“En general, una silla es una silla. Pero rara vez es un trono; rara vez las mesas se vuelven un agasajo o un ritual”, comenta a LA NACION Wustavo Quiroga, curador de la muestra El fin es el principio de la diseñadora e interiorista Laura Orcoyen que abre al público el miércoles en el Museo Nacional de Arte Decorativo (MNAD).
Desde el título de la exposición se revela la lógica circular presente en este recorrido que recrea los ambientes de un hogar. Las tarimas que delimitan cada espacio y los muebles, las esculturas y los objetos que los habitan, se dibujan en círculo. Cuando el fin y el principio se encuentran, la línea recta se curva y el movimiento invita a empezar de nuevo el ciclo.

Cada uno de los espacios blancos desplegados en esta planta del palacio neoclásico francés representa un ambiente doméstico, pero su significado trasciende lo cotidiano. Símbolos alquímicos, signos del zodíaco y planetarios, los cuatro elementos, y palabras y frases del filósofo Byung-Chul Han activan distintas capas de lectura y disparan conversaciones sobre filosofía, biología, alquimia, astrología y tecnología. Aquí, lo doméstico se vuelve símbolo y el diseño, llave a lo invisible y al mundo espiritual.
El ritual -contenido en la palabra espiritual-, cobra un sentido especial en esta muestra. “Creo que hay que prestarle un poquito más de atención a cada acto de la vida cotidiana. Los rituales tienen sentido. La idea del ritual es poner una mesa, cocinar con intención, sentarse, dedicarle tiempo, no estar con el teléfono porque ahí te perdés la comunicación con el otro”, comenta Orcoyen.

“En las islas hay referencias a espacios cotidianos, y también una especie de reflexión sobre cómo pueden volverse más trascendentes. Los objetos no tienen solamente una función tácita, sino que condensan funciones abstractas; entre otras, la cuestión espiritual”, subraya Quiroga.
“En la muestra hago una analogía entre los mundos: los reinos de la naturaleza, los espacios de la casa y los mundos invisibles —confirma Orcoyen—. Los mundos invisibles son vastísimos. Acá se los nombra, se los trae. Cada uno entra a investigar hasta donde quiere. Uno trae un código y lo pone en los muebles para que tengan un toque más de espíritu”.

La muestra —que ya se expuso en 2023, con algunas variaciones, en Laura O, el espacio de Orcoyen—, se organiza en seis islas y, aunque el fin sea el principio y el recorrido sea libre, el bar es el que aparece primero al ingresar en el hall central del palacio. Aquí se anticipa la idea de transformación y de lo cíclico vital que atraviesa la exposición. El destilador y el circulador del biólogo y alquimista Justo Sánchez Elía [hijo de Laura], y los frascos inspirados en manuscritos alquímicos del artista Leo Batistelli, marcan una pauta. “La obra alquímica se mueve entre vida y muerte, apertura y fijación, para que lo más denso se vuelva sutil y lo esencial pueda renacer con fuerza”, dice el texto del catálogo.

La muerte, como parte ineludible del ciclo vital, aparece en una instalación que dialoga con el boceto escultórico de la obra inconclusa La muerte del poeta (1915), que Auguste Rodin había concebido para la chimenea del hall central, y que puede verse al costado de la sala. “La despedida no diluye la presencia de lo que se ha sido. Expira a destiempo en lugar de morir”, se lee en el ataúd, dispuesto sobre dos rocas en cerámica, mármol en polvo, cemento blanco y cuarzo de la artista Martina Quesada. El conjunto reposa sobre una larga alfombra de Paula De Elía que se extiende como un manto. Detrás, un cuerpo yacente descansa sobre andamios.
En el living y el comedor, la realidad se comparte, y en ambos, la astrología está presente. En el living, los doce signos del zodíaco están grabados en almohadones de terciopelo blanco que bordean el sillón oval. Y en el comedor [que coincide con el del palacio, con pinturas de ciervos y caza], los signos de los planetas visibles de la Tierra se inscriben en las sillas giratorias.
En ambos espacios habitan agentes de transformación del mundo natural: dos abejas y una bacteria, ambas obras de Elban Bairon. Mientras que la abeja poliniza, las bacterias, por su parte, descomponen la materia orgánica y reciclan nutrientes; ambas colaboran con la regeneración de la vida.

En el jardín, la realidad se expande con un árbol [también de Bairon] y con la escalera espiralada marca un ritmo ascendente con palabras marcadas en los escalones: misterio, fiesta, juego, tiempo, contemplación, silencio, calma, reposo, inactividad. Mientras tanto, un visor transporta al espectador hacia una realidad virtual creada por Juan Goyret, a una escena de tormenta donde, aún con lluvia y meteoritos, la escalera sigue girando en espiral.
La dimensión performática se abre también en distintos puntos del recorrido, a través de pantallas que activarán cada isla o espacio con fragmentos del registro de una performance dirigida por Flor Sánchez Elía y Fran Stella, generando escenas que dialogan con el entorno y enriquecen la experiencia.

El aposento se ubica en el salón de baile dorado y rodeado de espejos. Aquí la expansión es hacia adentro. En el tanque de agua, eco del baño de una casa, se lee: “Los umbrales hablan. Los umbrales transforman”. La escultura de un alga se suma a esta escena para lograr una atmósfera submarina que invita a sumergirse al mundo de los sueños y a descansar. La cama circular y los tres almohadones que aluden a las fases de la luna, refuerzan la noción de ciclo y de transformación.

Luego del descenso al inconsciente, la nueva vida se recupera en el vestidor, con los trajes transparentes de Esmeralda Escasany, donde el espectador es invitado a vestirse de guerrero, samurái, buzo, apicultor, agricultor o brujo y así comenzar de nuevo el ciclo. “El último gesto de la exposición es también el primero: recordarnos que en cada piel habita la potencia de volver a empezar y que la existencia se trama entre el fin y el principio”, cuenta el texto de sala.
“En general las producciones de diseño en Argentina no tratan temas simbólicos o espirituales. Creo que Laura es la primera persona referente del mundo del diseño en Argentina que se mete en esos temas con este nivel de profundidad”, remata Quiroga.
Para agendar:
El fin es el principio, desde el 12 de noviembre hasta febrero en el Museo Nacional de Arte Decorativo (Av. del Libertador 1902), de miércoles a domingos de 13 a 19
