Cómo logró Curazao, una isla minúscula y casi una selección filial de Países Bajos, llegar al Mundial

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“Es una imposibilidad que se ha hecho posible”. A sus 31 años y apenas unas horas después de concretar una de las sorpresas más notables de las eliminatorias para el Mundial de 2026, Keiji Gorré, puntero izquierdo de la selección de Curazao, tuvo la claridad de resumir en muy pocas palabras la explicación de lo que implica para su país, una diminuta isla del mar Caribe frente a la costa de Venezuela, la clasificación para la máxima cita futbolística. La de los curazoleños se convertirá en la nación más pequeña, con 444 kilómetros cuadrados (poco más del doble que la ciudad de Buenos Aires), y la menos poblada, con 156.000 habitantes, que haya protagonizado un Mundial. Y salvo que Rumania consiga un puesto en los repechajes europeos y Mircea Lucescu lo supere, el entrenador del equipo, el neerlandés Dirk Advocaat, pasará a ser el más veterano en sentarse en un banco de suplentes para dirigir a un equipo participante por la Copa del Mundo.

El asombro recorrió el planeta futbolero desde el momento en que finalizó el partido consagratorio, un 0-0 en Jamaica. Pero antes de continuar es indispensable aclarar que esos datos esconden una trampa.

Festejos en Curazao por la clasificación

Colonia neerlandesa desde que la armada de ese país derrotó a los españoles y se apoderó del territorio en 1634, Curazao declaró su autonomía en 2009 y dejó de ser parte de Antillas Neerlandesas al año siguiente, pero todavía pertenece al Reino de los Países Bajos. Como ocurre con países como Canadá, Australia y Malasia, que aun siendo independientes reconocen al rey Carlos III, de Gran Bretaña, como jefe, más allá de que el monarca no posee ninguna capacidad ejecutiva sobre dichas naciones. En los últimos años, ese lazo de unión con la madre patria ha adquirido una fuerza mucho mayor, y es el punto por el que se debe explicar la evolución en un deporte que en la isla siempre corrió detrás del béisbol en arraigo popular y en captación de jóvenes que lo practicaran.

Una rápida mirada al plantel que afrontó la fase final de las eliminatorias confirma la soga de la que se ha tomado Curazao para ascender desde el puesto 150 al 82 del ranking de FIFA en apenas una década. De los 24 jugadores que formaron parte de la última citación de Advocaat, solo uno, Tahith Chong, es natural de la ínsula caribeña.

Los once titulares de Curazao para el partido más importante de la historia de la nación centroamericana: el 0-0 en Jamaica que la llevó a su primer Mundial de fútbol.

Todos los demás son descendientes en primera o segunda generaciones de curazoleños que migraron a la metrópoli del otro lado del Atlántico, y 22 iniciaron y desarrollaron la mayor parte de sus carreras en clubes de su lugar de nacimiento. Siete forjaron sus trayectorias en la academia de PSV Eindhoven; tres, en la de Ajax; otros tres, en la de Groningen, y el resto se reparte en las demás instituciones de la primera y la segunda categorías del país. Las excepciones son los propios Chong y Gorré, que se formaron en las canteras de Swansea y Manchester United, respectivamente. Incluso 13 de esos futbolistas llegaron a jugar en una o más de las divisiones juveniles de las selecciones oranje. En palabras futbolísticas, Curazao es algo así como una filial o un equipo B de Países Bajos, que consiguió su clasificación para el Mundial el pasado lunes de la mano de Virgil Van Dijk, Tijjani Reijnders, Cody Gakpo, Frenkie De Jong, Xavi Simons.

Se trata de una curiosidad que todavía está en condiciones de ampliarse. Surinam, la antigua Guayana Neerlandesa, perdió el martes en Guatemala la opción de entrar directamente al Mundial, pero tendrá su última oportunidad en el repechaje intercontinental que se celebrará en México en marzo. Su caso es idéntico al de Curazao. La única diferencia es que Surinam al menos cuenta con un jugador, el arquero suplente Jonathan Fonkel, que actúa en la liga local, por Robinhood. En cambio, ningún futbolista de la actual selección de Curazao ha integrado nunca las filas de un club de la isla.

Esta característica peculiar quizás pueda quitar una dosis de romanticismo al logro conseguido por los curazoleños, pero eso no implica que reduce sus méritos. El primero de ellos, aceptar la invitación de abandonar toda opción de vestir la mítica camiseta naranja de su tierra natal, para ponerse la azul de sus padres o abuelos. Juninho Bacuna, volante del turco Gaziantep, explica sus motivaciones: “Empecé a jugar por Curazao en 2019 y fue una decisión importante para mí porque en ese momento tenía solo 21 años y muchos por delante para intentar hacerlo en la selección neerlandesa. Pero quería jugar en el mismo equipo que mi hermano [Leandro, el máximo goleador en la historia de la selección] y que la familia nos viera jugar juntos”.

Siendo seleccionable por Países Bajos, Juninho Bacuna se decidió de joven por Curazao para compartir el equipo con su hermano y que los familiares vieran a ambos juntos en la cancha.

