La historia del directivo que vive con Parkinson desde hace más de 10 años y transforma el límite en posibilidad

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Hay algo sereno pero firme y determinado en la manera de hablar de Gary Shaughnessy sobre el mundo y sus injusticias. Aunque su recorrido habla por él -convive desde hace más de una década con Parkinson, una enfermedad progresiva que reorganizó su vida entera-, elige no escudarse detrás de este, ni darle el poder sobre su trayectoria o destino.

Actualmente preside la Z Zurich Foundation, organización que en 2024 alcanzó a más de 10 millones de personas con programas de educación, salud mental, resiliencia climática y asistencia en crisis. Sin embargo, su camino en el ecosistema corporativo comenzó hace ya más de 30 años, de manera que conoce el vértigo que viene aparejado a este desde adentro.

Su discurso, lejos de ser un rejunte de eslóganes y frases motivacionales vacías, es optimista sin caer en la negación. Shaughnessy habla de su condición como una realidad que le impuso limitaciones, sin dudas, pero que también lo empujó a superar sus propios límites y a adoptar una filosofía de vida basada en la confianza de que, siempre que se quiera, se puede ir un poco más allá.

Desde que recibió su diagnóstico, convirtió el límite en camino y el movimiento en su as bajo la manga –literalmente: el ejercicio es lo único que está comprobado puede retrasar el Parkinson-; corre maratones, hace todo tipo de deportes -el pasado septiembre se propuso hacer 30 en 30 días- y baila el jive con su esposa, Janet, con la que además está por abrir un restaurant de pastas en Inglaterra, su país de origen, bautizado “La tavola della risata” (la mesa de la risa en italiano), en donde el objetivo es que la gente no solo coma rico sino que se vaya habiéndola pasado realmente bien.

En un mano a mano con LA NACION, el directivo habló sobre sus aprendizajes a lo largo de su vida personal y profesional. Una frase que resume su espíritu es: “el éxito no se mide en promociones, sino en la diferencia que logramos hacer en la vida del otro”.

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-Desde tu punto de vista, ¿cuál es el rol más urgente de una fundación como Z Zurich?

-El punto de partida es que el seguro tiene que ayudar a la sociedad a crecer más rápido y, para mi, el avance de una sociedad no se mide en tecnología o poder, sino en cómo se trata a las personas que necesitan ayuda. Entonces diría que el rol más urgente de una fundación como la nuestra es concretar el potencial de aquellos que no tienen acceso a las oportunidades que otros sí tienen.

Concretamente, nos enfocamos en cuatro pilares: resiliencia climática, bienestar mental, equidad social —especialmente educación—, y recuperación en crisis.

-De esos cuatro pilares, ¿qué tema considerás es más protagónico?

-La educación. Porque es una parte fundamental del crecimiento de cualquier individuo y de cualquier sociedad. En Argentina hay un historial muy fuerte de trabajo con diferentes organizaciones enfocadas en mejorar el acceso a la educación, fortalecer la enseñanza y mejorar la tecnología que sustenta el sistema educativo.

Dicho esto, no se trata solo de educación, sino también de generar un camino hacia el empleo. Aunque no sea el trabajo definitivo para la persona, pero que sea un lugar por donde insertarse en el sistema.

-¿Cómo identifican a las personas que necesitan ayuda?

-Ellos llegan a nosotros a través de un proceso de selección. Hay una tasa de éxito bastante buena, pero no perfecta. Hoy más que nunca, nuestra pregunta dejó de ser “¿Cómo le doy una oportunidad a alguien?» para ser: “¿Cómo me aseguro de que la oportunidad que doy sea relevante para esa persona?“. No se trata solo de dar un trabajo, sino de dar un trabajo en un área donde esa persona tenga habilidades o intereses que pueda explorar y desarrollar.

-¿Cuál dirías que es el motor para llevar a cabo proyectos de asistencia social?

