Milei y el arte de los acuerdos efímeros

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Dos años después, en el comienzo de la segunda mitad de la presidencia de Javier Milei, el terremoto continúa. Los partidos y las alianzas que quedaban al momento de la aparición del presidente libertario no han dejado de quebrarse, fragmentarse y hasta desaparecer.

En lugar del viejo esquema de dos agrupaciones enfrentadas aparece ahora una fuerza predominante construida sobre la marcha, mientras gobierna. Enfrente la dispersión crece. Milei aprovecha para tratar de acumular.

El Presidente restablece después de casi tres décadas la prevalencia de los partidos por sobre los frentes electorales y lo hace en nombre de un estilo personalista y vertical que no casualmente recuerda la formación del primer peronismo

Fue un error y un exceso de confianza de quienes protagonizaron las elecciones de medio término creer que la decisión de los votantes sería el principio de un reordenamiento. Ocurrió todo lo contrario.

Milei confirmó que la victoria que alcanzó lo dejaba solo frente a una cruda realidad que se comprometió a transformar. No tiene oposición y en su lugar aparecen retazos de viejas formaciones.

En el mejor de los casos, el Presidente puede establecer una guía de relacionamiento según la actitud que advierta en los espacios no libertarios respecto de sus posiciones tajantes hacia la apertura de la economía.

Milei está consumando su decisión de mantener el estilo que lo llevó a la presidencia repudiando al resto de la política. Al mismo tiempo, hace acuerdos con la casta que denuncia. Son pactos de circunstancia para encontrar los números necesarios para votar leyes decisivas.

En la madrugada del jueves, logró aprobar en Diputados el Presupuesto con el apoyo del PRO y aliados provinciales. Y luego, sin previo aviso, blanqueó un acuerdo con Máximo Kirchner para integrar la Auditoria General de la Nación ante el estupor de sus socios habituales.

En esa misma sesión, los libertarios que creían contar con los votos necesarios para aprobar lo que quisieran encontraron un freno al rechazo a reducir las partidas para discapacitados y para las universidades.

La transparencia no es una obsesión libertaria y si el uso de recursos disponibles materiales y humanos para consumar sus planes

Mauricio Macri fue el primero en notar que el apoyo que le dio a Milei y su afinidad tardía con los cambios drásticos que él no quiso realizar entre 2015 y 2021 no le servirían para alcanzar una alianza partido a partido.

La respuesta de Milei al intento de asociación de Macri fue enfrentarlo y derrotarlo en su propia casa, la ciudad de Buenos Aires, y abrir la puerta de La Libertad Avanza para recibir individualmente a dirigentes del PRO que aceptaron cambiar la camiseta amarilla por la violeta.

Es la misma condición que le puso a radicales, dirigentes de fuerzas provinciales y hasta peronistas: la condición para ser oficialista es pertenecer La Libertad Avanza.

La transparencia no es una obsesión libertaria y sí el uso de recursos disponibles materiales y humanos para consumar sus planes. Es lo que explica que Andrés Vásquez haya sido ascendido a jefe de ARCA, una decisión que recuerda la propuesta de convertir al juez Ariel Lijo en miembro de la Corte.

Quizá sin proponérselo, el Presidente está restableciendo después de casi tres décadas la idea de la prevalencia de los partidos por sobre los frentes electorales. Lo hace en nombre de un estilo personalista y vertical que no casualmente recuerda la formación del primer peronismo, en los días en los que el coronel Perón llegó a general pidiéndole un cambio de pertenencia a radicales, conservadores y socialistas y, muy importante, una subordinación plena a su liderazgo.

La vieja falla del sistema federal que convierte en dependientes a casi todas las provincias es usada por Milei como antes por tantos presidentes

El credo libertario no acepta librepensadores; premia la incondicionalidad y desprecia la conversación interna y horizontal entre los dirigentes de la misma fuerza. Eso no evita que haya una grieta dramática abierta por la pelea de espacios de poder entre Karina Milei y el asesor Santiago Caputo.

El triunfo electoral de octubre, incluido el notable repunte en la provincia de Buenos Aires, acentuó el predominio de la hermana, pero eso no terminó con las peleas internas. Hacia afuera, el gobierno no encuentra con quién pelearse. En el kirchnerismo todo lo que hay es la decadencia de Cristina Kirchner y la escasa capacidad de reemplazo que hasta ahora tiene Axel Kicillof.

Será tal vez por esa ausencia de rivales con capacidad de bloquearle sus planes que Milei eligió terminar el año y empezar el que viene con una guerra frontal contra los jefes de la AFA, Claudio Tapia y Pablo Toviggino.

El Presidente aplica con un mes y medio de retraso una represalia a ambos al encontrarlos facilitadores de la divulgación de la grave denuncia de corrupción de los fondos para discapacitados administrados en la Andis.

Como consecuencia inmediata, quedó expuesta la obscena borrachera de poder de esos dos dirigentes que combinaron manejos tramposos, torpeza política y exhibición de riquezas inexplicables. Tapia y Toviggino parecieron ignorar que la autoridad de un presidente es mucho más amplia de lo que se puede ver. A Milei no le hace falta manejar jueces; le alcanza con permitir que los organismos de inteligencia, de control fiscal e impositivo le entreguen información para las investigaciones.

Milei navega con viento a favor en tanto los hinchas de fútbol sintieron en los últimos años que los arbitrajes estaban digitados. La idea de justicia suele convivir con el fanatismo, por extraño que resulte. Más raro fue todavía que Tapia le entregara a Rosario Central un título que no se había puesto en disputa.

Con la conducción del kirchnerismo sin rumbo, el sindicalismo peronista sin fuerza ni voluntad de enfrentarlo, al Presidente le alcanza con negociar acuerdos transitorios con algunos gobernadores a cambio de partidas de fondos y promesas de obras. Esas erogaciones no ponen en riesgo el equilibrio fiscal y reestructuran el viejo sistema de relaciones aceitadas con recursos a cambio de votos en el Congreso.

La vieja falla del sistema federal que convierte en dependientes a casi todas las provincias es usada por Milei como antes por tantos presidentes; en este caso, para alcanzar reformas estructurales como las que empezaron a tratarse esta semana en el Congreso.

Nada de lo aprobado tendrá un efecto inmediato en la situación económica. Persisten la caída de la actividad, la pérdida de empleos de sectores sin capacidad de competencia y la ausencia de un impulso firme a una reactivación que todavía no asoma.

La soledad del Presidente y la capacidad que ahora tiene para avanzar en la colocación de los cimientos de un futuro que no llegará hasta dentro de varios años incluye el riesgo de la impaciencia.

Alguien, en algún momento, empezará a representar a las circunstanciales víctimas del esfuerzo para cambiar un país acostumbrado al proteccionismo y al paternalismo del Estado. Milei alguna vez volverá a tener rivales. No se sabe por ahora cuándo ni quién.

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