Leonora Balcarce lleva casi tres décadas en el cine y la televisión argentina. Su rostro se volvió familiar en películas como La Ciénaga, Martín (Hache), y en novelas como El elegido, Mujeres asesinas y Cien días para enamorarse. Después de años de trabajar frente a cámara, encontró en la escritura una nueva forma de expresión. “Quería hacer algo paralelo a la actuación, otra cosa que me gustara de verdad”, dice.
Ese impulso la llevó a escribir Una perla en la arena (Mansalva, 2024), su primera novela: una historia sobre una madre fuera de los márgenes, contada en primera persona, que combina la observación del pasado con la libertad de la ficción. Allí, la actriz se animó a mirar su propia historia familiar desde otro lugar, sin nostalgia ni revancha, y encontró una voz que no necesitaba cámara para existir.
Con Tapados de visón, su segundo libro, Balcarce continúa explorando un universo de mujeres desbordadas, solas o obstinadas, unidas por la búsqueda de sentido y de afecto. Si en la primera novela había una tensión entre la hija y la madre, en este nuevo libro la autora amplía el foco y se permite jugar con otras vidas, otras edades y otros tonos. En esta entrevista con LA NACION, la actriz y escritora habla sobre el tránsito entre la interpretación y la escritura, el trabajo de adaptar su propia novela al cine y el hallazgo de una nueva forma de estar en escena: la del cuerpo quieto y en silencio, frente a la página en blanco.
-¿Cómo llegaste a la literatura? ¿Cuándo empezaste a escribir?
-Empecé con Una perla en la arena, mi primera novela. En realidad, fue una idea que venía rondando hacía tiempo. Sentía la necesidad de hacer algo paralelo a la actuación, otra cosa que me gustara de verdad, porque había probado con distintas cosas artísticas, pero no terminaban de llenarme. De chica escribía un diario íntimo, como muchos niños, más que nada para hacer catarsis, pero nunca tuve el sueño de ser escritora. Quería contar la historia de una mujer que, casualmente, es mi madre. Me parecía una historia riquísima, un material que quería aprovechar desde lo artístico, aunque no sabía bien de qué modo: si hacer una obra de teatro, escribir un guion o algo distinto. Hasta que un amigo me dijo un día: “¿Por qué no escribís una novela?”. Me lo tomé en serio y empecé talleres de escritura con Florencia Monfort, que es mi editora, además de los que tengo en Mansalva que es la editorial que me publica. En principio escribí desde la voz de la hija contando a su madre, pero Flor me propuso probar la primera persona de la madre y funcionó increíblemente. Cambió por completo la mirada moral de la historia. Así nació Una perla en la arena. Antes había escrito textos sueltos, pero este fue mi primer trabajo sostenido. Tardamos dos años en terminarlo y después, al año y medio, publiqué Tapados de visón, que sería como una precuela de Una perla…: madres de ese estilo, aunque con historias distintas. Quise publicar pronto otro libro para no estancarme y quedarme en un solo proyecto.
-¿Cuánto creés que influye tu trabajo como actriz a la hora de escribir?
–Mucho, sobre todo en eso de entrar en como en otra realidad. Cuando escribís, te metés en un mundo distinto, y eso es muy parecido a actuar. En ese tiempo estás “siendo otra”. Para mí, escribir y actuar son formas distintas de narrar.
-¿Pensás en esas facetas por separado? ¿Actriz, escritora…?
-No, todo es parte de mí. No lo tengo compartimentado. De hecho, ahora estoy escribiendo el guion cinematográfico de Una perla en la arena, junto con Carolina Santos. Adaptar la novela al cine es otro arte, más concreto, pero no lo siento ajeno. Me gusta la idea de poder dirigirla; todo pertenece al mismo universo, con tantos años de trabajar en esta industria también hay muchas cosas que ya sé.
-¿Tenés pensado protagonizarla también?
-Es una idea, pero voy paso a paso. Primero quiero terminar el guion.
-En tu primer libro se puede ver que tu mamá era una mujer muy fuera de la norma. Había algo teatral en ella, como si actuara su vida. ¿Creés que eso te influyó a la hora de elegir tu vocación?
-Creo que sí. De chica no soñaba con ser actriz: quería ser veterinaria, me gustan los animales, me crié con gatos y perros. Pero sí, verla actuar, interpretar, cambiar de roles, seguramente me marcó. También el deseo de irme de esa realidad y entrar en otros mundos. De chica me sentaba en el living, hablaba sola, imitaba a Gasalla… todo se dio naturalmente.
