Un oasis en medio de la ciudad. Así se siente el departamento del médico psiquiatra psicoanalista José Eduardo Abadi, rodeado por los Bosques de Palermo. Una vez adentro del edificio, para llegar, hay que encontrar el ascensor correspondiente a su sector que, en este caso, no está especificado con una letra sino con un tipo de árbol. Cuando se abren las puertas, todo es verde y luminosidad. Los ventanales que rodean el departamento, al que está recientemente mudado después de varios meses de obra, dejan asomar las copas de los árboles, que parecen parte del decorado. Dice que tiraron paredes y que ahora la luz fluye más. Todo es nuevo, moderno, impecable y cálido a la vez.
“Desde muy chico admiraba ese mundo enorme que, sabía, nunca iba a poder abarcar y conocer en su totalidad. Lejos de desanimarme, la inmensidad de lo desconocido era el motor que me llevaba a zambullirme en tantos argumentos distintos. Esa curiosidad nunca dejó de latir, aun cuando pudo estar más apagada en aquellos tramos de mi vida donde tuve pérdidas muy dolorosas. El interrogante nunca dejó de estar de mi lado: ¿quién era yo? ¿Por qué hacía lo que hacía? ¿Por qué pensaba como pensaba? ¿Qué iba a hacer para que el mañana fuera algo distinto al presente, aun cuando se le pareciera tanto?”. La reflexión del psiquiatra, psicoanalista, escritor y dramaturgo José Eduardo Abadi forma parte de su último libro, La curiosidad al diván (Planeta). En sus páginas, el autor hace un recorrido por lo más íntimo de su vida, como si se tratase de un viaje que comparte con el lector. Allí reconoce que esa ansia de saber, ese deseo de incorporar conocimiento lo acompañó toda su vida. Sin duda, su propia curiosidad lo impulsó a adentrarse en los recovecos de la mente a través de la psiquiatría y del teatro.
–Hoy por hoy, ¿cuál es su mayor actividad, psicoanalista, hombre de teatro o comunicador?
–Evidentemente la actividad que ocupa la mayor cantidad de tiempo mío es la actividad de médico psiquiatra psicoanalista. Pero el psicoanálisis no es la aplicación de alguna técnica única, de algún modo mecanizado, sino que es investigación, es crear un campo intersubjetivo con el paciente donde existe la exploración compartida, la resignificación de determinadas situaciones, el intento de alivio de sufrimientos, la amistad particular que se crea entre un terapeuta y su paciente.
–¿Amistad se puede decir?
–Se puede decir. No es la amistad que vas a tener eventualmente con una amiga, pero sí amistad en el sentido más profundo de la palabra, que es la confianza, la receptividad a la palabra del otro como un aporte. La amistad quiere decir, en la forma como yo lo menciono, la confirmación de una alianza, que llamamos alianza terapéutica. Es una alianza en términos para mí de confianza, receptividad y yo diría como disponibilidad para el descubrimiento y el cambio. Y eso implica también cariño.
José Eduardo Abadi dedicó toda su vida al psicoanálisis, actividad siempre presente en su casa. Ya de chico sabía que él se dedicaría a lo mismo que sus padres. Forma parte de una familia de la que él mismo sería el engranaje entre las tres generaciones, en la que sus miembros se dedicaron, de alguna u otra forma, al arte y a la reflexión profunda sobre el ser humano. Su padre, el recordado Mauricio Abadi, y su madre, de perfil más bajo, pero igualmente brillante, fueron “figuras fundamentales del psicoanálisis en la Argentina”. Y, de sus tres hijas, una es también psicoanalista, otra actriz y la otra filósofa.
Sin embargo, Abadi se declara bígamo en relación a las actividades que ocupan el centro de su vida. Más allá del psicoanálisis, el teatro siempre estuvo presente. “El teatro y el cine son en gran parte vocaciones que me acompañaron desde pibe. Si me decís en mi recuerdo, ¿desde qué edad me divertía inventar algo y contarlo en el escenario o desde cuándo me fascinaba ir a un cine y mirar lo que ocurría y pensar lo que debía ser hacer una película?, te diría que desde los tres años, en jardín de infantes”. Su pasión por el teatro va más allá de descubrir al personaje que le toca interpretar. Lo suyo es también escribir teatro o guiones de cine.
–¿Y en la actualidad hay algo en desarrollo?
