencias a Leonard Cohen o Eric Clapton. “Hace muchos años que escucho a Cohen, también, es verdad, a Clapton y otros –dice cuando se le señalan esos nombres–. Me gustan también Tracy Chapman, por ejemplo, y Cesária Évora. Aunque mi música es otra muy distinta, me acerco a estos cantantes con el mayor gusto en momentos de descanso. Pienso en Léo Ferré, en Joe Cocker, en Luis Eduardo Aute…”

Invitado por la Universidad de Tres de Febrero (Untref), el escritor visitará la Argentina esta semana, donde hablará sobre su modo de escritura y leerá fragmentos de su obra en la serie de Lecturas Frost, de la Maestría en Escritura Creativa de esa universidad.

–Al leer sus libros, es imposible dejar de preguntarse qué es lo que la música tiene como diferencial dentro del acervo humano. ¿Cómo es que podemos escuchar a un compositor como Josquin Desprez como si fuera un contemporáneo, a pesar de la distancia temporal que nos separa de él y tantos otros?

–Bueno, la música es uno de los acontecimientos ancestrales de las primeras sociedades humanas. El ritmo, la imitación de la naturaleza a través de sonidos y gestos, que conducirá a la danza, en fin, la intuición de un más allá, de un mundo presentido e invisible, fundó una primitiva necesidad mítica, sagrada, cuya conexión más directa con lo desconocido es el sonido y su heredera, la música.

–También ha escrito sobre Monteverdi, Bach, por nombrar dos creadores. ¿Qué tenemos para aprender de su música más allá de su música?

–Los músicos que me menciona, así como los maestros de sus respectivas generaciones, lo que nos aportan es, sobre todo, orden, armonía en el sentido más amplio del término, una manera distinta de pensar el tiempo, también el espacio. No están restringidos por la mente moderna, tan determinista, tan individualista y rendida a la idea de futuro. Su mente era menos mecánica que la nuestra, que está preparada para servir al absolutismo del bienestar. El azar tenía un lugar importante, cosa esencial para la creación.

La bóveda y las voces es un ensayo sobre Josquin Desprez y su época, pero también un diario, uno de los géneros que se revitalizó durante la pandemia, que es cuando escribió el libro. ¿Qué lo decidió a seguir los pasos del compositor de esa manera inusual?

–Josquin, que fue, por así decir, el Bach de su tiempo, siempre ha sido objeto de la musicología. El objeto del libro era hacerlo cotidiano, pensarlo cercano, contemplarlo desde el punto de vista humano, y que eso fuera una manera de difundir su nombre fuera de la academia. Este propósito me hizo pensar en una estrategia: convivir con él, acercarlo a nuestros días, ir a los suyos a través de un diario desde el que se sueña y sin embargo no deja de ser real.

–Pero en el mismo movimiento ese diario refleja la experiencia de la pandemia. Pasado cierto tiempo, ¿afectó esa circunstancia la manera de ver y relacionarse con el mundo?

–He de decir que no cambió nada en mi fuero interno, salvo comprobar una vez más no solo la fragilidad de nuestra condición, sino la de una sociedad que se presume invulnerable. La pandemia puso en evidencia nuestra situación en el mundo, azarosa, y el desconcierto al que estamos sometidos debido a la oscura manipulación de los distintos poderes.

La pandemia no solo mostró la fragilidad de nuestra condición, sino la de una sociedad que se presume invulnerable

–A la cultura del pasado se la trata muchas veces como fósil, pero usted no solo se detiene en figuras clave, sino también en los artistas menores y artesanos que ayudaron a darle forma. El poeta Ives Bonnefoy decía que los ensayos de él sobre arte eran “viajes de estudio”, una manera de recobrar el pasado. ¿Puede decirse que esa cultura de ayer sigue siempre en movimiento?

–No puedo estar más de acuerdo con Bonnefoy. Cada libro es un viaje interior, cada página un lugar. La escritura es la posada de ese itinerario. La “cultura del pasado” nos ha traído hasta aquí, procedemos de un modo de hacer y pensar, de una memoria. El pasado no es algo estático, está en movimiento siempre que se lo rememora, lo mismo que la obra de arte, que debe su esencia a una quietud que fue pensada desde el movimiento. Ahí no podemos separar a Aristóteles de Platón. Y en cuanto a los artistas olvidados, cabe decir que, en el caso de la música, es lamentable. Conocemos a pintores como fra Angelico y Botticelli, pero no a sus equivalentes musicales, como Guillaume Dufay y Josquin, que fueron igualmente grandes. Sabemos quién era Petrarca, quién Montaigne, ¿pero quién era (Johannes) Ockeghem? Sólo unos pocos.

