Después de una larga enfermedad, el viernes 7, a los 73 años, murió en Roma el filósofo italiano Paolo Virno. Había nacido en Nápoles el 27 de junio de 1952 y vivió en Génova en su infancia y adolescencia. Dio clases de Filosofía del Lenguaje, Semiótica y Ética en la Universidad de Roma, de donde había egresado. Brillante y afable, fue también un aforista destacado: “Soy comunista, no de izquierda”, “La potencia no es el poder” y “Aristóteles es mucho menos aburrido que Gilles Deleuze”, dijo. Integró una de las constelaciones intelectuales más notables de la segunda mitad del siglo XX, con Gianni Vattimo, Mauricio Lazzarato, Giorgio Agamben y Franco Berardi, entre otros. Era padre de dos hijos.
En su juventud, militó en los movimientos obreristas italianos y formó parte de la organización Potere Operaio (Poder Obrero), grupo marxista involucrado en la movilización de los trabajadores industriales en alianza con los estudiantes universitarios (era su caso), hasta su disolución en 1973. Se doctoró con una tesis sobre el concepto de trabajo en la obra del pensador alemán Theodor Adorno.
Como otros cientos de intelectuales y estudiantes universitarios, a partir de 1979 fue perseguido por la Justicia italiana, que le atribuyó vínculos con la organización armada de izquierda Brigadas Rojas. Sin haberle podido probar nada, se lo absolvió muchos años después, en 1987, tras pasar por la cárcel y la libertad condicional. Fue uno de los fundadores de Libera Università Metropolitana, un espacio abierto para la educación y la reflexión o, en sus palabras, “un experimento de autoeducación y conflicto constituyente dentro y contra las transformaciones de la universidad”.
“La impotencia tiene que ver con el espíritu de nuestra época; la impotencia que caracteriza nuestras acciones y discursos, nuestra capacidad de luchar contra la injusticia, no se debe a una hamburna o escasez de potencia sino a la abundancia de saberes y habilidades, una impotencia causada por un exceso desarticulado y desmedido que no tiene la capacidad de traducirse en acto”, dijo en una entrevista al presentar Sobre la impotencia. La vida en la era de su parálisis frenética (donde la impotencia sexual actúa como metáfora de la impotencia social para articular cambios a favor de las mayorías). En 2006, invitado por el Colectivo Situaciones y la editorial Tinta Limón, visitó el país y dio conferencias en Florencio Varela, la ciudad de Buenos Aires y Rosario.

Publicó, entre otros títulos, Gramática de la multitud. Para un análisis de las formas de vida contemporáneas (best seller intelectual en los primeros años del siglo XXI), El recuerdo del presente. Ensayo sobre el tiempo histórico, Virtuosismo y revolución. La acción política en la era del desencanto, Palabras con palabras. Poderes y límites del lenguaje, Tener. Sobre la ambivalencia del animal locuaz y el recomendable Ejercicios de éxodo. Lenguaje y acción política. En sus ensayos, que se enfocan en el carácter histórico de los conceptos y en las transformaciones del trabajo, la libertad y la vida colectiva, se entrelazan filosofía, lingüística y política.
“Paolo Virno era un filósofo marxista italiano que respaldaba con su trayectoria vital la tesis once de Marx sobre Feuerbach: los filósofos se han dedicado, decía Marx, a interpretar el mundo; ahora se trata de cambiarlo -dice a LA NACION el ensayista y profesor Alejandro Horowicz-. Por cierto, para cambiar el mundo es preciso disponer de una adecuada comprensión de qué sucede en este mundo. Virno entendió rápidamente que el Partido Comunista Italiano (PCI) no era una opción para la transformación socialista de Europa y mucho menos para la toma del poder por parte de los trabajadores. Virno estuvo a la izquierda del PCI. Formó parte de Potere Operaio y del consejo editorial de Metropoli, una publicación alternativa significativa por sus aportes conceptuales en la década de 1970. En la cárcel, acusado falsamente de colaborar con las Brigadas Rojas, dedicó todo ese tiempo a seguir pensando los problemas de la filosofía del lenguaje marxista. No fueron capaces de probarle nada y se transformó en un docente universitario obligado. Virno nunca dejó de ser lo que era: un cuadro político de la revolución socialista. Cuando nos visitó en la Argentina, nos recordó que en Italia no solo había buenos comentaristas de Gramsci, sino también militantes que podían plantearse una estrategia más allá de votar”.
Para el docente e investigador Ariel Pennisi, codirector de Red Editorial, Virno “fue quien antes y mejor describió las condiciones de producción y valorización del capitalismo posfordista y los modos de subjetivación que trae aparejados”.
“Indicó la necesidad de comprender el modo en que invariantes bioantropológicas como las capacidades cognitivas, la empatía, el aprendizaje y la recursividad mental son movilizadas, requeridas y disputadas en este momento histórico particular -agrega-. En ese sentido, construyó una suerte de semblante del habitante de nuestro tiempo, los modos en los que es sujetado, explotado u oprimido, tanto como su desobediencia y sus posibilidades de invención. Apostó por nuevas instituciones del común, es decir, una esfera en la que se encuentran nuestras prácticas, deseos y conflictos, que excede tanto al Estado como al mercado”.
“Nuestros amigos mayores se están yendo sin que siquiera podamos revisitar sus textos que merecen una chance más -dice el ensayista y sociólogo Sebastián Scolnik-. La obra de Virno es inseparable de su biografía. La suya fue una generación que se forjó en las grandes conmociones políticas que sacudieron a Italia, entre huelgas, ocupaciones de fábricas y universidades, que marcaron el temperamento de nuevas formas de concebir la organización y el pensamiento político. Su crítica a la izquierda tradicional y al PCI era el fruto de una reflexión madurada en la luchas que expresaban la nueva composición técnica y política del trabajo: las transformaciones en la producción a partir de la introducción del trabajo inmaterial como cualidad sensible de los procesos de valorización postfordista. Virno pensó todos estos cambios sin sucumbir a una tentación progresista que abrazara con optimismo el devenir, ni bajo el sesgo de un conservadurismo que se blindara frente a las nuevas realidades. Fue un pensador sutil de los tonos afectivos de la multitud y sus cualidades políticas y productivas. En esa ambivalencia se cifraban los bloqueos y las oportunidades. Creyó ver en el 2001 argentino muchas de las cosas que planteó en su obra: el rechazo al trabajo como forma de explotación de una capacidad sometida a la mensura del tiempo y la resistencia a las formas representativas de la soberanía estatal. Los cultores de la tradición se apuraron a refutarlo sin percibir que en esos grandes problemas colectivos habría una señal del mundo que vendría”.
Para Scolnik, el autor de La idea de mundo fue un pensador entre generaciones. “Transitó épocas de efervescencias y mutaciones del paisaje social; supo de insubordinaciones y contrarrevoluciones -concluye-. Su mirada desgranaba cierta tristeza, tal vez por las oportunidades perdidas. Pero no se trataba de una nostalgia que condenara el presente, sino que intentaba una conversación capaz de atravesar el tiempo, para actualizar esos pasados cancelados componiéndolos, en una delicada urdimbre, con las resistencias por venir. La marca de su lucidez crítica la encontramos en sus textos, los que hoy están disponibles en distintas ediciones, para futuras reinterpretaciones”.
