Cada diciembre un árbol sale de nuestro placard para transformar la casa en un territorio festivo. La costumbre de armarlo con sus luces y adornos parece tan natural que nos cuesta imaginar que su historia sea, en realidad, un largo viaje a través de siglos, religiones y continentes.
Cuenta una leyenda católica que su origen se asocia a la figura de San Bonifacio (680–754), un monje inglés conocido como el apóstol de los alemanes. El hombre dedicó su vida a evangelizar las regiones de la actual Alemania y parte de los Países Bajos, y fue clave en la reorganización de la iglesia en aquellos tiempos. Durante sus viajes misioneros, Bonifacio supo que en la aldea de Geismar, en invierno, los habitantes se reunían alrededor de un antiguo roble sagrado —el Roble del Trueno, dedicado al dios Thor— donde se realizaban sacrificios humanos. En la Nochebuena del año 723 decidió enfrentar ese culto pagano: llegó al lugar, les interrumpió el ritual y, confiando en la fuerza de la fe cristiana, taló el roble, declarando: “Aquí está el Roble del Trueno; y aquí la cruz de Cristo romperá el martillo del falso dios Thor”.

Según la tradición, tras la caída del roble, el monje señaló un pequeño abeto (perenne, prospera en climas adversos) que crecía detrás y lo designó como símbolo del cristianismo, asociándolo al nacimiento de Cristo. Este gesto es considerado el antecedente histórico del árbol de Navidad como signo cristiano de vida, fe y renovación. Pasaron siglos y el árbol siguió presente en las celebraciones hasta que en el XVI sumó un detalle decorativo decisivo: dicen que fue Martín Lutero quién colgó por primera vez velas encendidas con la intención de reproducir el brillo de las estrellas entre las ramas.
La costumbre viajó a Inglaterra y se popularizó de manera definitiva cuando el príncipe Alberto, de origen alemán, y la reina Victoria decoraron un árbol en el palacio. En 1848, una ilustración de la familia real reunida alrededor, publicada por Illustrated London News, terminó de consagrar este hábito que más tarde cruzó el Atlántico hacia Estados Unidos, donde al principio fue recibido con recelo por sus raíces paganas, aunque hacia fines del siglo XIX ya era parte del paisaje nevado de diciembre.
El éxito de esta moda tuvo sus consecuencias: la presión sobre los bosques, especialmente en Alemania, llevó en la década de 1880 a la creación de árboles artificiales hechos con plumas de ganso, el antecedente de los clásicos ejemplares de plástico fabricados en China que hoy abundan en las góndolas de tiendas y supermercados. Natural o artificial, discreto o exuberante, el árbol de Navidad conserva algo de su espíritu original: un símbolo de continuidad y de una tradición que supo reinventarse sin perder su capacidad de reunir a las personas.
Reinventando el arbolito
Con ese mismo espíritu los hoteles de lujo alrededor del mundo comenzaron a reinventar el árbol para convertirlo en verdaderas instalaciones artísticas de fuerte impacto visual, casi siempre vinculadas a la alta costura, la joyería de lujo y la estética de las grandes maisons internacionales. Firmadas por diseñadores, casas de moda y artistas, estas propuestas transforman lobbies y espacios emblemáticos en verdaderos escenarios de fantasía.

Uno de los grandes protagonistas de la temporada en el hemisferio Norte es un árbol de plumas blancas diseñado por el florista Kenji Takenaka para el Baccarat Hotel de Nueva York. Aunque no tiene mucho espíritu ecológico, el árbol de casi tres metros de altura fue realizado con mil plumas de avestruz para recrear una instalación etérea en diálogo con el interiorismo de este hospedaje en el que destellan los cristales. La elección de las plumas remite a las estilográficas blancas presentes en las habitaciones y espacios gastronómicos del hotel. En el Anantara New York Palace de Budapest, se asociaron a la firma Swarovski para crear un arbolito resplandeciente e íntegramente realizado con detalles de cristal , convirtiéndolo en el escenario perfecto para selfies navideñas. La alta costura también invade la decoración en el Mandarin Oriental Jumeira, Dubai donde se exhibe un árbol creado por Daniel Roseberry para la Maison Schiaparelli inspirado en la fascinación de Elsa Schiaparelli, su fundadora, por la astronomía. En el lobby destaca una estructura radiante compuesta por 960 varillas metálicas doradas en tres tipos de acabados que reproducen una constelación contemporánea.

La excelencia de la manufactura italiana es el eje temático del árbol del Hotel Rocco Forte, de Villa Igiea, en Palermo, realizado en colaboración con la firma Tagliatore. Adornado con pañuelos de seda, tejidos nobles, elementos de sastrería y textiles que reinterpretan la paleta característica de rojo y blanco de la propiedad, la moda dialoga con el espacio, integrándose con la arquitectura, el azul del Mediterráneo y la luz que envuelve las terrazas del alojamiento.


Una de las obras más llamativas es la del Royal Mansour, en Marruecos, uno de los más lujosos del mundo. La instalación navideña transforma el patio central en un jardín encantado con esculturas luminosas de pájaros, vegetación y composiciones que evocan un ballet aéreo, invitando a los huéspedes a sumergirse en un cuento de hadas. El Ámsterdam, el Conservatorium Hotel, en colaboración con la joyería italiana Pasquale Bruni, presentó un árbol con flores de terciopelo en tonos rojo y rosa suave, detalles dorados, luces centelleantes y dos elegantes cintas en cascada. Cada elemento decorativo evoca los jardines secretos de Milán, transformando el árbol en un símbolo de fuerza femenina y belleza silenciosa a lo de largo de sus 4,5 metros de altura.
Finalmente, en L’Ermitage Beverly Hills, decidieron vestir el árbolito con un toque de alta cosura a través de una colaboración exclusiva con la reconocida diseñadora Vera Wang. El hotel presenta un árbol inspirado en el tema Hearts and Flowers and Bows de la colección 2026 y que destaca en el lobby como una escultura luminosa adornada con cristales, perlas, tules, aplicaciones florales y delicados bordados, coronada por un dramático lazo negro de tafetán. Ubicada junto al vestido que la inspiró, la instalación transforma el arte nupcial en una celebración de la feminidad contemporánea, la textura y la elegancia escultural.
Decoraciones que buscan transformar la instalación del arbolito en una experiencia mágica, como la Navidad.
