La noche limeña volvió a teñirse de violencia. Sergio Bolaños Sarmiento, de 29 años, conocido nacionalmente desde agosto por ser el propietario de la vivienda que fue dinamitada en la avenida Perú, en Trujillo, fue acribillado este jueves en el distrito de Jesús María.
El ataque ocurrió cuando caminaba por la avenida Brasil, aparentemente con la intención de ingresar a una tienda cercana. No llegó a hacerlo. Dos sujetos en motocicleta lo interceptaron y dispararon más de ocho veces, dejándolo tendido sobre el pavimento, sin posibilidad alguna de sobrevivir.
Los testigos escucharon la ráfaga y algunos incluso creyeron que se trataba de pirotecnia. Solo cuando vieron al joven desplomarse y a la motocicleta acelerar a toda velocidad en dirección al cruce con la avenida 28 de julio entendieron que habían presenciado un hecho que ya forma parte del modus operandi más temido en la capital: una ejecución directa y calculada.

Habrían encontrado más de 14 casquillos
En la escena se encontraron varios casquillos dispersos, más de 14 casquillos, evidencia de la violencia con la que actuaron los agresores. La Policía Nacional ha confirmado que el ataque estuvo dirigido exclusivamente contra él y que no se trató de un asalto ni de un intento de robo. Todo apunta a un mensaje claro: eliminar a un objetivo previamente marcado.
La muerte de Bolaños se vuelve aún más significativa por el historial reciente que lo rodeaba. Su nombre saltó a los titulares en agosto pasado cuando una carga de explosivos destruyó por completo su vivienda en la avenida Perú, un acto que sembró miedo y desconcierto entre los vecinos de Trujillo. En aquel momento, la policía señaló que el ataque tenía características propias de un acto ligado a la extorsión y al crimen organizado, un fenómeno que viene golpeando con fuerza el norte del país.
A partir de ese atentado, la figura de Sergio Bolaños quedó envuelta en controversias y versiones encontradas. Las autoridades policiales lo vinculaban de manera preliminar a la organización criminal Los Pulpos, conocida por controlar zonas de Trujillo mediante cobro de cupos y violencia extrema. Él lo negó públicamente, asegurando que era víctima de una campaña para perjudicarlo y que lo querían “hacer quedar mal”. En sus declaraciones, señaló directamente a “Jolín”, un presunto delincuente enfrentado históricamente con “Jhonsson”, ambos nombres conocidos dentro de los circuitos criminales del norte.

Según Bolaños, el ataque con explosivos no tenía que ver con él como persona, sino con la guerra entre estas dos facciones. Aseguró incluso que lo estaban utilizando para “tapar otras cosas” y que su nombre había sido arrastrado, sin fundamento, a la pugna entre bandas. Su versión contrastaba con la de los investigadores, quienes mantenían abiertas varias líneas sobre su posible relación con actividades ilícitas.
Ahora, su asesinato en Jesús María introduce un elemento nuevo y potencialmente decisivo. De acuerdo con fuentes policiales preliminares, al revisar el celular de la víctima se habrían encontrado conversaciones recientes con “Jhonsson”, el rival directo de “Jolín”. Este hallazgo podría reconfigurar la interpretación del caso y generar nuevas hipótesis sobre las motivaciones detrás del crimen. Aunque la investigación está en curso y falta confirmar la autenticidad y el contenido exacto de esos mensajes, la sola existencia de esa comunicación abre interrogantes sobre la verdadera posición de Bolaños dentro del entramado que disputan estas organizaciones.
La presencia de estas conversaciones adquiere un peso particular si se recuerda que, tras el atentado con dinamita, Bolaños había proclamado públicamente que el responsable era “Jolín”. Si en paralelo mantenía contacto con su adversario, “Jhonsson”, las investigaciones podrían orientarse hacia la posibilidad de que el joven estuviera involucrado, voluntaria o involuntariamente, en un conflicto que terminó por atraparlo.