-La brecha social que existe. Personalmente, habiéndome criado en Europa, mi dilema siempre pasó por si iba a una escuela pública o privada. Aunque fui a una pública, mis papás podrían haberme pagado educación privada hasta los 16 años como mínimo. Pero ese no es el escenario de muchos. Cuando ves en números la cantidad de jóvenes que no tienen esa oportunidad, ahí te percatás de la dimensión del problema.

-¿Hay alguna historia que te haya marcado?

-Sí, el de una chica de Venezuela, Noris Moreno Rojas. Llegó a través de One Young World, un programa de 50 becas anuales que brinda apoyo financiero, recursos y contactos, a jóvenes que tengan un plan de desarrollo profesional, durante todo un año.

Noris sufrió una historia de abuso intrafamiliar -de la cual no se podía separar por dependencia económica-, fue la primera en asistir a la universidad de su familia y para llegar, tenía que caminar varios kilómetros por día. Su propuesta al postularse fue fundar una organización para ayudar a personas en situaciones similares a la de ella y, actualmente, la estamos ayudando con su emprendimiento.

Es admirable que, frente a una situación a la que la tendencia es responder con amargura, ella decidió encontrar la manera para que lo que le pasó no le pase a otras personas. Historias como estas me ponen de manifiesto que, al final del día, no se trata tanto de a cuántas personas estemos llegando, sino de hacer lo correcto.

-La empatía es un tema recurrente en conversaciones sobre salud mental. ¿Qué aprendiste sobre liderar con empatía?

-Que es difícil lograrlo. La empatía es poder ponerte en los zapatos del otro. Es muy poderoso, pero si no tuviste la experiencia que tuvo esa persona, lo que queda es escuchar. Escuchar en serio. Tratar, genuinamente, de ponerte en el lugar del otro sin juzgar. Si liderás con empatía, reconocés que quizás no sabés exactamente cómo se siente esa persona, pero entendés los desafíos que tiene, y podés hacerle sentir que estás de su lado, que estás viendo las cosas desde su perspectiva.

-¿Y sobre liderar con vulnerabilidad?

-En el mundo del que vengo, que es bastante alfa, todos esperan que tengas todas las respuestas (por cierto, nunca las tuve). Cuando me diagnosticaron por primera vez con Parkinson fue una situación difícil, laboralmente, porque, de repente, me encontré en un lugar en donde era evidente que era vulnerable.

Recuerdo, luego de dar una presentación en el Reino Unido, recibir este feedback, de alguien que no tenía ni idea sobre mi condición: “Si nuestro CEO no puede explicar la estrategia del negocio sin temblar…¿por qué deberíamos ser optimistas sobre nuestro futuro?“. Fue uno de los momentos más reveladores porque entendí que no me quedaba otra que ser honesto y compartir lo que me pasaba. Luego de hacerlo, descubrí que todos tienen problemas en sus vidas cotidianas. Solo que el mío es más visible que el de la mayoría.

Ser vulnerable me ayudó muchísimo, porque me cambió la lógica de trabajo y visión de lo que es liderar: dejó de importarme tener todas las respuestas y empecé a enfocarme en hacer buenas preguntas. Mi trabajo pasó a ser mucho más reconocer el valor de los miembros de mi equipo y darles la confianza para lograr los objetivos propuestos.

-¿Qué hace a un buen líder?

-Un ego cada día más chico. Cuanto más alto es tu cargo, más dependés de tu equipo. Tu rol es lograr que ellos funcionen bien, que sientan tu confianza, que se los reconozca. Si decís: “Todo esto fue mérito mío”, no van a querer volver a trabajar con vos.

-¿Cómo cambió tu noción de éxito a lo largo del tiempo?

Mi noción de éxito antes era mucho más narcisista y cortoplacista. Ahora, en cambio, se basa en la diferencia que logro hacer en la vida de los demás, en el largo plazo. No apunto a la perfección, pero si al cambio real. Cambiar la sociedad lleva mucho más que seis meses y no basta poner un parche a los problemas puntuales. Lleva tiempo, esfuerzo y mucha buena voluntad. La suma de esos factores para mi es el éxito.