–Sí. Está todavía embrionaria la cosa. Se trata de una entrevista muy particular a un sujeto de este tiempo que está muy ligado al absurdo y al humor. Las obras que puse también en escena son teatro del absurdo, que anduvieron muy bien. Lo otro que puse muchos años y que me gustó muchísimo y por ahí alguna vez vuelva a hacerlo de otro modo era una narrativa teatralizada de las tragedias y épicas griegas. Me fascinaba porque desde chico me divertía no solamente cuando me contaban La Ilíada o La Odisea, sino que después de grande el estudio de esas tramas, de esas encrucijadas, de esas decisiones, de esos imponderables me ayudaron a entenderme y a entender al ser humano de un modo muy rico.
–Volvamos a la obra en desarrollo
–En este momento, hay un personaje que lo están entrevistando porque tiene una determinada entidad en el ambiente social en la Argentina. Y hay situaciones que parecen serias y, detrás de esa seriedad, aparece un gran absurdo que es en parte cómico, pero que permite vislumbrar que hay algo que vale la pena registrar y si lo registramos permite entender distinto lo que pasa. Estoy armándolo.
En Abadi el teatro cobra otra dimensión en la que asoma el médico dedicado a explorar el interior del hombre. “A mí el teatro me enseñó muchísimo para poder trabajar con las emociones. Hay mucho del alma humana ahí. Pero el teatro por el cual tengo como esa disponibilidad, me pongo gilipollas y me sale de ese modo, es el teatro del absurdo y lo tragicómico”, se explaya. Obras escritas, dice, tiene varias. Terminadas, siete u ocho. Llevadas a teatro, tres de ellas. También está la narrativa teatralizada de las tragedias, como Edipo Rey, Edipo el Colono, Antígona, La Orestíada, La Ilíada y La Odisea. Se entusiasma cuando habla de teatro.
–Siempre habla de bigamia, pero está la otra pata, que es el periodismo, la comunicación, la divulgación, una pata fuerte también en su trayectoria.
–Qué bueno. Me gusta lo que me señalás. ¿Por qué digo bigamia si hay poligamia, decís vos? Lo hago, me gusta muchísimo, tiene que ver con la divulgación. El periodismo lo pienso yo en términos de… la posibilidad de un psicoanálisis aplicado, entre comillas, de leer desde un punto de vista dinámico, algo más de lo que dice una determinada noticia o una determinada situación. Y otras veces sería como un intento de comprensión a través del psicoanálisis, podemos decir, de modalidades de conducta de una sociedad. Una radiografía que intento hacer a veces de nuestro país, de nuestra nación, de nuestro intento, tantas veces frustrados, de convertirnos en República.
–El tema de la divulgación y lo académico no todos logran llevarlo adelante con éxito.
–Yo fui profesor de psicopatología adjunto en la Universidad de Buenos Aires. Fui profesor de varias materias de psicoanálisis también en distintas universidades. Me da un enorme honor y placer ser invitado en el exterior a universidades a dar charlas. Podríamos pensar en lo académico, en lo que podríamos hablar, o en los libros que uno escribió de psicoanálisis, de teatro. Sin embargo, creo que lo académico tiene fuerza y tiene posibilidad de ingresar de un modo transformador útil si logra convertirse en un texto comprensible, con más alcance; si la idea profunda no necesita ser dicha en términos jeroglíficos. Lo verdadero no hay que disfrazarlo de difícil para que tenga identidad.
La inclinación de la familia Abadi es clara, todos tienen un perfil intelectual. Su hija María, la actriz, es la protagonista de la obra Cyrano y tuvo un papel destacado en El encargado, entre otras cosas; Florencia es filósofa, profesora e investigadora del Conicet con varios libros escritos; y la otra de las hijas, Bárbara, es psicóloga psicoanalista. La madre de las chicas, Corinne Sacca Abadi, también fue psicóloga, hacía psicoanálisis y era también crítica de arte visual y curadora de arte. Fue co-curadora de una Bienal de Venecia.

–A su vez, José Eduardo, hijo de psicoanalistas. Y su papá fue también comunicador, divulgador.
–Mi papá inaugura lo que es la difusión del psicoanálisis en los medios en ese momento en la televisión, lo cual era muy extraño, original y algunos lo veían de un modo muy crítico. Pero en esa época había una rigurosidad mayor en lo que se decía. Después se banalizó desgraciadamente demasiado.
–Mirando la familia, se observa un legado muy fuerte: el psicoanálisis, el teatro, lo artístico.
–En la parte teatral mi padre no estaba.
–¿Era su madre la que lo llevaba al teatro?
–Me llevaba. En cuanto a estímulo me llevaba al cine, eventualmente al teatro. Obviamente si uno tiene que mirarlo desde una lectura psicológica creo que había mucho que ver en eso que se transmitía entre mi madre y yo cuando me llevaba a ver las películas que me fascinaban. Ya desde pibe estaba el deseo de formar parte alguna vez de esos equipos que hacían esas películas o de esos personajes que actuaban.