En su situación, como, sin dudas, en las de muchos de sus compañeros, habrá pesado la dificultad de hacerse un lugar en el combinado oranje, aunque para todo jugador que no es considerado un crack, el hecho de tener que cruzar el océano ida y vuelta en cada ventana FIFA implica añadir una dificultad a su carrera.

El de Armando Obispo, titular indiscutible en el centro de la defensa de PSV, es tal vez el caso más emblemático, porque el zaguero es quien estuvo más cerca de ser llamado para ponerse la camiseta de Países Bajos. “En su momento había hablado con varios entrenadores de la selección de Curazao y les indiqué que aún era demasiado, pronto porque mi objetivo era jugar en la selección neerlandesa”, explicó en septiembre pasado, cuando por fin aceptó el llamado de Advocaat. Su padre nació en la isla y el zurdo no perdió su arraigo: “Paso mis vacaciones allí todos los años y tengo mucha familia”, contó. Pero el mayor imán para atraerlo estuvo en la cancha: “El equipo ha experimentado un desarrollo muy fuerte y rápido en los últimos años. Eso me hizo sentirme mejor para tomar la decisión”, arguyó.

Armando Obispo quería actuar por Países Bajos, pero el crecimiento de Curazao lo convenció de representar a la isla en la que pasa sus vacaciones.

Detrás de ese crecimiento asoma nítidamente la mano de Advocaat. Tres veces director técnico de Países Bajos (fue cuartofinalista en el Mundial Estados Unidos 1994) y con pasado en las selecciones de Emiratos Árabes Unidos, Corea del Sur, Bélgica, Rusia, Serbia e Irak, y en los clubes PSV, Glasgow Rangers, Feyenoord y Zenit, de San Petersburgo, el entrenador fue el artífice de que todo comenzara a funcionar mejor en la “Familia Azul”. Como primer paso, demoró su toma de posesión hasta que la federación local se pusiera al día en el pago de salarios a los futbolistas, y a partir de que asumió su función, en enero de 2024, se ocupó de cambiarle la mentalidad y el estilo de juego al equipo. “Su impacto ha sido enorme. Todos saben quién es y respetan sus decisiones y su forma de trabajar. Desde el primer partido se fue notando la evolución, tanto en la forma de jugar como en la de luchar en la cancha. Su presencia es realmente importante para nosotros”, señaló Juninho Bacuna antes del último cotejo, el de Jamaica.

De la mano del veterano preparador, Curazao dejó de ser un conjunto de comportamiento semiamateur. Fuera del campo Advocaat se ocupó de organizar y mejorar las cuestiones logísticas, como las concentraciones y los viajes. Sobre el césped, el equipo se olvidó de privilegiar exclusivamente los aspectos defensivos para evitar derrotas abultadas. Unos meses antes de su llegada, los curazoleños pasaron por el estadio Madre de Ciudades, de Santiago del Estero, y Argentina los despidió con un lapidario 7 a 0. Pero bajo el mando de Advocaat los resultados cambiaron de manera radical: la estadística indica 11 triunfos (7 fueron goleadas, con más de 4 tantos marcados), 6 empates y apenas 3 tropiezos, con 45 tantos propios y 13 ajenos.

A los 78 años, Dick Advocaat registra muchos clubes y seleccionados preparados; el director técnico revolucionó a Curazao en la cancha, cambiando el juego y la actitud, y fuera de ella, organizando la logística y plantándose ante la dirigencia.

“Para mí, dirigir a Curazao es una aventura muy especial. Ir al Mundial con esta selección sería fantástico, la gota que colmaría el vaso”, dijo Advocaat una semana antes de la reciente doble ventana FIFA. Finalmente, un problema personal le impidió estar al frente del plantel en los encuentros decisivos, como local ante Bermudas (7-0 en Willemstad, la capital de la isla) y como visitante de Jamaica en Kingston. Pero su aura continuó empujando a sus dirigidos.

El plantel quedó a cargo de sus ayudantes, Cor Pot y, sobre todo, Dean Gorré, el padre de Keiji, quien fue entrenador interino mientras se definía la situación de Advocaat y conoce a la perfección a los jugadores. “Vivir la experiencia de estar en un Mundial con mi padre guiándonos hasta allí es increíble, algo que solo podía soñar”, manifestó Keiji, delantero del israelí Maccabi Haifa.

A Curazao le bastaba un empate contra Jamaica para coronar la gesta. La resolución tuvo su inevitable momento de dramatismo. Con el 0 a 0 y en el cuarto minuto de adición, el árbitro salvadoreño Iván Arcides Barton Cisneros cobró penal por una acción entre el curazoleño Jeremy Antonisse y el jamaiquino Isaac Hayden. Pero el llamado del VAR propición que cambiara el fallo. Sesenta segundos después, los hombres de camiseta azul se arremolinaban unos sobre los otros para festejar una hazaña inédita.

El partido que le dio el acceso al Mundial

Curazao, una isla minúscula del Caribe, apenas conocida como destino turístico y como vidrioso centro de negocios offshore, jugará el Mundial de 2026, y por más datos que se quiera dar para relativizar sus méritos, nada podrá quitarle el romanticismo que llevará envuelto su presencia entre las potencias futbolísticas del planeta.

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