El olor corporal es una señal tan cotidiana que apenas le prestamos atención. Sin embargo, detrás de esos aromas, desde el olor de un recién nacido hasta las notas más marcadas que pueden aparecer en la adultez y la vejez, hay pistas que revelan lo que ocurre dentro del organismo. Más que una cuestión social o estética, ¿puede el olor decirnos algo sobre nuestra salud?
Para la doctora Lina Rubiano, médica especializada en medicina china y acupuntura, la respuesta es un sí rotundo. El olor no es solo una huella personal: es también una herramienta de supervivencia. “El olfato llega directo al cerebro y permite leer información inconsciente. Es el sentido que nos previene de comer lo que no debemos o alejarnos de aquello que nos podría hacer daño”, explica. Nuestro cuerpo, por medio de la piel, está hablando constantemente.

Rubiano señala que las toxinas se eliminan de diversas maneras y una de las rutas principales es la piel. Por eso cada persona, y cada lugar, tiene un olor característico. Las instituciones de salud, por ejemplo, suelen tener aromas particulares debido a la mezcla de medicamentos, fluidos corporales y la constante actividad metabólica de quienes están allí.
Ese olor que llamamos “corporal” surge cuando el sudor se combina con la grasa natural de la piel, las bacterias que viven en ella y sustancias que el organismo expulsa. El resultado es un aroma único que cambia según lo que comemos, nuestras hormonas, el nivel de estrés y hasta el clima.

Aunque solemos asociarlo a higiene, el olor corporal puede ser un indicador de salud física e incluso emocional. Algunos aromas ofrecen pistas específicas:
Aliento ácido o muy fuerte: puede sugerir reflujo o enfermedad periodontal.
- Olor metálico: podría relacionarse con una sobrecarga del hígado.
- Aroma dulce en el cuerpo o el aliento: asociado a alteraciones en el metabolismo de la glucosa, como la diabetes.
- Olor a cloro o “limpiador”: a veces es una señal de afectación renal o hepática.
Pero para detectar una alerta, primero hay que conocer el propio “olor base”. Rubiano lo resume así: “Solo si sabemos cómo olemos habitualmente, podemos detectar cambios que indiquen una alerta”. El cuerpo avisa, pero hay que aprender a escucharlo, o en este caso, a olerlo.

No todo cambio en el aroma implica enfermedad. El estrés, por ejemplo, estimula glándulas que producen un tipo de sudor más intenso. La dieta, especialmente alimentos como ajo, cebolla o ciertas especias, puede modificar el olor temporalmente. También influyen el ejercicio, las variaciones hormonales y el equilibrio de la microbiota intestinal.
En conjunto, estos factores convierten al olor corporal en un reflejo honesto del organismo: una suma de reacciones químicas, emociones y hábitos. La nariz, al final, es una aliada silenciosa. Nos protege, nos orienta y, sin que lo notemos, nos revela lo que el cuerpo intenta decir.
Por María Jimena Delgado Díaz