Nuevas señales en la superficie de un intenso mar del fondo

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Alejandro Dolina, que alguna vez debería ser reconocido como uno de los grandes narradores argentinos y que representa como nadie al “peronismo sentimental”, sugirió esta semana que el Movimiento había logrado, con sus limitaciones, ciertos avances sociales y los contrapuso con el sueño liberal, que no terminaba nunca de cumplirse, y sostuvo que sus ideólogos y tecnócratas echaban mano a las argucias de los antiguos magos, cuando decían para promocionar sus bondades y luego para encubrir sus fracasos: “Esto sirve para llover. Salvo que por un error mínimo en los procedimientos no llueva”. Estos razonamientos irónicos, que están en la base de la cultura peronista, son formulados de buena fe, pero encierran algunas falacias, puesto que escamotean de la historia el progreso espectacular que Sarmiento, Alberdi y la generación liberal trajeron a este país. Y además le perdonan al peronismo antiguo el autoritarismo y al moderno la inflación, la decadencia, el pobrismo y la venalidad a gran escala, también destinados, bajo una lógica en espejo, a ser los “errores mínimos de procedimiento” de un proyecto genial. La vieja idea autocomplaciente de que “somos los buenos” y fuimos derrotados por un “mundo cruel” –el glamour del fracaso– es poética pero engañosa y estéril. Y la certeza de que los liberales son siempre y en todo lugar una aberración egoísta y monstruosa, y que sus modelos pueden ser desacoplados de la prosperidad impresionante de las grandes democracias occidentales donde se aplicaron sus recetas, también resulta una equivocación y un autoengaño.

Para la mayoría de los jóvenes de menos de treinta años, la figura de Kicillof está cristalizada en la era kirchnerista, y esta se encuentra indisociablemente vinculada a dos vocablos malditos: inflación y corrupción

Siempre me conmueve la dedicatoria que alguna vez le hizo Juan Sasturain –otro gran escritor y otro “peronista sentimental” – a uno de sus más queridos discípulos, que se encuentra ideológicamente en las antípodas: “A Marcelo Birmajer –escribió Juan entonces–. Porque pensamos diferente, pero queremos lo mismo”. Mutuos reconocimientos de este calibre derribarían la rusticidad polarizadora según la cual cualquier intento liberal es una reencarnación de Videla y cualquier líder keynesiano conduce a Maduro, en un revoleo irresponsable de palabras como fascismo o comunismo que llueven de uno y otro lado, y que no sirven más que para armar trincheras y consolidar tribus, demonizar de manera irreductible a los adversarios, quitarle análisis finos y complejos a la realidad y banalizar toda la política.

Mientras un ultramontano que detesta al periodismo –volvió a decir estos días que los diarios nacionales eran “pasquines inmundos” – merodea los salones más reaccionarios y recalcitrantes de Estados Unidos y arrastra a los republicanos de a pie y a los centristas hacia posiciones extremas donde nunca estuvieron, su contendiente principal –el malherido gobernador de la provincia de Buenos Aires–, celebra el rompimiento del ALCA, que fue principalmente operado y con gran exuberancia “antimperialista” por el chavismo: hoy en el mundo todos huyen de esa mancha venenosa, y el presunto renovador del justicialismo corre alegremente hacia ella. La Gran Lula, táctica consistente en cautivar a los sectores moderados e incluso a algunos liberales ortodoxos e institucionalistas de Brasil para vencer al “populismo de derecha”, no le calza bien a Axel Kicillof, enrocado en su dogma de facultad y enlodado por aquella gestión tan desdichada al mando del Ministerio de Economía. Para la mayoría de los jóvenes de menos de treinta años, su figura está cristalizada en la era kirchnerista, y esta se encuentra indisociablemente vinculada a dos vocablos malditos: inflación y corrupción. Tampoco le hacen un favor al “proyecto” relevantes dirigentes kirchneristas que a la vista de todo el mundo se la han pasado estos días militando activamente para negar lo ya innegable: los cuadernos de Centeno y la investigación de Diego Cabot, y un proceso histórico donde por primera vez no solo sientan en el banquillo de los acusados a exfuncionarios sino también a lo más granado del establishment vernáculo, incluyendo al primo hermano de Mauricio Macri.

La vieja idea autocomplaciente de que “somos los buenos” y fuimos derrotados por un “mundo cruel” es poética pero engañosa y estéril. Y la certeza de que los liberales son siempre y en todo lugar una aberración egoísta y monstruosa, y que sus modelos pueden ser desacoplados de la prosperidad impresionante de las grandes democracias occidentales donde se aplicaron sus recetas, también resulta una equivocación y un autoengaño

Con estos errores políticos garrafales y estas negaciones pueriles que los emparenta con célebres corruptos, en lugar de dejar de cavar la fosa se han dedicado a profundizarla, aunque ese triste empeño convive con la genuina preocupación que se emite desde esos campamentos, y que esta semana ya no estuvo en boca de intelectuales o simpatizantes, sino en la voz de diferentes mediáticos de gran influencia; ellos fueron más valientes que los políticos. El popular youtuber Pedro Rosenblat dijo: “Algo que nos costó caro fue aferrarnos a las narrativas que tuvieron nuestros gobiernos, comprar la retórica que nos impusieron: mucho más globalista y de izquierda de lo que verdaderamente fuimos y de lo que esencialmente somos, y eso nos genera problemas graves en nuestra relación con el mercado. Que cuando nosotros ganamos las elecciones suban el dólar y el riesgo país no es algo de lo que sentirnos orgullosos”. Jorge Rial, que luego visitó a Cristina Kirchner, fue más allá: “A mí me causa gracia cuando desde el peronismo se habla de la derecha como algo ajeno. Como si el peronismo fuese de izquierda. El peronismo es intrínsecamente de derecha; nació de un general que estaba cerca de las ideas de Mussolini. Cuando el peronismo dice: ‘Tenemos que salir a conquistar a la derecha’, yo les digo: ‘Es lo más fácil del mundo. ¡Hagan peronismo!’”. Juan Cabandié explicó, en apretada síntesis, el fenómeno por dentro: “El peronismo no es un partido de la izquierda latinoamericana. Néstor y Cristina se acercaron a la izquierda nacional y al progresismo. Algunos de esos progresistas pasaron al peronismo; yo los llamo neoperonistas. El problema es cuando esos conducen. Y no conduce el propio peronismo. Que no se enoje nadie, pero el progresismo a veces está más del lado de lo estético que de las transformaciones, son consignistas. Si seguimos por este camino en diez años le peleamos el cuarto lugar a Myriam Bregman”. La abogada Graciana Peñafort, por su parte, pareció estar de acuerdo con esta negra profecía: “Si no cambiamos –aseguró– vamos a ser una minoría intensa”. Y añadió con sinceridad: “Tenemos que pagar el costo de un gobierno que fue percibido como muy malo, que fue el de Alberto Fernández. Y el peronismo nunca se hizo cargo”. También se atrevió a señalar el carácter insólitamente “endogámico” de que conduzca el PJ nacional la madre y el PJ bonaerense el hijo. Temblores de superficie que revelan un intenso mar de fondo.

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