Praia do Rosa: los precios del verano de este refugio que enamora a los argentinos

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Una moza escucha a un cliente preguntar por locales para alquilar tablas de barrenar y se acerca voluntariamente para ofrecer prestada una. Un chofer pacta un precio para llevar y traer a una familia a una localidad cercana y en el camino de regreso, se le pide frenar media hora en el supermercado, y se niega a cobrar más de lo pactado. Un dueño de una posada acepta generosamente guardar de octubre a enero la tabla de surf de un adolescente que volverá ese verano.

¿En qué lugar del mundo es común vivenciar estos gestos poco frecuentes de amabilidad y confianza? Sin duda uno es Praia do Rosa. Ubicada al sur de Brasil, a 90 km de Florianópolis, en el estado de Santa Catarina, Rosa no es simplemente una preciosa bahía de tres kilómetros de arena blanca, rodeada de morros selváticos de verdes exuberantes que abrazan olas imponentes que atraen a surfistas del mundo entero. Ni tampoco solo un pintoresco centrinho de subidas y bajadas, repleto de lojas, bares y restaurantes de comida internacional que se encienden cada tarde. Es eso y mucho más. Rosa en un sitio que por su naturaleza y su gente, exuda belleza, alegría y calma.

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Es casi imposible no pisar la playa el primer día y no rendirse en admiración. La naturaleza es impactante. Pero la armonía se trasluce también en muchos otros detalles: hosterías y casas en su mayoría bajas, construidas en madera, tronco y piedra que no desentonan con el ambiente, un municipio que vela por el silencio y el descanso habilitando eventos solo hasta las 22, un sitio seguro, donde es posible dejar el bolso en la sombrilla, salir a almorzar unas horas para encontrar todo intacto al regresar.

Rosa es especial. Y eso se nota también en sus habitantes amables y educados que tienen por costumbre primero sonreír, luego escuchar y finalmente hablar. Sorprende. Pasan los días y la respuesta ineludible que recibe el turista, trabado con algún contratiempo, es la misma: “Fica tranquilo. Es que allí, se vive sin apuro ni estrés y los rostros afables de los lugareños arrancan sonrisas en los recién llegados. Eso sí: es un sitio informal y relajado: cuando hay olas, es posible encontrar la mejor tienda de surf cerrada porque el dueño “se tentó y se fue al mar”. Pero esa mezcla de informalidad y distensión convoca. Muchas personas que van por el planeta buscando un sitio acogedor y sencillo para vivir encuentran allí, su destino final. “Queríamos estar en un paraíso natural y cerca de la familia. Sabíamos que aquí había un grupo hermoso de gente. Vinimos a probar y no nos fuimos más. Tenemos una comunidad que es impagable”, cuenta Agustina Ruiz, una argentina que se instaló hace cuatro años con su esposo y dos hijos y que trabaja como masajista y desarrolla productos naturales.

La naturaleza es impactante, pero la armonía se trasluce también en muchos otros detalles

Alta temporada

Por supuesto que el lugar también tiene sus debilidades. Como todo. Hay semanas de intensas lluvias con poco para hacer; existe una saturación de posadas y en temporada alta, muchas no suelen ser baratas, ni amplias ni confortables (¡y no tienen secarropas, clave para un clima tan húmedo!), no es sencillo encontrar quien alquile tablas de Morey cuando aparecen olas para niños y los adolescentes porteños no encuentran boliches apetecibles. No es aconsejable para gente mayor por sus cuestas, y para quien llega desde Buenos Aires en auto, transitar en enero por calles angostas y empinadas puede ser una odisea y una prueba a la paciencia.

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Así y todo hay muchos argentinos fanáticos que eligen pasar sus vacaciones allí. “Amo surfear en esta bahía y me hace bien la energía que se respira acá”, comenta uno. En enero, la playa estalla de argentinos. Año Nuevo y carnaval, de brasileños. Salvo que uno quiera experimentar la fiesta y locura brasilera, Reveillon no es la semana ideal. Los jóvenes llegan de distintos puntos del país y durante siete días acampan en Canto Norte (¡desde las 8 de la mañana!), con parlantes de metro y medio y heladeritas que rebalsan de cervezas y caipiriñas. La costa explota de ruido, alcohol y cuerpos voluptuosos que se mueven con gracia y seducción. Un espectáculo divertidísimo pero algo cansador.

