La nota de Luis Schenoni publicada en la edición de LA NACION del 17 de diciembre sobre el “Corolario Trump” a la Doctrina Monroe, permite una conversación constructiva sobre la política exterior en tiempos turbulentos, en los que la necesidad de posicionarse para lo que viene en el futuro aparta las reglas de convivencia establecidas: la amenaza a la supervivencia o a la propia libertad y el poder, se imponen a las reglas.
La tesis de Schenoni es que América Latina habría pasado a ser relevante para los Estados Unidos por ser un problema para ellos, especialmente en materia migratoria y que, por lo tanto, cuando desaparezca el problema o sea reemplazado por otro, volverá a desaparecer la relevancia. Me atrevo a aportar una mirada más compleja.
En realidad todo el mundo se está moviendo y no sólo nuestra región. Europa, por ejemplo, se enfrenta no sólo a la amenaza rusa por el este, sino también a una posible invasión migratoria de una África que algunos calculan que a fin de siglo tendrá 7 habitantes por cada europeo. La respuesta europea a ese fenómeno es trabajar y dar financiamiento para que África se desarrolle y retenga su población con niveles razonables de bienestar y oportunidades. El problema que están teniendo varias regiones de África es que los estados están perdiendo el monopolio de la violencia, desafiados por grupos delictivos, insurreccionales, terroristas o todo junto. América Latina también ha visto crecer en forma altamente preocupante el aumento del dominio del crimen organizado, especialmente alrededor de la droga y el lavado de dinero, lo que se ve en México (donde los narcos apoyan la elección popular de sus jueces), en Colombia y partes de Bolivia desde hace muchos años, en los comandos brasileños o en los conurbanos de Rosario y Buenos Aires. Estos movimientos criminales crecen tanto que se derraman en la política. Además, han tenido complicidad visible de potencias extrarregionales como Irán, en Venezuela, Bolivia y tal vez la Argentina. Todo eso puede ser visto como una amenaza para Europa o los Estados Unidos, pero sin duda es una amenaza más grande para países como el nuestro.
Si pensamos como algunos eurocéntricos que América Latina y el África son un desastre y no tienen arreglo, tal vez lleguemos a la conclusión de que cuando Estados Unidos tenga otra preocupación, se acabará nuestra relevancia. Pero ese razonamiento, abonado por nuestro pasado, tal vez no esté abonado por el futuro: ¿qué pasaría si América Latina (o África) no fueran estados fallidos dominados por los delincuentes y los políticos lavadores de dinero? ¿Qué pasaría si se estabilizaran sus economías (como sucede en Uruguay o Chile o Paraguay o Perú o Brasil) y los gobiernos de la ley pudieran controlar sus recursos naturales y promover sus recursos humanos con educación de calidad, estado de derecho y libertades públicas y privadas? En otras palabras, ¿qué pasaría si los estados nacionales derrotaran al narcoterrorismo?
La política exterior siempre busca que se establezca un orden para que haya estabilidad, que es la garantía de la paz. Muchos somos los que creemos que los estados se pueden imponer a los irregulares, manteniendo el orden y aplicando la ley. Países como los que integramos el Mercosur y nuestros vecinos, podemos construir alianzas que garanticen el lema de Brasil (orden y progreso), el de Roca (paz y administración) o el de Kennedy (que para los progresistas es más simpático que Trump) con su Alianza para el Progreso. Hay una ventana de oportunidad si organizamos nuestra economía para usar sus recursos en educación e infraestructura y damos libertad y estabilidad a nuestros pueblos. Eso no quiere decir que no tengamos relaciones serias, previsibles y de largo plazo con todas las potencias del mundo que nos respeten, como marca nuestra Constitución, sino lo contrario.
Presidente Provisional del Senado (2015-2019)
