Antes de que termine un año con múltiples reconocimientos internacionales a las letras argentinas, hay que sumar a la lista la entrega del Premio Mallarmé, el pasado 18, en París, al poeta Mariano Rolando Andrade (Buenos Aires, 1973) por la traducción al francés de Canciones de los Mares del Sur (Buenos Aires Poetry, 2018) como Chansons des mers du Sud (Éditions L’herbe qui tremble), junto con Christophe Manon (Burdeos, 1971). La edición francesa, de 2024, contó con el apoyo del Centro Nacional del Libro.
Actualmente radicado en Montevideo, el primer argentino en ganar esta distinción también es autor de Los viajes de Rimbaud (1996), Aristas, relatos en los confines de Europa (2021) y Baladas de los Mares del Norte (2023).

El premio -uno de los más prestigiosos de Francia- lo otorga el jurado de veintinueve miembros de la Academia Mallarmé, fundada en 1937 en la capital francesa, y que actualmente preside el poeta Pierre-Sylvestre Clancier.
“Desde 1976, distingue de manera anual a un poeta de habla francesa por un poemario o el conjunto de su obra, y por otro, desde 2022, un poemario en lengua extranjera traducido al francés -dice Andrade a LA NACION-. Chansons des mers du Sud obtuvo el segundo de esos galardones, el Prix Mallarmé étranger de la traduction 2025, compartido entre Manon y yo, ya que se trató de un trabajo conjunto de traducción”.

Ganó el Mallarmé 2025 en lengua francesa el poeta rumano Valeriu Stancu (Iasi, 1950) por su obra L’insomniaque fusil de Rimbaud, publicada por Éditions Phi.
El proceso de selección tuvo varias etapas. “En la primera nómina quedaron seis poemarios de la Argentina, Siria, Irak, México y Grecia. En la segunda, se eligieron tres finalistas: Chansons des mers du Sud; Inflexions de la lumière, de la mexicana Elsa Cross, traducido por Ana Cristina Zúñiga; y Cette feuille est ma patrie, del iraquí Salah Faik, traducido por Saleh Diab”, cuenta el autor. El premio se anunció en julio y se entregó días atrás, en la Maison de Poésie-Fondation Émile Blémont, en París.

“Es un peregrinaje por el océano Pacífico desde Yakarta, Indonesia, hasta las islas Marquesas, en la Polinesia francesa, siguiendo las huellas de Rimbaud, Conrad, Stevenson, Melville, London -dice el autor sobre su obra que en 2023 fue publicada en Italia por Edizioni Joker con el título Canzoni dei Mari del Sud, en traducción de Monica Liberatore, con apoyo del Programa Sur de la Dirección de Cultura de la Cancillería argentina.
“Llegué a París hace veinticinco años con el sueño de escribir y vivir una vida literaria, empujado por Rimbaud y Lautréamont -dijo Andrade al recibir el galardón-. Fue el inicio de una increíble aventura en la que ocurrieron muchas cosas y conocí a mucha gente que me ayudó. Hubo obstáculos, dudas, algún logro, errores y mucho trabajo. Viví en Bruselas, en Nueva York, regresé a Buenos Aires, a París dos veces, y ahora vivo en Montevideo. En ese movimiento casi perpetuo, cargando libros, manuscritos y proyectos de un lado a otro, hubo algo que nunca cambió: la convicción de que mi destino es la literatura. Este premio, que comparto con Christophe Manon, un poeta que admiro enormemente y sin quien esto hubiese sido imposible, corona de cierta forma ese largo viaje que empecé en Argentina con dos valijas y unos pocos conocimientos de la lengua francesa, por la que siento un gran afecto”.
El escritor argentino tradujo dos libros de su traductor, uno en la Argentina y otro en Colombia (Testamento (siguiendo a François Villon) y Al norte del futuro), con un tercero previsto para 2026 en Uruguay. Además, estuvo a cargo de la poesía reunida en tres tomos de Luisa Futoransky, “mi querida maestra”, dice, para la editorial Leviatán.
Un poema de Andrade
El entierro de Stevenson
De pie ante tu tumba blanca,
veo el océano que te trajo
y la jungla que te amparó,
las montañas que quizás
te llevaron a Escocia.
Veo a los jefes samoanos
recibir la noticia
“Ha muerto Tusitala”,
que partió de la casa en Vailima
una noche de diciembre.
De pie ante tu tumba blanca,
comprendo tus dos deseos:
llevar las botas puestas
y ser enterrado
en lo alto del monte Vaea.
Pocos son los papalagi
que han merecido lágrimas
en estas islas y mares
saqueados sin descanso
por las plagas de Occidente.
De pie ante tu tumba blanca,
gran Tusitala del norte,
veo las antorchas y escucho
los brazos de doscientos
surcando la tierra cuesta arriba.
El resto de Samoa se pregunta
“qué desgracia nos ha caído”,
y en la morada de Vailima
alguien prepara tu mortaja
y viste tus pies desnudos.
Llega la temida mañana ya,
tus anfitriones te acompañan
y los más fuertes cargan
el ataúd a lo alto de Vaea,
la cima de la tumba blanca.
Apia, diciembre de 2016