Por eso, una excelente opción, es visitar Rosa fuera de temporada. Especialmente en otoño (marzo, abril y mayo), donde el clima suele ser más seco, aún hace calor, el agua está templada y la playa vacía. U octubre/noviembre donde uno puede sorprenderse con el avistaje de ballenas que navegan mar adentro. Olas hay todo el año. Si sopla viento norte, se surfea en Canto Norte y si sopla del sur, en Canto Sur. Para los amantes de este deporte, es La Meca. Y aunque en los días favorables, puede haber 50 lugareños en el agua desde temprano, los argentinos destacan la buena onda que tienen para compartir el mar. No es frecuente en otros destinos.

En verano suele recibir un aluvión de argentinos

Si llueve, o no hay olas, un atractivo de los últimos tres años es el imponente parque Surfland, (queda a 10 minutos en auto), con dos mega piletas de olas artificiales. Está abierto todos los días, de 8.30 a 20; hay olas para todos los niveles (la sesión dura 50 minutos), un espacio de spa y un patio de comidas. Es una experiencia imperdible.

Adentrarse en el misterio

Los turistas y habitúes suelen quedarse dos semanas, a lo sumo un mes. Pero para entender (y aprehender) Rosa hay que ficar más tiempo. Como las capas de una cebolla que se van pelando, cada vez que se vuelve, uno devela un misterio nuevo: una flor diferente, una ballena que asoma su cola, una trilha panorámica distinta, un sendero del morro desconocido para trepar, descender y aterrizar en la inhóspita Praia Vermelha. Una pileta natural de agua verdosa inédita que emerge solitaria entre rocas y acantilados.

Para aquellos que vibran y se recrean a orillas del mar, pasar tiempo en Rosa y sintonizar con su ritmo apacible, es un regalo. La playa tiene alma. Los morros abrigan; sus sinuosos senderos de vegetación espesa invitan a la aventura; el estruendo poderoso de las olas sacude y despierta; los pies descalzos sobre la arena cálida suavizan las asperezas; y el mar que rompe furioso contra las rocas y las inunda de aguas cristalinas, es una caricia también al cuerpo.

Así es este pequeño paraíso. No es perfecto. No todo es “color de Rosa”. Pero para quien se anima a trepar solo un morro al atardecer; descansar un buen rato en lo alto de una roca; contemplar el horizonte, bailar, cerrar los ojos, respirar profundo y llenar los pulmones de esa brisa húmeda, la experiencia es sobrecogedora. A la playa es lindo ir temprano, con los pies descalzos, casi pidiéndole permiso a esa arena que aún está virgen, para entrar sin invadir y dejar impresa la propia huella. Caminar sin rumbo, escuchar el viento y la marea, abrir los cinco sentidos y fusionarse con ese cielo, esas aguas inquietas azul-verdosas y esas plantas exóticas reconforta. La bahía recibe a los viajeros cada mañana con cariño. La playa late viva; se nota que encuentra su sentido en esas olas que se regalan una y otra vez gratuitamente. De día y de noche. Sin pedir nada a cambio.

La bahía recibe a los viajeros cada mañana con cariño

En la variedad está el gusto

Uno de los desafíos que enfrenta Rosa, es el de preservar su encanto natural a pesar del crecimiento exponencial que vivenció en la última década. Hoy existen más de 400 posadas; las que dan al mar están abiertas todo el año. Para veranear en enero, es necesario reservar al menos siete meses antes. Las mejores, vuelan. Y en temporada alta, las tarifas son también altas.

Consolidado como un lugar de referencia y a pesar de la explosión hotelera, aún conserva, buena parte de ese espíritu comunitario y colaborativo con el que nació allá por la década del 90. Es que Rosa nunca fue un proyecto comercial. Todo lo contrario. Fueron los lugareños propietarios de casas de temporada quienes abrieron sus puertas para recibir a quienes iban llegando. Con el tiempo, esos dueños construyeron cabañas para atender la creciente demanda y las transformaron luego en posadas.