–En esa mirada hacia atrás, hay también lugar para figuras de la historia tradicional. De hecho, se centra en muchas mujeres, como Juana I de Castilla o Margarita de Austria. ¿Esa mirada es también una manera de reescribir algunas de las torpezas y las injusticias de ese pasado?

–Cierto, siempre tendemos a pensar de una manera establecida por ciertas convenciones, que a menudo tienen una raíz religiosa, no cabe olvidarlo. La Biblia es discriminatoria hasta el extremo. Cuando se habla desde el punto de vista histórico, es común relegar e incluso olvidar nombres cruciales del pasado. Pienso, por ejemplo, en [la filósofa] Hildegarda de Bingen, también en una mística como Margarita Porete, que fue quemada en la hoguera, en 1305, y es un claro antecedente del Maestro Eckhart. Y así sucesivamente. En la actualidad también ocurre así. El problema estriba hoy en la desorientación de ciertos feminismos, que han sucumbido a una vieja ideologización.

–Le nombraba a Juana de Castilla por su decisión de no llamarla “la loca”, como suele hacerse, sino “la melancólica”.

–Juana de Castilla era una mujer culta, amaba la música de manera profunda, sobre todo a Pierre de La Rue y Josquin. Vivió sometida por la melancolía, porque su existencia fue un difícil y árido paso por la tristeza. No era fácil tener como padre a Fernando el Católico, alguien oscuro y temible, carente de escrúpulos, que mandó envenenar a personajes que le eran cercanos. Juana sufrió el peso de su sombra, pero también la infidelidad y la desmedida ambición de su esposo [Felipe el Hermoso]. Juana era demasiado inteligente para sobrevivir sin desgarro. No estaba loca, la enloquecieron acaso. Era melancólica por el dolor que se le causó.

–¿Cuál sería esa desorientación en relación a figuras como ella?

–En tiempos de Juana, no hay que olvidarlo, la mujer tenía poco que decir, pese al valor extraordinario de algunas, que incluso adquirieron grandes responsabilidades políticas, como Margarita de Austria y tiempo antes Margarita de Navarra, autora, además, del Heptamerón. Mujeres que desde antiguo fueron señales de la humanidad, como Christine de Pizan o Juliana de Norwich y tantas más.

–Los aforismos tienen un larga tradición, desde Gracián, y más tarde Lichtenberg, pero curiosamente recuerdan la actual tendencia a la brevedad, como la de Twitter. ¿Hay algún vínculo entre los aforismos y esa concisión ingeniosa, pero coyuntural?

–No, el aforismo, en cuanto a su elaboración, nada tiene que ver con la inmediatez. A menudo es fruto de una larga reflexión, de ahí que debamos entenderlo como literatura. Las ocurrencias, las frases ingeniosas que circulan en Twitter nada tienen que ver con un aforismo, que tiene un sustrato profundo y destilado. Pienso en Nietzsche, en Kafka, en Canetti.

–Ha escrito sobre lo mal reconocidos que están los trabajos intelectuales. Nunca estuvieron muy bien pagos, pero cada día es más notoria esa indiferencia. ¿Cuál es la importancia del trabajo intelectual hoy?

–El trabajo intelectual acostumbra a ser una especie de extraño altruismo. Escribir, en un país tan ignorante e ingrato como el mío, es una proeza. Me refiero a escribir en serio, no trilogías comerciales que son productos ideados por las grandes editoriales.

El arte de la política ha sido olvidado: hoy todo es grito, violencia, vulgaridad, ignorancia

–¿Y en relación a la inteligencia artificial, que se nutre automáticamente de todo el conocimiento disponible hasta hoy, vale decir, de trabajo intelectual?

–Si el trabajo intelectual tiene un cometido hoy, es el de deshacer los equívocos y los fraudes a los que estamos sometidos. Más que hacer, se trata de deshacer, de desentrañar. Un viaje inverso a lo que podemos pensar como verdad. La inteligencia artificial es el espejo del expolio social, que también afecta, por supuesto, a los intelectuales y artistas.

–Pienso en su antología del misticismo. ¿Y lo espiritual, ocupa hoy algún lugar?

