MAR DEL PLATA.- El último posteo en Facebook de Leticia Lembi data del último sábado y cargaba un mensaje que hoy suena a premonición: “Tentando a la suerte”, era el título y refería al álbum que iba a presentar la banda Los Arlequines en Tres Arroyos, la ciudad donde había nacido y residía.
Este miércoles por la tarde cayó desde unos 25 metros de altura desde un sector donde sobreviven restos de una escalera que llega casi hasta el nivel del mar sobre un frente de acantilados que se extiende a la par de la ruta 11 desde el sur de Mar del Plata hasta los primeros balnearios en el acceso a Miramar.
En esa extensión de casi 20 kilómetros apenas si por debajo hay superficie de playa. Cuando se ve arena al pie de las barrancas es, en gran medida, porque la marea se ha retirado. En solo cuestión de horas volverá a avanzar y en contacto con esa suerte de paredones los socavará para seguir ganando terreno. Así ha sido y así seguirá esta dinámica de la naturaleza.

Así también desaparecieron espacios que turistas y marplatenses solían utilizar allí para sus veraneos, alejados de las grandes concentraciones del frente costero céntrico. Y lo único que quedó de aquello que entonces disfrutaron son restos de esas estructuras hormigonadas, construidas hace más de 50 años para brindar un acceso seguro, cómodo y por entonces pintoresco desde esas alturas a nivel de ruta hasta hundir los pies en la arena.
Aún hoy esa escalera permite, en su diseño zigzagueante, avanzar escalones abajo hasta donde ahora hay agua o, en el mejor de los casos, piedra o tosca, que no es otra cosa de la base del acantilado que alguna vez llegó hasta ahí y la erosión marina se lo devoró.

“La semana pasada estuvimos trabajando justo ahí donde se cayó esta chica, es un área de enorme interés para nosotros e incluso tuvimos un nuevo hallazgo”, explica a LA NACION el paleontólogo Matías Taglioretti, del Museo Municipal de Ciencias Naturales.

En esa última incursión, que tenía por objetivo tomar unas imágenes para una presentación por otras piezas que serían expuestas en un congreso, encontraron restos de un ejemplar de Argyrolalgus Scagliai, una suerte de rata canguro considerada de las más difíciles de hallar en los yacimientos paleontológicos de estas costas.
La escalera que está allí, en el tramo inicial y a nivel de ruta con sus barandas, ya con menos protección en el resto del recorrido que requiere descender en pronunciada pendiente, se llamó en sus inicios Martínez de Hoz ya que tomaba como referencia la estancia cercana que esta familia tradicional tenía en las inmediaciones.
Buena parte de su diseño original incluso ha quedado eternizado en el cine argentino, cuando parte de esa plataforma se utilizó para el rodaje de escenas del film Comandos Azules, que a finales de la década del 70 protagonizaron Jorge Martínez y Carlos Balá, entre otros. Esa escena permite ver el vínculo directo que había entre la ruta y la plataforma que luego de un largo corredor, con barandas también de cemento, llevaba hacia la playa. Gran parte de esa estructura ya desapareció.

Ese tipo de escaleras hacia la playa fueron varias en ese tramo de frente marítimo que ofrece una imagen de acantilado bruto y continuado desde la denominada Reserva Siempre Verde –donde finaliza la hilera de balnearios que llega hasta el faro de Punta Mogotes- casi hasta Miramar. La primera que se llevó el mar fue la de playa Los Lobos. Luego deterioró la de La Estafeta, ya en Chapadmalal. Y tiene muy castigada esta que ahora se conoce como Barranca Los Lobos, donde falleció la periodista tresarroyense mientras intentaba tomarse una foto, y otra algo en mejor estado en el sector conocido como La Paloma.

