Entre 1996 y 2000 en la Argentina tuvo lugar una revolución impensada. En apenas cuatro campañas, casi todo el sistema con el que se sembraban cerca de 20 millones de hectáreas —y que una década más tarde superaría los 30 millones— cambió de raíz. La adopción masiva de la siembra directa reconfiguró procesos, tecnologías y mentalidades. Fue un salto histórico, estudiado en todo el mundo, no sólo por su impacto, sino por la velocidad con la que esa transformación se expandió.
Para entender cómo fue posible semejante cambio, hay que viajar más atrás en el tiempo. La revolución de la siembra directa comenzó en los años setenta, impulsada por pioneros que trabajaron en silencio cuando nada hacía prever semejante explosión.
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Ellos querían resolver los problemas de la erosión, imaginaron un futuro alternativo y se pusieron a construirlo. Desarrollaron procesos, capacidades, instrumentos y conocimientos. Y cuando el contexto —tecnológico, económico, cultural— finalmente se alineó, ese conocimiento acumulado eclosionó y marcó un antes y un después.
Hoy estamos nuevamente en una bisagra histórica. Y esta vez, la fuerza transformadora no viene sólo de la agronomía: viene también del lenguaje digital.
Durante siglos, las culturas se organizaron alrededor del lenguaje alfabético: leer, escribir, registrar, transmitir ideas. Ese lenguaje moldeó nuestra forma de pensar. Pero en las últimas décadas —y especialmente desde Silicon Valley— surgió un nuevo lenguaje, basado en datos, código, algoritmos, redes y sistemas.
Es un lenguaje que genera procesos vivos, no estructuras rígidas; que escala exponencialmente, no linealmente; que aprende en lugar de limitarse a ejecutar; que conecta en vez de separar; que experimenta en vez de planificar de manera estática. Silicon Valley no es sólo un lugar: es un idioma cultural, un mindset que convierte ideas improbables en cambios inevitables.
Ese lenguaje biodigital ya empezó a encontrarse con la agricultura argentina. Es el nuevo alfabeto desde el cual podemos reescribir el sistema productivo.
La presión climática, la demanda de trazabilidad, la necesidad de regenerar suelos y agua, la convergencia entre biología y datos, y los nuevos modelos de negocio están empujando hacia una nueva frontera. En esa frontera, la agricultura regenerativa aparece como una posibilidad concreta y poderosa.
Para muchos es todavía una idea lejana; para otros, una oportunidad. Pero conviene recordar que en 1970 la siembra directa también parecía un desvarío.
Lo impensado de hoy es lo evidente de mañana. Y el lenguaje digital y sus derivados, como la inteligencia artificial, cambió todo: nos permite ver, medir y gestionar la complejidad que antes era invisible. El suelo deja de ser una caja negra y se transforma en un sistema vivo medible en tiempo real.
El carbono deja de ser un concepto abstracto y pasa a ser un activo. La biodiversidad deja de ser poesía y se convierte en dato. La decisión agronómica deja de ser sólo intuición y pasa a ser conocimiento compartido en red.
Pensar en un nuevo paradigma —regenerativo, biodigital, circular— no requiere tener todas las respuestas. Requiere, igual que en los años setenta, empezar a construir capacidades cuando todavía parecen innecesarias. Las grandes transformaciones no nacen cuando se vuelven urgentes, sino mucho antes, cuando parecen improbables.

Por eso, la invitación no es a predecir el futuro: es a prepararlo. A experimentar. A crear comunidades de aprendizaje. A acumular conocimiento que pueda detonar cuando el sistema esté listo. A adoptar el lenguaje digital no como una herramienta técnica, sino como una forma de pensar.
La siembra directa fue posible porque una comunidad creyó —y trabajó— antes de que el mundo estuviera preparado. Hoy la oportunidad es similar: pensar la regeneración y la convergencia biodigital como un proceso de construcción colectiva.
Quizás la próxima revolución no se llame exactamente regeneración. Quizás tome otra forma. Pero lo que no admite dudas es que la agricultura que viene será distinta. La Argentina ya demostró que puede liderar transformaciones profundas en poco tiempo. La pregunta no es si habrá un nuevo salto. La pregunta es quiénes van a estar listos para darlo.
El autor es Cofundador Club AgTech