–¿Cuál fue la influencia de su madre, más allá del teatro?
–Mi madre era muy buena psicoanalista de niños y adolescentes. Se carteaba con Anna Freud y tuve una experiencia muy fuerte. En una de las veces que fuimos a Londres, mi madre tenía una cita con Anna Freud en la casa de Freud, donde él vivió los últimos dos años. Ahí vivía Anna y tenía su consultorio. Me llevó y estuve una hora allí charlando con ella en su consultorio.
–¿Y qué fue lo que más lo impactó?
–Su serenidad, me miraba con calidez, con amabilidad, con curiosidad. Tanto que cuando termina la charla que tenía con mi madre le dije “Anna, yo voy a hacer también psicoanálisis de niños”, que era lo que creía que iba a hacer.
–¿Qué edad tenía entonces?
–En ese entonces yo tenía 17 o 18. Y me dice “bueno, espero que vengas a la clínica, podés formarte acá”. Fue para mí una anécdota imborrable.
–Su hermana es también psicoanalista.
–Cada uno lo hizo a su modo, cada uno le puso al nombre su propia letra y las modalidades de trabajo y los estilos. Cada uno lo ha hecho a su modo, mi padre, mi madre, mi hermana. Pero evidentemente la influencia ha sido enorme. Cuando yo era pibe en el 55, 56, tenía 5, 6, 7 años, el psicoanálisis era algo casi desconocido para la gente acá. Era algo medio misterioso. Yo iba al colegio primario y nadie sabía de qué se trataba.
–Y, sin embargo, con los años en el país se desarrolló muchísimo.
–Después del 60, cuando empieza la materia del Psicoanálisis, se funda la Facultad de Psicología. Hay todo un desarrollo y el psicoanálisis se convierte casi, digamos, en una herramienta terapéutica a la que recurre la gente, de un modo inusual en el mundo.
–¿Evolucionó en estos años?
–Yo creo que el tiempo histórico-social que estamos viviendo naturalmente le ha impreso variables. Pensá que cuando yo tenía 16, 17 años –me empecé a analizar a los 15 años– se iba cuatro veces por semana al analista. Cuando empecé yo a ser psicoanalista, a los 25 años, no existían tratamientos de una vez por semana, frente a frente, por periodos a veces pautados. La modalidad de esta posmodernidad cambió, con cambios tan radicales en costumbres, con ciertas patologías encubiertas que hay hoy, muy severas, como es el aislamiento y la distancia en lo que es un vínculo y una relación. Hay mucha conexión, pero poca relación. Hay muchos factores como la cercanía y lejanía a la vez de las situaciones a través de esta tecnología que toma todo. La dificultad muchas veces que hay a nivel latente en diferenciar si lo que estoy viendo es algo real o ficcional, el apuro, la necesidad de la respuesta. Muchas otras técnicas que han venido y que algunos analistas hemos incorporado para enriquecer nuestro arsenal terapéutico, han impreso sin duda cambios en la técnica y también en el alcance al que pueda llegarse.
–Con respecto a su padre, Mauricio, fue un pilar. Lo menciona frecuentemente en el libro, ¿cómo lo recuerda?
–Fue, sin duda, una figura significativa, tal vez lo más importante es lo mucho que nos quisimos, cómo nos permitíamos ser distintos, nos divertíamos mucho, discrepábamos mucho. Hice mi camino, me formé a través de otros referentes, estímulos, profesores. Pensábamos en muchas cosas distinto, pero curiosamente convergían a veces en algunos resultados que tenían algo de lo que el otro pensaba.
–¿Y su madre?
–Fue una figura central en mi historia. Me ayudó en mi carrera, no solamente enseñándome, haciendo supervisiones. Era una mujer de consulta, un referente. No aparecía nunca en televisión, pero en mi formación te diría que fue central.
–Según cuenta en su libro, su doble faceta de psicoanalista y hombre de teatro está integrada.
–Está integrada, yo creo que estaban las dos semillas desde el principio. Tuve que luchar contra mis propios prejuicios y mis miedos, inclusive cuando empecé en esto, donde la intimidad del analista quedaba reservada y no compartida. La exposición del psicoanálisis podía compartirla con esa necesidad de decir, de mostrar, de contar, de recrear personajes cuando tenía que hacer el personaje en un texto de una obra de otro.
–¿Le preocupaba que se colara algo de algún paciente en algún personaje?