Como no hay impedimentos de acceso y aun cuando hay carteles de advertencia en cercanía que hablan del riesgo de derrumbes, varios suelen aventurarse a esta suerte de mirador único que permite ver el paisaje de acantilados desde tierra pero por debajo de su altura máxima. Eso es lo que, por ejemplo, permite a los paleontólogos trabajar con mayor comodidad sobre esas paredes donde siempre encuentran fósiles de interés para sus investigaciones.
Es un lugar muy elegido por los pescadores porque, siempre con la ventaja de descender por lo que queda de esa escalera, quedan a nivel del mar sobre una gran plataforma firme. Y donde incluso no solo lanzan con cañas sino que, por cercanía con el mar, logran buena capturas con mediomundo o trasmallos.

Otros que se benefician con estos accesos son los surfistas, que por esa zona encuentran algunos puntos muy propicios debido a la complejidad de las olas. Bajan y descienden con sus tablas desde esas estructuras. A veces entre tantos curiosos que se animan a instalarse, con mate en mano, sobre esas plataformas con vista tan espectacular al mar como cargada de posibilidad de accidentes.
“Es un lugar que para nosotros es práctico pero no deja de ser muy peligroso”, remarcó Taglioretti, y recordó que la mayoría de la zona casi no tiene oferta de superficie de playa. Y si existe, es apenas por algunas horas. Así incluso ocurre en puntos que alguna vez tuvieron formato de balneario –con o sin servicios- y para acceder se improvisaron escaleras de madera. Los temporales, entre mar y viento, se encargan de deteriorarlos o arrasarlos una vez tras otra.
El peligro del frente de acantilados no solo está al ubicarse en sus alturas. Son reiterados los casos de accidentes con caídas por pérdida de equilibrio. Uno de los últimos, también en esa zona, tuvo como víctima a un turista extranjero que intentaba una selfie al filo del barranco. Murió tras la caída.
El otro gran riesgo está precisamente al pie de esos enormes paredones de hasta casi 30 metros de altura, ya que siempre se generan desprendimientos. Un informe requerido por la Defensoría del Pueblo de la provincia de Buenos Aires y al que accedió LA NACION advierte que “la peligrosidad de los derrumbes está en parte relacionada con la estructura geológica, la naturaleza de sus materiales componentes, la altura y el tipo de perfil que poseen los acantilados costeros”.
Un antecedente
“La presencia de plantas de gran porte es otro factor que altera la dinámica natural de un frente acantilado, ya que la acción de las raíces provocan un debilitamiento de las capas superiores, propiciando derrumbes”, remarca ese relevamiento que se requirió desde el organismo, tras la muerte de una niña en playa Las Delicias, en el extremo norte de la ciudad.
Quedó sepultada bajo restos de acantilado que cayeron desde casi 15 metros de altura. El caso marcó el inicio de una campaña de prevención que los bañistas no terminan de atender.
Aquel informe elevado a la Defensoría del Pueblo bonaerense también marca la zona de derrumbes según grado de posibilidades, en este caso en ese frente costero sur del distrito. El punto más crítico y con una extensión de casi 400 metros lo señalan al sur de lo que alguna vez se conoció como complejo El Marquesado, hoy abandonado. Marcan otras dos de episodios frecuentes al norte de Terrazas de El Marquesado y al sur de lo que se conoce como Punta Vorohué. Y marcan una franja de unos 450 metros algo mejor protegidos ya que cuentan con un sistema de defensa costera conocido como Rip-Rap, dispuesto con grandes rocas.

Cualquier fin de semana es habitual ver cientos de personas en ese corredor sur, entre el verde llano o las zonas de abundante vegetación que garantizan sombra. En todos los casos, incluso con vehículos, la gente suele ubicar tan cerca como puede del filo de los acantilados.
Se han alentado algunas campañas de advertencia y existen algunos carteles dispersos que advierten sobre el riesgo. La zona de Barranca de los Lobos y otros sectores que no cuentan con playa o bajada pública no tienen puestos de guardavidas. El servicio llega hasta la desembocadura del arroyo Las Brusquitas, en el límite con Miramar, y solo tiene presencia si es que hay condiciones aptas para que la gente pueda acceder al mar.