Las más requeridas son aquellas que dan al mar. Las buenas cuentan con desayuno, pileta, servicio de limpieza diario y de playa. Una de las pioneras que lidera el ranking, es Fazenda Verde, ubicada al costado de la Laguna del Medio. Cuenta con cabañas en un lindísimo predio verde de 8 ha. A su lado está Fazenda do Rosa, que también le pisa los pies a la arena, con cabañas más sencillas y económicas (una para 4 personas: US$200 la noche; una semana en febrero: US$3800). Y cerca, yendo para Canto Sur, se encuentra Village Praia do Rosa, también muy exclusiva y a metros de la arena.

Subiendo una cuesta, escondida en el morro sorprende la Morada do Bougainvilles, una joyita ubicada a 450 m de la playa. Cuenta con pocas cabañas y un rico restaurante de pastas (cabaña para 4 en enero: US$500 la noche).

Cerca de la Laguna pero yendo hacia Canto Norte, está Barra da Tainha, un condominio de 14 casas privadas de entre 2 y 6 cuartos (¡con 6 baños!) que es un sueño. En temporada las casas son caras pero así y todo, se las sacan de las manos a sus dueños (enero, una con 3 dormitorios y 3 baños: US$1000, la noche). Ubicado a metros del mar, la calidad de construcción y el confort es inigualable. Tainha está dentro del predio de Pousada Vida Sol e Mar EcoResort & Beach Village, que ofrece hospedaje con precios más accesibles (cabaña para 4, en enero, US$1900 la semana). Vale la pena almorzar o cenar unos ricos boliñhos de siri en su restaurante: Engenho do Mar; accesible para cualquiera, rico y con una vista imponente.

Pasando una tranquera, está Soas Cabanas (a 200 m del mar, cabaña para 7 personas enero: US$380 la noche). Es una excelente alternativa por su relación precio-calidad. Cerquita está Buda da Lagoa, otra buena opción. Llegando al centro, hay sitios más baratos y bonitos como: Flor de Lotus y Recanto Spinoza.

Llega el momento inevitable de partir y a uno le brota un gracias sincero por esos días felices. Por despedirse de esa bellísima bahía más descansado, sosegado o integrado.

Uno de los desafíos que enfrenta Rosa, es el de preservar su encanto natural

Datos útiles

Cómo llegar

  • Avión a Florianopolis y luego 95 kilómetros a Rosa (1,30 hora de auto).
  • Ruta en auto: por Uruguay, unos 1550 kms (dos aduanas) o cruzando por Paso de los Libres (Corrientes), unos 1680 kms (con una sola aduana). Parar a dormir en Porto Alegre.

Qué hacer

  • Escuela de Surf Capitao David: (55 48-99990-9458), una clase: US$48.
  • Surfland: piscina de olas para principiantes US$37; avanzados US$50.
  • Masajes a domicilio: Agustina Ruiz: (55 48-99100-0575) US$46.
  • Clases de Yoga: Anita Turner (55 48-99636-0322), US$35 la clase.
  • Cancha de paddle en Fazenda Verde: (55 48-99929-0770).
  • Laguna del Medio: stand up paddle y kayak.
  • Ibiraquera (a 20 kms): Kite y Windsurf.

Dónde comer y comprar

  • San Diego: en la playa, 14 US$ aprox el cubierto.
  • Aika: bikinis US$75.
  • Supermercado “Meia Praia”: con delivery 48-99945-3896 (litro de leche: 1US$, Manteca: US$3, paquete de Fideos: 1US$, pan lactal: US$1,8).
  • Delivery de milanesas de carne y pollo: 48-99152-5918 (1kg: US$15).
  • Mormaii Garopaba: gran tienda de surf a 15 minutos en auto. Tablas usadas por US$250; trajes de agua US$400.

Servicios

  • Rosa Boutique, aquileres y experiencias (@rosaboutique_br en Instagram).
  • Cambio de US$ por reales: Nahuel Canepa (55 48 99101-9306).
  • Estacionamiento: US$4 el día en temporada baja.
  • Alquiler de tablas: Marcio Bolha (55 48 99651-3958), bodyboard: US$9 por día; Surf board: US$16 por día.
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