El león gana más con el silencio que con los rugidos

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Sobre el arte de guardar silencio hay mucha literatura. El silencio es motor de grandes obras (Carlyle), fuente de poder (Lao-Tse) y cimiento de autoridad (Da Vinci); también enseña Diógenes que “callando se aprende a oír, oyendo se aprende a hablar, y luego lo más importante: hablando se aprende a callar”. Sumemos aquella vieja ecuación: “Buen silencio vale más que mala disputa”. Javier Milei, que nació a la política pegando gritos y lanzando insultos, cavando trincheras y repartiendo soliloquios agresivos, está aprendiendo a cuidar la palabra. Esta brusca economía de la lengua le trae tantas o más ganancias que toda la macro, puesto que le ha permitido armar una robusta primera minoría en la Cámara de Diputados y negociar reformas, jueces y fondos con otros sectores y sin mayores sobresaltos: lo ha logrado postergando por tiempo indefinido la “batalla cultural de la ultraderecha” –de tan difícil digestión para centristas de diverso pelaje–, y reprimiendo improperios y hostigamientos verbales, que también violentaban a los “ñoños republicanos”. Como a pesar de todo no le alcanzan los números, está obligado a seducir y no a sodomizar, verbo que les encantaba revolear enfermizamente a las “fuerzas del cielo”.

Como a pesar de todo, a Milei no le alcanzan los números, está obligado a seducir y no a sodomizar, verbo que les encantaba revolear enfermizamente a las “fuerzas del cielo”

Tampoco resulta demasiado conducente, para esta estrategia forzadamente buenista, aplicar hoy el acoso en el recinto: Lilia Lemoine admite que practican ese bullying (así lo llama) por simple venganza. Dicho sea de paso, que desde el palco el Presidente arengue a su tropa ampliada con “la casta tiene miedo” a esta altura de los escándalos que los libertarios protagonizaron durante todo este tiempo, suena tan risible e hipócrita como cuando los kirchneristas más rapaces modulaban abnegadamente “patria sí, colonia no”. Resulta que los libertarios están atravesados por figuras y por prácticas de la casta más rancia y de algunos de sus peores lúmpenes, y que si ahora les está yendo mejor que nunca –viven su época dorada– se debe fundamentalmente a la rosca. El menemismo, señor Presidente, es así, y como decía Carlos Menem: el que se calienta, pierde.

Resulta que los libertarios están atravesados por figuras y por prácticas de la casta más rancia y de algunos de sus peores lúmpenes, y que si ahora les está yendo mejor que nunca se debe fundamentalmente a la rosca

Sus funcionarios confiesan que hacen todo lo posible por retener el “monopolio de la derecha”, metiendo caprichosamente bajo ese paraguas a radicales, desarrollistas, liberales críticos, librepensadores e incluso a socialdemócratas y a peronistas colaborativos. Derecha es lo que el mileísmo y el kirchnerismo deciden que sea; comunistas somos casi todos. Para gobernar a ese colectivo tan variado es mejor mantener la discreción: en boca cerrada no entran sapos, ni germinan contradicciones insalvables. La plena conciencia de que fabricar infinitos enemigos destruía su propia gestión y malquistaba a la opinión pública, y la certeza de que remontó la derrota de septiembre sofrenando su ira y recortándose simbólicamente las patillas (como alguna vez hizo su ídolo noventista) modifica todo el tablero, porque redunda en su consecuente retirada del escenario mediático –aquellas coléricas entrevistas en serie, aquellas injuriantes cataratas de tuits– y de la fraseología agonal: hoy hay pocos ensobrados, econochantas y mandriles; su mutismo es tan notorio y le quitó tanto estrés a la vida pública que por momentos parece como si el contendiente se hubiera marchado del ring, y como si hubiese dejado a sus antagonistas peleando contra su sombra.

Aunque, por supuesto, a veces el León no puede con su genio y, obligado a dar un discurso, se pone a la defensiva y rompe la famosa regla de Lincoln: “Mejor es callar y que sospechen de tu poca sabiduría, que hablar y eliminar cualquier duda sobre ello”. Algo de eso sucedió cuando Milei criticó el endeudamiento y la poca vocación ajustadora del gobierno de Cambiemos frente a Toto Caputo, factótum decisivo de aquella política de gradualismo, y despreció así en público a aliados y socios recientes. Luego dio una explicación escolar, aunque profundamente dogmática, que sería impracticable en su Meca y hasta le electrificaría el jopo naranja a su mentor de Mar-A-Lago: explicó por qué una apertura indiscriminada permite ahorrar a la gente y la hace más feliz. No aclaró qué pasaría si esos “ahorros” –obtenidos a costa del cierre de empresas y del desempleo local– siguieran invirtiéndose en más objetos importados o en viajes al exterior: a fin de año se habrán ido por esa vía turística unos 12.000 millones de dólares. El Estado se concibe religiosamente ausente del asunto –al revés exacto de lo que plantea el trumpismo para su pueblo– y cae en algunas paradojas: acordamos ser niños adoptados por Estados Unidos a cambio de quitarle los grandes negocios a China, y dejamos que los chinos depreden el territorio local. Seguimos marchando a contracorriente del mundo, porque los países desarrollados procuran protegerse mientras nosotros cultivamos el criterio de las tranqueras abiertas. Eso sí: encajamos perfecto. En los intereses de ellos. Luego está el contrasentido libertario de argumentar dos cosas al mismo tiempo: la apertura debe ser inmediata, total y sin miramientos, pero las reformas deben aprobarse para que las empresas nacionales sean competitivas. Una mínima lógica podría al menos invertir los tiempos: reformemos antes de abrir y no viceversa, porque si no es como atarle un brazo a un boxeador, mandarlo a enfrentar a Tyson y luego del desastre encogerse de hombros y decir: “El box nunca se equivoca”. El 40% de las empresas redujo su producción y el 47% reportó bajas en las ventas. Y un “comunista” como Carlos Rodríguez, otrora gurú de Milei, se manifestó a favor de abrirse al mundo, pero no con este mercado laboral distorsionado ni con un tipo de cambio controlado y atrasado: “Como vamos ahora, el desempleo y la informalidad están a las puertas de explotar, como sucedió con la Tablita y la Convertibilidad”, escribió.

No es poco lo que logró Javier Milei: bajó la inflación y con ello la pobreza, aunque no en la medida en que se ufana; aprendió a hacer política y a jugar con los silencios, y quizá todas estas alertas tempranas resulten falsas alarmas, producto de recordar los estropicios de Martínez de Hoz, a quien algunos dinosaurios se empeñan hoy en rescatar del olvido. También asaltan dudas razonables acerca del diseño de país que existe en su cabeza. El economista brasileño Edmar Bacha sugirió en 1974 que el modelo al que avanzaba Brasil podía denominarse “Belindia”: una mezcla de la riqueza sofisticada de Bélgica con la pobreza crónica de India: ¿30 a 70? La historia dirá.

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