–La espiritualidad ha sido desalojada, asaltada. No hablo de religión, sino de espiritualidad, que ha sido cercenada y, en cambio, es una característica del ser humano, que es trascendente en su origen, aunque ahora su mente ha sido construida para el determinismo y el materialismo.

–Cito una frase suya: “El que cree tener razón y encima la defiende desde el error, carcome cualquier sistema político, se trate de un totalitarismo o de una democracia, fingida, pero verdadera”. ¿Cuáles son los laberintos en que se encuentra hoy la política?

–Son parte directa de este expolio del que le hablo. El arte de la política ha sido olvidado, hoy todo es grito, violencia, vulgaridad, ignorancia. Apenas hay políticos de verdad, no conozco a ninguno que hable de equilibrio y ponderación. Son lacayos de un partido, sirvientes dóciles de un dueño que los arroja al estrado. Figuras trágicamente cómicas. La política ha sido engullida por la economía, por una economía que no contempla la equidad, claro.

–Si es así, ¿qué debería entenderse como política para sortear esa trampa?

–Se trata de salir del cepo dentado de este neocapitalismo desbocado, incontenible con los instrumentos de las ideas políticas tradicionales. Se necesita un nuevo lenguaje para revertir esta deriva desoladora, un lenguaje capaz de crear realidad, una nueva realidad, de proponer posibilidades para un mundo en apertura, un lenguaje alejado de las caducas consignas a menudo inspiradas en una izquierda avejentada y sin rumbo que no ha sabido, hasta la llegada de los nuevos totalitarismos, cuál es su lugar en el mundo, obnubilada por cuestiones menores.

–Se ha hablado mucho de la supuesta decadencia de Europa, de su pérdida de incidencia global. ¿También eso, de ser así, afecta la influencia de su cultura?

–Europa, desde hace demasiado tiempo, se ha dejado acunar por Estados Unidos, y su arrullo la ha dormido. Europa se ha comportado con una inmadurez suprema, con una irresponsabilidad sin precedentes. Ahora la Unión Europea trata de corregir esta deriva, pero carece de consistencia para afrontar los problemas de un continente cuarteado por los nacionalismos. La Unión Europea, que hace caso omiso de la milenaria cultura creada en su suelo, ha conseguido convertir Europa en un artículo de lujo, impagable para los ciudadanos, cada vez más exigidos.

–¿Cómo es su vida cotidiana en el pueblo donde reside? Ese lugar suyo en el mundo, ¿es un refugio contra el vértigo de hoy o un puesto de observación ideal para ver con mayor claridad, a distancia?

–Viví muchos años, décadas, en una gran ciudad como Barcelona. No añoro nada de todo aquello, salvo ciertos amigos y unas pocas librerías. Vivir en una ciudad tan poblada te convierte en colaboracionista, y nada deseo menos. Mi vida siempre ha sido recogida, apartada, y ahora, en este sentido y desde hace años, todo me resulta más fácil. Montañas, rebaños, bosques, ríos. Sin la naturaleza, muero.

UN PENSADOR DE LA MÚSICA Y LA CULTURA

PERFIL: Ramón Andrés

El español Ramón Andrés nació en Pamplona, en 1955. En su juventud, estudió cello y se dedicó profesionalmente a la música, especializándose en el repertorio medieval y renacentista. Vive desde hace años en Elizondo, un pueblo vasco de la comunidad de Navarra.

Musicólogo, ha escrito numerosos ensayos sobre música y compositores, entre los que se cuentan Johann Sebastian Bach. Los días, las ideas y los libros (2005), El mundo en el oído. El nacimiento de la música en la cultura (2008), Claudio Monteverdi. “Lamento della Ninfa” (2015) y La bóveda y las voces. Por el camino de Josquin (2022), sobre el compositor Josquin Desprez.

También es poeta. Además ha publicado una antología de textos místicos (No sufrir compañía), Semper Dolens. Historia del suicido en Occidente (2015), tres volúmenes de aforismos, un diccionario sobre instrumentos musicales y otro sobre mitología, magia y religión. También fue cofundador de Archipiélago. Cuadernos de crítica de la cultura.

Esta semana visitará la Argentina, donde disertará sobre su obra en la serie de Lecturas Frost, organizadas por la Maestría en Escritura Creativa de la Untref. El encuentro será el miércoles 12 de noviembre, a las 19 horas, en la sede del rectorado de esa universidad, en Juncal 1319.

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