–No. El que se colaba mucho en los personajes distintos que aparecían en las obras era yo. Ahí podía verme en algunos reflejos. Pero después, cuando logré ese matrimonio entre mi condición de analista y mi condición de hombre del teatro, enriquecí la labor de cada uno de estos aspectos en función del otro fue enorme.
El país es una preocupación que ha sido una constante en la vida de Abadi. En el 2000 escribió una trilogía (“No somos tan buena gente, retrato de la clase media argentina”. “Tocar fondo”, “Hecha la ley, hecha la trampa”). Fue invitado a un sinnúmero de conferencias y de programas para opinar sobre temas políticos y sociales. Sin embargo, asegura, nunca fue tentado a meterse en política. “Desde mi perspectiva he analizado a muchos políticos muy importantes, en cargos muy significativos. ¿Ocuparme de la política como actividad profesional? Me interesa leer la política, pero el ejercicio político en términos de trabajo cotidiano, no.
–Si comparamos a Menem con Milei, ¿qué análisis se podría hacer?
–Es una buena pregunta. Yo entiendo que la gente puede ver en Milei, en un primer momento, en función de su aspecto o de ciertas modalidades, cierta cosa que le evoque a Menem, pero para mí son muy distintos como personalidades. Aparece en un principio el Menem que viene de ser el gobernador de La Rioja con el pelo largo, las patillas, una cosa que uno pensaba, viene un caudillo del interior. Y la evolución que él va tomando, curiosamente, va mostrando sus otros Carlos Menem. Además del que mostraba, él mismo va permitiendo que nazca otro Menem. Se corta las patillas, se arregla el pelo, se viste de traje. Y trajes hechos en Italia que eran de la mejor calidad. Pero Menem tiene un punto que a mí me interesa mucho, más allá de la idoneidad de la teoría política o económica –de ahí no entiendo tanto– que es, para mí desde lo psicoanalítico, y muchos disienten conmigo: él legitimó el placer. Quitó una cierta exigencia de disimulo al disfrute.
–¿Quitó la culpa?
–Exactamente, la culpa a poder decir sí, esto me gusta, lo tengo y lo quiero disfrutar. Generó en esa década del noventa una legitimación, la llamo yo como una disolución de la culpa. Me gusta esto, lo quiero disfrutar, quiero sentir placer. El placer jerarquiza, que es coincidente curiosamente con la fuerza que va tomando después este concepto en la posmodernidad, que es la subjetividad, el placer, el individualismo responsable. Pero Menem me parece que le imprimió algo distinto a la sociedad argentina en ese momento.
–¿Como que además desacartonó todo?
–Desacartonó todo al mismo tiempo. Tiene que ver con eso del lugar de la autenticidad y del placer. Creo que mucho de eso después volvió un poquito para atrás en la sociedad argentina. Empezó a aparecer como lo que no se debe, se empezó a asociar placer con lo ilícito.
–¿Se demonizó la década del 90 y todo lo que significaba?
–Sí, y se demonizó también esto que yo digo que es subjetividad, placer, acceso, disfrute. Eso me parece que es un bache importante en la sociedad argentina porque obliga a disimular el placer que se siente y genera una cierta hipocresía en la clase media. ¿Qué tal te va a vos en la vida? Si te va bien, no lo digas muy fuerte porque la envidia te lo va a arruinar. ¡Ahí andamos, como podemos!
–Con respecto a Milei ve más diferencias que similitudes.
–Milei se propone como una especie de personaje que viene a cambiar los hábitos corruptos de una determinada parte de la sociedad que es la política. Es el salvador, el que sabe lo que los demás no saben o el valiente que está dispuesto a hacer esos cambios que otros no se animaron. Es distinto el personaje que construye para mí.
–Menem fue evolucionando. ¿Y Milei, es el que es?
–Probablemente es el que vemos. Yo la única vez que charlé a solas con él, media hora, fue porque llegamos de casualidad los dos antes… No sé si era el programa de Almorzando con Mirta o con Juanita, no me acuerdo cuál de las dos. Y nos quedamos charlando media hora solos. Fue una charla muy tranquila, respetuosa, amable, muy lejos de un personaje reactivo.
–Y Cristina Kirchner, ¿cuál es el rol que le quedará en la historia?
–Uno se pregunta a veces, cuando me decís esto, en una historia que pretenda ser objetiva, crítica, profunda, lúcida… Y no partidaria. Tiene la característica de la mujer tomando un lugar de poder, de dominio y de mando que es nuevo en nuestro país. Porque Evita había sido, sí, una persona idolatrada, había reunido una especie de adhesión popular enorme, pero no había gobernado. Así que eso es novedoso.