-En tu primera novela hay una fuerte carga autobiográfica. ¿Cómo fue decidir qué contar y qué no?
-En realidad, más que recortar, es una cuestión de puntos de partida o de inspiración de la realidad. A partir de ahí voy hacia lo que la historia necesita narrativamente. Siempre necesito algo que me ordene, un punto de arranque desde el cual seguir. No es que haya cosas que elegí contar o no por motivos personales: simplemente hay elementos que funcionan narrativamente y otros que no.
-¿Qué te pasó al escribir desde la voz de tu madre? ¿Te ayudó a empatizar con ella?
-Sí, totalmente. Tengo muchos años de terapia encima, pero escribir desde su voz fue otra cosa. Fue como componer un personaje: imaginar cómo pensaba, sentirla. Yo no sé realmente si pensaba así, pero pude empatizar desde el lugar de madre, de mujer sola criando a una hija en un mundo de abogados y jueces, en los 80 o 90, cuando no existían las denuncias por violencia de género o económica. Fue una mujer que luchó con sus dificultades, pero que siguió adelante.

-¿Y escribirla no fue también una forma de catarsis personal?
-No, para nada. La catarsis la hago en terapia (risas). El libro fue una expresión artística, me parecía interesante contar un personaje tan rico. Yo ya tenía todo muy trabajado internamente. No escribí para “vomitar” lo que me pasó, sino para contar un personaje que me fascinaba.
-En una entrevista dijiste que no te quedó nada por perdonarle a tu mamá. ¿Escribir este libro cerró un ciclo?
-No sé si lo cerró, pero me ayudó a comprender. La palabra “perdón” me resulta muy profunda. Los padres son los padres: no sé si uno perdona o no perdona. Creo que mi mamá hizo lo que pudo. Si leyera el libro, creo que le gustaría, porque la que habla es ella, sin mirada moral ni juicio. De algún modo, su historia me formó. Soy quien soy también por ella.
-¿Cómo fue la transición al segundo libro, Tapados de visón?
-Tenía muchos puntos de inspiración por explorar todavía, es una precuela de Una perla en la arena. Y también las ganas de escribir otro enseguida, de seguir. Algunos cuentos partieron de textos sin terminar, otros los escribí desde cero. Fue un proceso más corto y más libre.
-¿También lo pensás como autoficción?
-No sé. Creo que todo lo que uno escribe tiene algo real que después se ficcionaliza. Todo parte de una base de verdad, aunque esté muy transformada.
-Tus libros muestran otra faceta tuya, más íntima. ¿Cómo vivís esta idea de reinventarte dentro de la escena artística?
-Me gusta pero no lo pienso tanto en términos de reinvención, pero sí siento satisfacción, como si hubiera encontrado otra forma de expresarme.
-¿Buscás validación en los lectores?
-A todos nos gusta que nos digan algo lindo sobre nuestro trabajo. Siempre uno quiere reconocimiento. No escribo solo para eso, pero es una caricia que te anima a seguir. Igual, la satisfacción propia de haberlo hecho es enorme, entonces estoy contenta con eso.
-¿Tenés nuevos proyectos de escritura?
-Quiero escribir otro libro, aunque todavía no sé de qué. No sé si será de cuentos o una novela, todavía no tengo ni la idea en la cabeza. Por ahora estoy enfocada en terminar el guión de la película, pero me encantaría seguir escribiendo.
-¿Qué encontraste en la literatura que no te daba la actuación?
-La soledad. Ese espacio propio, íntimo. La actuación también tiene algo de eso, pero es distinto. En la escritura es como un encuentro con uno mismo, aunque suene cliché. Después viene la exposición, el juicio de los demás, pero ese instante inicial es único, diferente a todos.
-¿Tenés una rutina de escritura?
-Cuando estaba escribiendo, sí. Elegía un horario en el que estuviera sola, apagaba el teléfono, me encerraba en un cuarto frente a la compu y me metía ahí. Generalmente a la mañana o al mediodía. Ahora no puedo hacerlo porque estoy filmando una serie y es más complicado.
-¿Qué serie es?
-Una serie de Underground para Netflix, con Carla Peterson, se llama El tiempo puede esperar.