El mercenario, escribió Nicolás Maquiavelo, era “inútil y peligroso”. Era “infiel, valiente ante los amigos, cobarde ante los enemigos”. Un soldado privado se daba vuelta y huía cuando aparecían los problemas. “No tienen otro atractivo ni motivo para mantenerse en el campo que una mísera paga, que no basta para hacerlos dispuestos a morir por vos”. Sin embargo, 500 años después, el negocio de las compañías militares privadas (PMC, por sus siglas en inglés), el eufemismo moderno, está floreciendo.
Los conflictos traen miseria, pero también generan demanda. Cuando la Gaza Humanitarian Foundation (GHF) fue contratada para distribuir ayuda en Gaza a comienzos de este año, recurrió a UG Solutions, una empresa estadounidense, para brindar seguridad armada. Cuando Rusia necesitó hombres para su guerra en Ucrania y sus operaciones en África, recurrió al Grupo Wagner, una organización respaldada por el Kremlin e integrada por exmiembros de las fuerzas especiales rusas. Mercenarios colombianos están entre los que combaten por Ucrania. En Occidente, el gobierno estadounidense es el mayor cliente de las PMC, dice Dominick Donald, un analista que trabajó para Aegis, una firma de seguridad británica.
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El negocio de la seguridad abarca desde los regordetes guardias de centros comerciales y custodios armados contratados por empresas en zonas peligrosas, hasta soldados de fortuna que pelean en guerras. Muchos provienen del mismo reservorio: exmilitares, a menudo de fuerzas especiales. Y todas las ramas de la industria se expandieron en las últimas décadas, a medida que los gobiernos redujeron sus ejércitos y creció la demanda privada. Ahora, los conocedores se entusiasman con el posible final de la guerra en Ucrania, con la esperanza de que su reconstrucción sea tan beneficiosa para el sector como lo fue la de Irak.
Los primeros años 2000 fueron un “verdadero boom”, dice Tim Spicer, exoficial del ejército británico que fundó Aegis y Sandline International, otra PMC. Irak albergaba a decenas de miles de contratistas, la gran mayoría en roles no combatientes.
Al final de la guerra en Irak, “los cowboys se lanzaron”, dice el teniente coronel Spicer. Pero hoy existen media docena de grandes empresas de seguridad privada con “estructuras corporativas”, incluyendo departamentos legales, de contratación y de personal. El trabajo tipo PMC representa solo una pequeña fracción de sus negocios. Entre ellas se cuentan la estadounidense Constellis (que el año pasado tuvo ingresos de US$1400 millones y más de 12.700 empleados) y la canadiense GardaWorld (que opera en decenas de países). Donald explica que el mercado se divide entre firmas bien capitalizadas, respaldadas por capital de riesgo y fortunas privadas, y otras más precarias, que permanecen “latentes” hasta que aparece un gran contrato, momento en que suelen ser adquiridas por los grandes jugadores.

La industria también está “atomizada” en otros sentidos, dice Sean McFate, de la National Defence University en Washington D.C., exparacaidista (que, según él mismo, “levantó pequeños ejércitos en África para intereses estadounidenses”). McFate divide las PMC en tres “lenguajes de mando”, según la lengua en que se imparten las órdenes, cada uno con su propia cultura: un grupo angloparlante (EE.UU., Europa y otros países de habla inglesa), otro rusoparlante y un tercero hispanohablante, compuesto por exoperativos de fuerzas especiales latinoamericanos —en particular colombianos—, a menudo entrenados por los boinas verdes estadounidenses.
Con los gobiernos enfrentando dificultades para reclutar soldados, las PMC ofrecen un sustituto más barato, en parte porque no requieren el mismo nivel de entrenamiento, pensiones ni beneficios. Spicer señala que sus colegas calcularon alguna vez que un contratista estadounidense costaba unas siete veces menos que un soldado regular, y un mercenario británico diez veces menos. Los combatientes colombianos también resultan una ganga. “Cuestan cerca de una cuarta parte de lo que costaba yo cuando estaba en la industria”, dice McFate.
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Para quienes se alistan, la paga puede resultar atractiva. Los mercenarios colombianos ganan mucho más que en el servicio estatal y suelen vivir en condiciones más cómodas. Los mercenarios rusos en Ucrania llegaron a cobrar el doble que los soldados regulares en un momento. Pero el dinero no es la única motivación. “Muchos de los tipos que conocí en la industria entraron no porque el dinero fuera bueno, sino porque podían tener control sobre su vida”, dice McFate. “Podés decir que no a una misión. Y eso era muy atractivo.”

La mayoría de las PMC no participan en combates serios. Pero en la última década más de ellas comenzaron a ofrecer lo que Ulrich Petersohn, de la Universidad de Liverpool, llama “soluciones de combate”. En un momento, dice, había más de 50.000 operadores comerciales en Ucrania, en su mayoría poco calificados y del lado ruso, en buena medida para evitar la necesidad de un reclutamiento formal.
El coronel Spicer lamenta las connotaciones negativas de la palabra “mercenario”. Se queja de que el auge de grupos tipo Wagner, protegidos por regímenes autoritarios, ha empañado la reputación de operadores más respetuosos de las normas. Petersohn halló que, entre 1980 y 2016, la presencia de mercenarios se asoció con una tasa 39% menor de “victimización” civil. Las PMC con sede en países democráticos presentaban una tasa 66% menor que las de países no democráticos. (Una posible explicación es que, al menos entre las empresas más “corporativas”, una mala reputación es mala para el negocio). “Percibir la industria como una colección de cowboys agresivos es un error”, concluyó.
Aun así, las firmas occidentales también han tenido sus controversias. En Gaza, la ya desaparecida GHF utilizó mercenarios armados del Infidels Motorcycle Club, una pandilla estadounidense antiislámica, aunque se cree que la mayoría de las muertes en puntos de distribución de ayuda fueron causadas por fuerzas regulares israelíes. La Frontier Services Group, fundada por Erik Prince —el polémico ejecutivo cuya empresa, Blackwater, mató a 17 civiles iraquíes en 2007— fue sancionada por Estados Unidos en 2023 por entrenar pilotos militares chinos.
Muchos creen que la industria está lista para otra ola de expansión. “Creo que habrá otro boom”, dice el coronel Spicer. “Los problemas que se encontraron en la reconstrucción de Irak serán enormemente amplificados en Ucrania.”
Y habrá una oferta abundante de hombres para satisfacer la demanda. La guerra de Ucrania producirá miles de soldados curtidos, expertos en las últimas tecnologías, como los drones de ataque. El presidente ucraniano, Volodímir Zelensky, dijo que su país evalúa crear sus propias PMC. Muchos soldados de élite estadounidenses también acaban de salir de un período de “descanso y recuperación” tras la caída de Kabul en 2021, dice una fuente del sector. Están listos para campañas agresivas de EE.UU. contra los cárteles latinoamericanos o para proteger la minería de minerales críticos en Estados frágiles.
“La privatización de la guerra ya está en marcha”, sostiene McFate. “Quienes la entienden la están adoptando, como Rusia. Quienes no, como Occidente, van a enfrentar serios desafíos.”
