Quería un cambio, vivió en playas idílicas y halló un tesoro en la costa argentina: “Una comunidad joven, llena de proyectos”

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Diferentes teóricos afirman que las expectativas son las que nos separan de la felicidad, más específicamente, que la felicidad es proporcionalmente inversa a la brecha entre expectativas y realidad: a más expectativa, mayor probabilidad de desilusión, y menos capacidad de aceptar el presente con contento.

Tal vez por ello, la llegada de Joha a Chapadmalal, Buenos Aires, en el año 2014, estuvo teñida por la duda y cierta aflicción. En el pasado, se había enamorado de aquel rincón del mundo, pero pronto comprendió que ser visitante poco se parecía a transformarse en un residente permanente. Con el proyecto de construirse una casa bajo el brazo, las trabas surgieron desde el comienzo.

Volver a empezar en Chapadmalal, un rincón místico en la costa argentina.

Y a medida que las semanas pasaban, Joha se descubrió rodeada de una energía muy hostil, un clima difícil y mucha soledad. Pero aun así, a pesar de las tormentas externas e internas, algo le decía que debía resistir, que vivir en Chapadmalal valía las lágrimas.

“Mi llegada fue muy compleja, tuve miles de vicisitudes que me hicieron conocer nuevas herramientas en mí”, rememora Joha. “Aun así, la naturaleza y su ritmo tan especial me impulsaban a seguir intentándolo. No había muchas oportunidades laborales, pero creyendo siempre en las posibilidades y animándome a ir por aquello que tiene corazón, cumplí mi sueño. Fue un aterrizaje forzoso que valió la pena”.

Tras la búsqueda de un tesoro perdido: “Más silencio, más tierra, más coherencia”

Joha Brauchler nació en Buenos Aires y desde muy chica sintió que su vida estaba marcada por un ritmo demasiado acelerado, que la acompañó hasta convertirse en una joven adulta, deseosa de hallar un sentido que no encontraba en su ciudad.

A sus 19 años decidió dejar Argentina atrás. En un comienzo, saltó de país en país buscando algo dentro suyo que le costaba retener: “Más silencio, más tierra, más coherencia entre lo que enseñaba y la forma de vida que había elegido”.

Joha dejó Argentina, saltó de país en país, buscando el calor, las olas y un sentido que no podía encontrar.

Por aquellos años, el yoga ya era parte de su vida, y tras recorrer varios rincones enmarcados en sol y mar, el surf hizo su entrada triunfal. Su primer gran llamado lo sintió en Panamá, donde vivió por once meses. Después llegó Costa Rica, donde permaneció cuatro años en los que se desempeñó como encargada de un restaurante, se lanzó a dar clases de surf, yoga y a vender artesanías: “También viajé por todo Centroamérica, atraída por la calidez y la nobleza de su gente, personas que siempre me recibieron con respeto, generosidad y un corazón enorme”.

“Los destinos que me conquistaban fueron siempre los de calor, esos lugares donde podía vivir al lado del mar. Ahí fue cuando comenzó a formarse en mí un estilo de vida inspirado en el surf y en el yoga: más simple, más natural, más real. Una vida con mayor conciencia corporal y habitando espacios donde la conexión se sentía más orgánica y armoniosa para mí”, explica.

Chapadmalal, un tesoro donde vivir: “No le tenía miedo al cambio, le tenía miedo a la conformidad”

A pesar de su búsqueda interna y, a su vez, terrenal, a Joha nada la llenaba, nada retenía su atención por mucho tiempo. Necesitaba seguir, sentía que tenía que conocer más lugares para conocerse más a sí misma. Por aquel camino, encontró personas muy conectadas a la naturaleza, con una energía similar y con un desarrollo del universo holístico que siempre había estado presente en su vida.

Joha Brauchler.

Así, un buen día supo que era tiempo de regresar a su país. Entendió que su gente y su búsqueda no se hallaban en una geografía específica, sino que habitaban en todos los rincones del mundo, y que mientras ella estuviera conectada con su esencia, estaría bien sin importar el destino. Y en Argentina, tal vez, mejor, ya que allí estaban sus seres queridos.