–¿Necesitó masculinizarse un poco?
–Probablemente, o fue siempre así, no lo sé. Es un estilo bastante imperativo. A mí me da la impresión de alguien bastante retraída. Pero no la conocí. Nunca tampoco logró interesarme particularmente. Pero, así como conocí a casi todos los otros presidentes, y charlé mucho con ellos –con Alfonsín, con Menem, con De la Rúa, con Duhalde, con Macri–, no los conocí ni a Néstor ni a Cristina.
–¿Y Macri?
–Parece haber habido un cambio. Más una pretensión de insuflarle una cierta modernidad a la Argentina. Hubo una trayectoria. No es que de pronto se convirtió en Presidente. Vino primero Boca, después pretender ser Gobernador de la Ciudad, no la gana, después sí, después tiene lugar la presidencia. Creo que aprendió bastante en el camino. Está bastante impregnado y debe haber sido un trabajo importante para él tener que desprenderse de la vestimenta paterna. Por eso en la campaña contra él ponían como que él fuera una especie de delegado del padre como el importante y él el chiquito dentro de la historia. Creo que en ese sentido hubo un cambio donde fue teniendo su propio lugar. Más allá de las coincidencias o no coincidencias que se tengan con su pensamiento, creo que es una persona que evolucionó políticamente. Por eso tiene preserva un cierto peso político, si no hubiera pasado.
Bertrand Russell, Jorge Luis Borges, Daniel Cohn-Bendit, Gilles Lipovetsky, Gianni Vattimo… la lista de personalidades célebres y de peso que fueron entrevistados por José Eduardo Abadi es larga.
–¿Cuál le causó un impacto importante?
–No sé cuántas entrevistas habrán sido en la revista Viva (de Clarín). Me gustó mucho la entrevista que tuve con Gilles Lipovetsky, por ejemplo, el filósofo francés. Me impactó todo el pensamiento posmoderno, cómo se integraba en una filosofía que lo profundizaba. Me interesó mucho la entrevista que le hice al filósofo Gianni Vattimo, con la idea del pensamiento único como lo tranquilizador pero opresivo. Me pareció interesantísimo y tenía mucho que ver con el psicoanálisis. También la entrevista que le hice al hijo de Pablo Escobar. Algunas de las cosas que comentaba, las ambivalencias que inevitablemente tenía que sentir, las dudas, las contradicciones, una charla muy sincera, muy linda.
–Curioso, ¿se nace o se hace?
–La curiosidad es, para mí, la inquietud, es el querer indagar, es el querer descubrir, es el querer saber acerca del otro, es ponerse en relación. Para mí la curiosidad está muy ligada a lo que es esencial en el ser humano, que es poder relacionarse con el otro. Eso que es la relación, que permite la emergencia de afectos, de sentimientos, de impulsos, es lo que nos da vida de verdad humana. Y la curiosidad tiene mucho que ver con el reconocimiento de ese otro, que en la medida que le doy identidad también voy siendo yo y cobro identidad yo. Entonces curioso se nace. Yo creo que es una potencialidad que está y que hay que tener mucho cuidado que no la duerman.
–¿Qué cosas duermen la curiosidad?
–Las respuestas ya supuestamente dadas e inamovibles que se reciben en la educación o en la formación en una familia. Yo creo que la curiosidad muchas veces no se despierta porque le dicen que está prohibido llegar a saber algo que no se sabe hasta ahora. A la curiosidad muchas veces se la reprime porque indaga y el indagar es cuestionar, preguntar y dudar. Y eso que permite el cambio, que nos permite evolucionar, queda muchas veces bloqueado o prohibido.
–¿Cómo se puede hacer para estimular la curiosidad entonces?
–Ser algo así como un defensor de la libertad, animarse a aprender. No preferir las zonas de confort cómodas pero empobrecedoras. Estar dispuesto a exponerse, pero también a recibir. Eso que hace al aprendizaje, que está ligado a la libertad y al cambio, que para mí es la clave en lo que llamamos la curiosidad. Y relación, no conexión, por favor.
–¿Cómo se puede ayudar a las nuevas generaciones, hablando de la hiperconexión?
–La hiperconexión es enemiga. Para mí es muy preocupante creer que estar conectado a través de un chat por una máquina electrónica es estar en relación con el otro. Es importante que en la educación lo tengan claro los educadores y los padres. La presencialidad es importante, la respiración del otro a mi lado, su gestualidad, eso que crea el campo intersubjetivo entre los dos y que es un espacio diferente para mí es indispensable. Y es peligroso que no lo haya.