Sin moneda ni reputación, bajo el paraguas del Tío Sam

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La Argentina aún carece de moneda. Y la estabilidad lograda por el gobierno de Javier Milei está basada en la confianza de que, en el futuro, los cambios profundos tendrán lugar. Pero esos cambios aún no han ocurrido pues necesitan sanción legislativa. Y quienes gravitan sobre esos votos tienen la llave para que el país equilibre sus cuentas, reduzca sus costos, logre inversiones, genere empleo. La moneda, en definitiva, depende de la política. Y ésta, “è mobile qual piuma al vento”…

Entretanto, la vida cotidiana se desarrolla sobre tablones endebles sustentados por la creencia colectiva de que llegaremos al otro lado de precipicio, sin caernos. Por momentos, perdemos noción de la fragilidad de nuestra situación y actuamos como si la hiperinflación, la brecha cambiaria, las góndolas vacías y las angustias familiares fueran cosas del pasado. Olvidando que la Argentina aún carece de moneda y si ésta no se recrea, no habrá ahorro, ni crédito, ni inversión, ni empleo, ni producción.

El fogonazo del pasado 7 de septiembre, con la derrota del mileísmo en la provincia de Buenos Aires demostró, de la peor manera, que aún faltan cimientos sólidos y que basta un cambio de expectativas para que, en un instante, olvidadas pesadillas se hagan realidad. Nuestro prontuario denuncia que, a pesar de recursos abundantes, de aguas, costas y climas, hemos tenido la mayor inflación de América Latina, después de Venezuela; un riesgo país similar al de Zambia, Haití o Somalia y un nivel de pobreza inmoral, tan vergonzosa como las fortunas de los condenados con tobilleras.

La Argentina no tiene credibilidad y el menor parpadeo que quiebre la regla del déficit cero puede revertir todo el esfuerzo realizado en un santiamén. De ese túnel sin luz a la vista solo puede salirse con décadas de esfuerzo colectivo o mediante un aval externo que provea la credibilidad faltante, como fue la Unión Europea para España, Grecia o Portugal, con aceptación de la disciplina consiguiente.

La Argentina aún carece de moneda y si ésta no se recrea, no habrá ahorro, ni crédito, ni inversión, ni empleo, ni producción

El acuerdo marco celebrado con los Estados Unidos el pasado 13 de noviembre ha plasmado, de forma inusual, un aval semejante. Sin embargo, de inmediato surgieron críticas como si la Argentina fuese un país carente de urgencias; estable, sólido y saludable, que buscando abrir mercados en el exterior, hubiese negociado a los apurones un mal acuerdo comercial. Se ha objetado que, frente a 12 compromisos asumidos, Estados Unidos asumiese solo uno y apenas seis recíprocos. Pero su relevancia no resulta de la suma algebraica de acápites, sino de su impacto para nuestro país, marcado por su mala reputación, necesitado de confianza y ávido de inversiones. Recordemos, además, que el nuestro es un mercado minúsculo, frente a la dimensión mayúscula de cualquier rubro de ellos y que hay creación de riqueza no solamente exportando sino también importando.

Si el valor de los compromisos se cotizara en bolsa, la relación de 12 a uno demostraría una generosa sobreestimación de nuestro historial de incumplimientos. Detrás de cada dólar que emite la Reserva Federal y de cada bono que coloca el Tesoro está el debate sobre la división de poderes, la periodicidad de los cargos, la publicidad de los actos, la independencia de la Justicia y la libertad de prensa. Detrás de cada peso que emite la Argentina y de cada bono que coloca, hay nueve defaults, 13 ceros quitados al peso, dos hiperinflaciones, 24 asistencias del FMI y tantas rupturas de contratos que ha sido el país más demandado ante el Ciadi.

Como señaló el experto Marcelo Elizondo, el acuerdo debe evaluarse en un contexto mayor y como extensión del apoyo obtenido dentro del FMI; del swap de monedas, de la compra de bonos en nuestro mercado y del probable aporte de fondos adicionales por un grupo de bancos para fortalecer nuestra capacidad crediticia. Y en cualquier caso, por haber logrado que el principal importador del mundo y el primer inversor externo, extendiese el manto de su reputación para cubrir la ausencia de la nuestra.