No volvió a Buenos Aires, eligió ese pedacito de la costa argentina que sentía que reunía muchos mundos en uno solo: Chapadmalal: “Chapa fue un tesoro para mí, mezclaba muchos paisajes y sensaciones de diferentes lugares que había recorrido, con el plus de tener a los que quiero mucho más cerca. Por ende, ellos estaban muy felices de esa decisión aunque también un poco preocupados, ya que Chapadmalal no era lo turístico que es ahora. No vivía mucha gente, y todavía tiene lugares donde no hay servicios de gas y agua corriente”, asegura.

De playas anchas y un mar de color cambiante.

“Pero, como buena argentina, sabía cómo empezar de cero una y otra vez, no le tenía miedo al cambio, le tenía miedo a la conformidad”.

Vivir y trabajar en Chapadmalal: “Una comunidad joven, creativa y llena de proyectos”

Tras el aterrizaje forzoso, y mientras Joha construía su hogar en Chapadmalal, poco a poco el horizonte comenzó a aclarar y las dudas se alejaron. Desde el comienzo, se dedicó a impartir yoga y a ofrecer sesiones de masajes en aquella playa que tanto amaba: “Mi sueño”, dice.

Su casa, de pronto, se transformó en un centro de encuentro, donde, aparte de yoga, ofrecía cursos de chakras, masajes, aromaterapia, y más. Poco a poco, su espacio propio empezó a desbordar y decidió que era tiempo de transformar su casa en un hogar, a fin de no mezclar las aguas.

“Decidí profesionalizarse. Gracias a la pandemia, mucha gente se mudó y ya no me entraban en la casa”, dice entre risas Joha, quien hace tres años inauguró en Chapadmalal Satori Yoga House, un centro holístico, donde una red de profesionales ofrece diversas herramientas de bienestar y desarrollo personal.

“Decidí profesionalizarse. Gracias a la pandemia, mucha gente se mudó y ya no me entraban en la casa”, dice entre risas Joha, quien hace tres años inauguró en Chapadmalal Satori Yoga House, un centro holístico, donde una red de profesionales ofrece diversas herramientas de bienestar y desarrollo personal.

“Pienso que Chapadmalal no es para cualquiera. Tiene una energía intensa, muy de tierra que te invita a construir bases sólidas; si no, te desacomoda rápido. Sin tantos servicios, el invierno y la lluvia pueden sentirse hostiles si no tenés un centro firme”, describe Joha.

“Quienes vivimos acá, somos viajeros que eligieron este lugar después de conocer muchos otros. Eso crea una comunidad joven, creativa y llena de proyectos”, continúa. “Chapa es mar, sierras, campo y naturaleza viva. Pájaros, animales, cielos que cambian, silencios profundos y la brisa del mar constante. Es un lugar donde siempre sentí que perderme era también encontrarme”.

Una pausa y una certeza: “Puedo reinventarme las veces que necesite”

Más de una década pasó desde aquellos tiempos complejos, en los que la realidad nubló la fantasía de vivir en un rincón argentino agreste, simple, puro y atravesado por el surf. No siempre es fácil la vida de pueblo en el mar, pero Joha, por fin, halló comunidad, sentido y parte del silencio mental que buscaba. Tras superar las primeras dificultades, pudo dejar de lado las expectativas del pasado y abrazar el presente, aceptarlo con sus claroscuros y transformarlo en una realidad que hoy supera las fantasías de otros tiempos.

Joha, junto a su hijo, su cable a tierra.

Chapadmalal, al igual que ella, creció y floreció, por ello hoy reafirma su elección. Su lugar en la costa, entre Mar del Plata y Miramar, le permite compartir lo más valioso que recogió durante sus viajes por el mundo, y atesorar el tipo de vida que se alinea con su identidad: en comunidad y en armonía con la naturaleza.

La búsqueda incansable de Joha vive tiempos de pausa en Chapadmalal, donde supo -hoy junto a su hijo- hallar y crear hogar. Aun así, es consciente de que el cambio es lo único permanente en la vida, por lo que agradece el presente simple, sin temer las transformaciones.

“Chapa es mar, sierras, campo y naturaleza viva. Pájaros, animales, cielos que cambian, silencios profundos y la brisa del mar constante

“Mi experiencia de vida me sigue enseñando a valorar la simplicidad, la presencia y el cuidado propio”, asegura Joha. “A confiar en los movimientos internos que me piden cambiar de rumbo. Aprendí que puedo reinventarme las veces que necesite, que no tengo por qué seguir caminos prestados y que cuando eso sucede, aparece la fuerza para crear lo que deseo o necesito”, concluye.

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