Su noción de éxito hoy tiene mucho más que ver con cómo hacer un cambio que dure en el tiempo

-Trabajás con gente de procedencias diversas y contextos distintos desde hace más de 30 años. ¿Qué cosas te siguen sorprendiendo?

-La cantidad de gente que quiere hacer el bien que hay. Los últimos 11 años fueron para mi un privilegio porque, a pesar de presenciar constantemente situaciones de abuso de poder en las que se expone lo peor de la humanidad -sistemas que perjudican a niños o niegan el acceso a la educación para mantener el control, por ejemplo-, también veo muchísimas personas haciendo cosas maravillosas por el otro, y eso es hermoso.

Creo con sinceridad que hay muchas más personas decentes y humanas que abusivas e inhumanas. El problema es que estas últimas suelen llamar más la atención.

-¿Qué consejos le darías a una persona que se está iniciando profesionalmente?

-El mejor consejo me lo dio mi esposa cuando me diagnosticaron. Toda mi vida fui entrenado para resolver problemas y tener el control. Pero esto no lo podía controlar. Por ahora, el parkinson no tiene cura. Yo estaba sumergido en un loop negativo, visualizando todas las cosas que ya no iba a poder hacer. Yo siempre fui corredor y recuerdo que en ese momento salí a correr, embroncado porque ya no iba a poder rendir como antes. Entonces Janet me dijo: “Enfocate en lo que podés hacer, no en lo que no podés. Si no podés hacer 5 millas, hacé 3”.

Le hice caso y, al hacer 3 varias veces, pude hacer 4 y aumentar sucesivamente. Hoy llevo más 60 maratones corridas. La idea es que, si te enfocás en lo que podés, descubrís que podés más de lo que pensabas.

El segundo consejo es: no dejes que otros limiten tu potencial. Y, menos aún: no limites tu propio potencial, porque siempre se puede un poco más. Lo peor que podés hacer es autonegarte una oportunidad sin intentarlo.

El tercer consejo es: sé alguien que da energía, no que la drena, como los dementores de Harry Potter. Ser alguien que da energía no significa decir que sí a todo; es construir soluciones y optimismo.

-¿Qué hacés cuando tenés que interactuar con dementores en tu día a día? ¿Cómo te protegés?

-Lo que yo hago, generalmente, es tratar de entenderlos. No puedo cambiar su personalidad, pero sí puedo entender de dónde vienen. Muchas veces, cuando alguien es complicado, es por algo que, normalmente, se puede resolver. Puede ser, por ejemplo, que se hayan sentido ignorados o que no se sientan reconocidos. Ahí está en uno asumirlo o preguntar e iniciar un diálogo. Debo decir que, muchas veces, luego de hablar con alguien, terminás entendiendo que no era un dementor real, que adoptó ese rol por su situación particular.

Ahora bien, también conocí a algunos que son dementores sin redención. En esos casos, lo mejor que podés hacer es protegerte a vos y a los tuyos de esta persona, y evitar que te arrastren a su lado de la vida.

-Para terminar: ¿qué aprendiste sobre lo que realmente importa en la vida?

-Cada persona tiene lo suyo. Para mí lo que verdaderamente importa es la familia, los amigos y la comunidad. Comunidad puede significar muchas cosas: el grupo con el que juego al cricket, la gente con la que corro, etc.

Por otro lado, tu legado: si podés dejar este mundo un poquito mejor de lo que lo encontraste, entonces hiciste un buen trabajo. No creo estar cambiando al mundo en su totalidad, pero sí intento cambiar mi pedacito. Y si yo hago eso y aliento a otros a cambiar su propio pedacito, y ellos, a su vez, alientan a otros más… se construye un gran cambio.

Una última cosa: divertirse. Porque sino, nada tiene sentido.

Para Shaughnessy la familia, los amigos y la comunidad son de las cosas más importantes en la vida

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