Temía por su vida
En Jesús María, un distrito que se percibía tradicionalmente como seguro, el impacto del crimen ha sido profundo. Los residentes se mostraron consternados al ver que un ataque tan directo pudiera ejecutarse en una de las avenidas más iluminadas y vigiladas de Lima. La motocicleta utilizada por los agresores refuerza el patrón que se ha repetido en los últimos meses en la capital: ataques rápidos, precisos, con rutas de escape estudiadas y sin margen para que la víctima pueda reaccionar.
La Policía, por su parte, trabaja con la Divincri y el Departamento de Homicidios para reconstruir el trayecto de la motocicleta mediante cámaras de vigilancia instaladas desde el cruce con Brasil hasta avenidas colindantes. Sin embargo, los agentes reconocen que en casos de sicariato profesional los autores suelen utilizar motocicletas sin placa visible, cilindradas rápidas y, en ocasiones, rutas previamente ensayadas.
La muerte de Bolaños marca un desenlace trágico para un joven que, tras la explosión en su vivienda, declaró en más de una oportunidad que temía por su vida y la de su familia. Cambió de residencia, evitó regresar a Trujillo y buscó permanecer fuera del radar. Pero las dinámicas del crimen organizado, especialmente en contextos donde existen disputas internas, suelen trascender ciudades, horarios y fronteras. Para los investigadores, el hecho de que haya sido localizado y ejecutado en Lima revela que sus enemigos —o quienes lo tenían en la mira— conocían su rutina.

La casa dinamitada en Trujillo
Bolaños no era un desconocido para la Policía. En agosto pasado, tras la explosión de dinamita que destruyó la vivienda de su familia en Trujillo, las autoridades lo mencionaron como un hombre presuntamente vinculado a la organización criminal Los Pulpos, una de las bandas más violentas dedicadas a la extorsión, el cobro de cupos y otros delitos de alto impacto en el norte del país.
Aunque nunca fue condenado por integrar dicho grupo, su nombre aparecía en informes de Inteligencia que monitoreaban movimientos entre Los Pulpos, Los Pepes y otras facciones emergentes del hampa trujillana.
Después del atentado contra su casa, Sergio Bolaños declaró públicamente que él no tenía vínculos delictivos y que era víctima de una maniobra para “hacerlo quedar mal”.

En aquella ocasión, responsabilizó directamente a “Jolín”, un personaje identificado por la División de Investigación Criminal como uno de los rivales más violentos de “Jhonsson”, cabecilla histórico de Los Pulpos. Su versión apuntaba a una disputa ajena en la que, según él, lo habían usado de pretexto. “Quieren destruir a mi familia y a mí. Me quieren involucrar en cosas que no he hecho”, dijo entonces, asegurando que se había mantenido lejos de cualquier actividad criminal.
Los detectives no descartan que el ataque esté conectado tanto al atentado con explosivos en Trujillo como a conflictos internos entre facciones de Los Pulpos, que en los últimos meses han sufrido divisiones, pugnas por territorios de extorsión y disputas por liderazgo.
Para los agentes, la manera en que se ejecutó el asesinato —sicarios en moto, ráfagas directas, fuga rápida y certera— sigue un patrón de hitman profesional, típico de organizaciones criminales con capacidad financiera y logística.

Otra pieza que evalúa la Policía es si el ataque fue una represalia por haber señalado públicamente a “Jolín” como responsable de la explosión en Trujillo.
Lo que está claro para los agentes es que la muerte de Sergio Bolaños Sarmiento no fue al azar. Los sicarios sabían quién era, dónde vivía y cuáles eran sus rutinas. Incluso manejan la hipótesis de que pudo haber sido seguido desde otro punto de Jesús María o desde su vivienda, algo que las cámaras de seguridad podrían confirmar en las próximas horas.
El Ministerio Público ya ha dispuesto el levantamiento del cuerpo y la revisión integral de las imágenes de la zona, donde hay cámaras municipales y privadas en casi cada esquina.