Desde que Donald Trump abandonó el multilateralismo forzando a negociaciones bilaterales, se allanaron a sus imposiciones países de primera línea, desde los de la Unión Europea y Japón hasta Gran Bretaña y China. Y la Argentina, el mayor incumplidor serial del planeta, logró un trato preferencial no solo comercial (como también El Salvador, Ecuador y Guatemala) sino estratégico. Podrá decirse que EE.UU. tiene interés en nuestros recursos minerales, alimentos, energía y la exclusión de China. Pero, si eso es hoy nuestra fortaleza, ha sido una oportunidad bien aprovechada para capitalizarla cuando nadie más invierte aquí ni nadie nos presta nada.

El país no tiene credibilidad y, al menor parpadeo que quiebre la regla del déficit cero, puede revertir todo el esfuerzo realizado en un santiamén. De ese túnel sin luz a la vista solo puede salirse con décadas de esfuerzo colectivo o mediante un aval externo que provea la credibilidad faltante. El acuerdo marco celebrado con los Estados Unidos el pasado 13 de noviembre ha plasmado, de forma inusual, un aval semejante

¿Qué otra nación hubiera dado mejor apoyo a la Argentina? ¿Cuáles mejores opciones ofrece la oposición? ¿China, la Unión Europea, Irán, Rusia? En el pasado, el peronismo de la liberación apostó por Cuba, Venezuela y Angola. Así nos fue.

Todavía no se conocen detalles del acuerdo final, pero muchos ya cuestionan el impacto negativo que tendrá la importación de bienes manufacturados sobre ramas de la industria y en particular, sobre las pymes del conurbano bonaerense. Pero, ¿cuál era su situación antes de 2024? ¿Quién cuidaba de ellas? Con altísima inflación, sin crédito, sin insumos y sin dólares, agobiadas por la industria del juicio, la conflictividad sindical, los cortes de energía y la obsolescencia por falta de inversiones, ¿cuál hubiese sido el destino de tantas empresas, de tantas familias, al final de ese camino?

En economías cerradas para sustituir importaciones, las Pymes suelen dar empleo sin cuidar costos pues se trasladan a precios, en perjuicio del consumidor. Ese modelo no es sostenible pues requiere divisas para funcionar, sin generarlas. De allí los controles de cambios, las brechas, las devaluaciones y la inflación. Con acuerdo marco o sin él, la apertura es indispensable para reconvertir todas las actividades económicas y hacerlas competitivas como lo hicieron los países de Europa Oriental o del sudeste asiático, además de la sorprendente China.

La inserción en el mundo es la única forma de proveer recursos sustentables para dar empleos formales, pagar jubilaciones dignas, a los docentes, al personal de salud y de seguridad. Y es bien distinto enfrentar ese desafío de reconversión bajo el paraguas del Tío Sam con bajo riesgo país e ingreso de capitales, que empapados por las lluvias ácidas de Alberto Fernández, Sergio Massa o Cristina Kirchner.

¿Qué otra nación hubiera dado mejor apoyo a la Argentina? ¿Cuáles mejores opciones ofrece la oposición? ¿China, la Unión Europea, Irán, Rusia? En el pasado, el peronismo de la liberación apostó por Cuba, Venezuela y Angola. Así nos fue

No se debe proteger a las pymes por el solo hecho de ser pequeñas o medianas. El esfuerzo por desregular, reducir la presión fiscal y el costo laboral debe ser universal, beneficiando a todas las empresas por igual. La oposición, que se precia de protegerlas, tiene también la llave para hacerlo posible, facilitando su competitividad.

La Asociación de Emprendedores de la Argentina (ASEA), que agrupa a más de 40.000 miembros, sostiene que el país “necesita más de un millón de empresas nuevas para salir de la crisis y terminar con la desocupación”. En tiempos de revolución digital y economía del conocimiento, ese objetivo requiere afianzar la confianza en nuestras instituciones, en la firmeza de nuestros compromisos, en la eficacia de nuestra Justicia. Hemos fallado tantas veces, que nadie nos cree. La política exterior no debe ser regida por ideologías, sino por los intereses nacionales. Bienvenido sea entonces el paraguas del Tío Sam hasta que seamos creíbles por nuestros propios méritos.

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