No se acordaba cómo se conocieron pero su trágica historia lo marcó: Pipo Cipolatti y el amor que lo atravesó para siempre

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En un bar del centro porteño, a metros del Obelisco, mientras entrevistaban a Pipo Cipolatti, uno de los parroquianos murmuró: “No todos los héroes del rock cargan guitarras; algunos cargan silencios”. Quizás se refirió al silencio que es parte de la historia de amor y tragedia que marcaría para siempre la vida de este músico, cantante y compositor argentino, líder de Los Twist y figura del rock nacional desde los años ‘80.

Flavia Pereyra Iraola, la entonces pareja de Pipo Cipolatti, en el festejo de cumpleaños de sus hijos

Pipo —cuyo nombre real es Hugo Cipolatti— había conocido a Flavia Ortiz a fines de los años ‘90, cuando el movimiento rockero porteño transitaba una etapa ecléctica y expansiva. No hay registros precisos sobre cómo se conocieron: en entrevistas posteriores, el propio Cipolatti llegó a decir que ni siquiera recuerda cómo fue ese primer encuentro ni dónde estaban sus cabezas cuando todo empezó a rodar. “Estuvimos poco tiempo juntos, es una etapa que no tengo clara”, diría años después, con un gesto, mezcla de evasión y confusión.

Lo que sí está claro —y lo certifican documentos civiles y testimonios— es que el vínculo se formalizó con la llegada de dos hijos: en febrero de 2002 nacieron Giorgio y Donato, mellizos que serían, con el tiempo, el centro de una historia de amor y tragedia a lo largo de los años.

Pipo Cipolatti junto a sus dos hijos en un show de rock

La ceremonia bautismal, celebrada el 27 de mayo de 2002 en la Catedral de San Marón de Retiro, fue un evento memorable del ambiente artístico: padrinos elegidos por la pareja fueron nada menos que Charly García, Fabiana Cantilo, Gerardo Sofovich y Paulina Karadagian.

El bautismo más famoso: Charly García, Paulina Karadagian, Pipo Cipolatti, Flavia, Fabiana Cantilo y Gerardo Sofovich. En los brazos de los padres, cada uno de sus hijos

Desde el primer día, la relación estuvo marcada por altibajos en medio de discusiones, tensiones económicas y diferencias que, con el tiempo, se hicieron cada vez más visibles. Según reportes de la época, Flavia llegó a denunciar públicamente la falta de compromiso económico de Pipo para con sus hijos, algo que amplificó una tensión ya de por sí delicada.

La música y la fama pueden ser una red de contención, pero también de fracturas. Para Pipo, en ese momento, su carrera con Los Twist seguía activa, y su agenda lo llevaba de un lado a otro mientras intentaba, de algún modo, equilibrar su vida familiar y su trabajo creativo. El propio músico, en entrevistas posteriores, reconoció que muchos de los pasajes de esos años se le escapaban de la memoria, como si hubieran sido borrados por la intensidad emocional de lo vivido.

El día que cambió todo

Era febrero de 2004 y los mellizos tenían apenas dos años. Flavia Ortiz —que a menudo usaba su apellido de soltera, “Pereyra Iraola”, como un guiño— vivía en un departamento en el barrio de Almagro. En la tarde del 7 de febrero, desde un octavo piso, se arrojó al vacío: fue trasladada de urgencia al hospital Ramos Mejía, donde quedó internada en estado crítico. Padeció fracturas múltiples —incluida la tibia izquierda y costales— y contusión pulmonar. Tras cinco días de agonía, murió como consecuencia de complicaciones y un paro cardiorrespiratorio.

La causa fue tomada inicialmente como un intento de suicidio. En aquel entonces, el músico estaba de gira y fue notificado del hecho mientras actuaba en un festival. Fue un impacto devastador, no solo para él, sino también para el medio artístico que lo rodeaba. El hecho causó conmoción, y Pipo, por respeto a la madre de sus hijos, se refugió en el silencio, nunca ventiló detalles de lo ocurrido ni sobre el estado mental de Flavia antes de aquel día.

En años posteriores refería en cada oportunidad que lo consultaban simplemente que no sabía qué responder: “Hace un año que no estaba con ella, no sé qué pasó… fue algo muy trágico y muy siniestro, pero no puedo dar una opinión”. Evidenciaba, así, una mezcla de dolor residual y evasión profunda, que remarcaba que no pudo articular con sus hijos una narrativa familiar sobre lo ocurrido.

Padrinos, dolor y acompañamiento

En medio del duelo, la red de amigos y padrinos de los mellizos se volvió un sostén clave. Charly García, que había sido tan cercano a Pipo en la escena musical de los 80, visitaba con frecuencia la casa y a los niños; un día incluso le regaló al músico varias de sus guitarras con la sugerencia de que si necesitaba venderlas, el dinero fuera para ellos. Sin embargo, con los años su relación se enfrió, y hoy Pipo admite que hace más de una década no se ven.

Fabiana Cantilo, otra figura esencial del rock argentino y madrina de los niños, mantiene un vínculo esporádico con ellos, acompañándolos ya adolescentes. Gerardo Sofovich, recordado productor y figura mediática, también fue padrino; su intervención se cuenta con anécdotas pintorescas, como cuando le ofreció a Pipo organizar un show en su famoso programa, La noche del domingo. Paulina Karadagián, hija del histórico titán Martín, completó ese cuarteto tan heterogéneo como significativo para los niños y sus primeros años sin madre.

Reconfigurar la familia

Después de la muerte de Flavia, Pipo se hizo cargo de Giorgio y Donato de manera directa. En entrevistas relató que los llevó a vivir con él: “Pasó todo junto. Yo al ser hijo único, quedamos solos con mi mamá, que me ayudó mucho en esos primeros años. Buscamos la manera de que la situación sea pintoresca y no patética”, confesó, intentando poner palabras a un dolor que todavía parecía latir.

Los mellizos de Pipo Cipolatti

Con el paso del tiempo, los mellizos fueron creciendo y forjando su propia identidad lejos de las sombras del pasado. Ya adolescentes, se marcharon a España —específicamente a Lorca, en Murcia— donde se integraron al mundo del deporte y del club Juventud Latina, con expectativas de crecer profesionalmente en el fútbol. Allí encontraron un espacio de libertad y desarrollo personal que los alejó de la vorágine mediática de Buenos Aires y decidieron seguir su camino independiente. Pipo reconoce con orgullo que “les va bárbaro y están contentos”, y aunque la distancia física existe, el vínculo afectivo permanece.

Hoy Pipo sigue adelante con proyectos y una mirada introspectiva sobre su historia. Ha publicado nuevas canciones y cultiva una vida menos expuesta pero activa en lo referido a la creatividad. Sus hijos, lejos ya de la infancia marcada por la pena, exploran sus propios sueños en otro continente, mientras los padrinos que alguna vez los sostuvieron siguen siendo parte de los relatos familiares con los mejores recuerdos. Una historia familiar que incluyó una tragedia, pero que pudo reconstruirse aún en medio del dolor.

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