La terraza suele convertirse en el espacio pendiente de la casa: un lugar cuyo potencial se conoce, pero que por una u otra razón continúa siendo secundario.
Sin embargo, con algunas decisiones de diseño inteligentes —más que caras o rebuscadas— ese escenario puede virar de impersonal a íntimo y aprovechable en los meses cálidos.

Definir la función
Antes de llenar la terraza con cosas lindas, conviene preguntarse: ¿cómo quiero usarla?, ¿desayunos? ¿largas sobremesas?, ¿lectura al atardecer?, ¿huerta urbana?, ¿un rincón para niños?
Trazar una zona de comedor al aire libre, por ejemplo, ya resulta un acierto porque convierte el espacio en una zona de uso concreto. Un espacio definido es una invitación a usarlo sin que haya que estar recordando que existe.


Usar un mismo material como hilo conductor para articular los distintos sectores de la terraza es un acierto estético. No se trata de añadir un material al espacio, sino de emplearlo como estructura, como subtexto del diseño para hacer que el conjunto hable un lenguaje definido y concreto.
Esto nos recuerda la importancia de valorar los materiales como parte del lenguaje arquitectónico del exterior, no solo como objeto de moda.

Plantas grandes para escalar espacios
Introducir árboles en macetas grandes ayuda a cambiar la escala del espacio para que deje de ser balcón o terraza y pase a ser paisaje.
Si no se quiere sobrecargar con peso el lugar, se pueden emplear maceteros de gran volumen pero de materiales livianos con gramíneas que se mueven con el viento, herbáceas y arbustos de flor.
Las terrazas no tienen por qué quedarse en una mesa y dos sillas más algunas plantas pequeñas. Crecer en escala es clave para que el espacio funcione realmente.

Bajo mantenimiento, más disfrute
Ante condiciones duras (vientos, sol pleno, ambiente urbano), se pueden seleccionar especies nativas y resistentes como gramíneas, herbáceas costeras, que resisten y también aportan movimiento.
En paralelo, hay que tener en cuenta que elegir una especie protagonista es un acierto tanto económico como de mantenimiento. En este punto, elegir bien es clave porque si la planta pide constante mantenimiento, lo que era un espacio para relajarse se vuelve una tarea más.


El valor de la vista es fundamental en balcones y terrazas o, en el peor de los casos, buscar la manera de tapar situaciones poco amigables. Ambas situaciones se pueden resolver con ingenio y una mirada inteligente del entorno.
Por ejemplo, una baranda de vidrio permite que la visual se mantenga intacta, sin pantallas visuales molestas. O un cerco de gramíneas tupidas permite tapar visuales poco favorables.

Textiles e iluminación
En espacios abiertos, los textiles y decoración juegan con la tonalidad de la vegetación para dar unidad al conjunto. La atmósfera no se hace solo con la estructura, sino con lo que se siente: luz cálida, tejidos acogedores, sillas que invitan a quedarse.
La terraza puede tener buen diseño duro (madera, plantas, estructura), pero sin ambiente suave se queda en algo visualmente correcto pero poco vivido.


Low cost no es menos pensado
Poder diseñar un ambiente con presupuesto medido y que el resultado sea atractivo requiere estrategia: focalizar en unas pocas decisiones clave, reutilizar y simplificar porque el presupuesto ajustado no es excusa para diseño mediocre; puede ser estímulo para la creatividad.

Transformar una terraza es, en gran medida, dar entrada a un tercer espacio: ni completamente interior, ni solo un balcón abandonado.
Cuando lo hacemos con intención, los resultados trascienden el objeto (la mesa, la planta exótica) y van hacia la experiencia: lugar para recibir, leer, mirar el atardecer, escuchar el viento o la lluvia. Y es esa la actitud que marca la diferencia entre un espacio con o sin alma.
