En el mundo de la ciencia, es habitual que una nueva investigación lleve a replantear certezas que parecían inquebrantables. Así ocurrió, por ejemplo, cuando se descubrió que el cerebro adulto sí puede generar nuevas neuronas. Estos cambios de paradigma no solo modificaron libros académicos, sino también tratamientos médicos y políticas públicas.
En esa misma línea, un caso reciente amenaza con generar un giro radical en el campo de la longevidad. Se trata de una revelación que pone en duda décadas de fascinación popular y científica por las llamadas “zonas azules”, esos puntos geográficos donde, según se afirma, la gente alcanzaba los 100 años con frecuencia inusual. La investigación fue tan provocadora y reveladora que le valió a su autor un premio Ig Nobel, el galardón que distingue estudios que “hacen reír y luego pensar”.
Desde que el investigador Dan Buettner popularizó el concepto en 2005, las “zonas azules” se convirtieron en sinónimo de longevidad saludable. Okinawa (Japón), Cerdeña (Italia), Icaria (Grecia), Nicoya (Costa Rica) y Loma Linda (EE.UU.) pasaron a ser objeto de documentales, libros y planes de salud. Según la narrativa vigente: una dieta basada en plantas, vínculos sociales fuertes, actividad física cotidiana y una actitud positiva ante la vida son los pilares de sus longevos habitantes.
Estas observaciones no quedaron solo en el plano anecdótico. Numerosos expertos en salud pública y envejecimiento las tomaron como guía para diseñar políticas de bienestar a largo plazo. Después de todo, entender cómo viven los centenarios podría ayudar a extender la esperanza de vida en todo el mundo, pero con calidad.
Y es que la promesa de las zonas azules no es menor. En un contexto global atravesado por enfermedades crónicas y una población que envejece, encontrar un modelo de vida que prolongue los años activos y saludables se volvió una prioridad. Por eso, más allá de los libros de autoayuda, estas zonas inspiraron programas comunitarios, estrategias de urbanismo y hasta modificaciones en los comedores escolares. De ahí que cualquier fisura en su base científica merezca una mirada atenta.
Una investigación disruptiva y premiada por hacer pensar
Ese fue, precisamente, el impacto del estudio presentado en septiembre de 2024, cuando los Anales de Investigación Improbable del MIT otorgaron al doctor Saul Justin Newman el primer premio Ig Nobel en Demografía. Su trabajo, aunque aún no pasó por la revisión por pares, ya provocó un profundo sacudón en el campo. Su conclusión es contundente: muchos de los datos sobre longevidad extrema, incluso los de las zonas azules, podrían basarse en errores administrativos, fraudes en pensiones o simples malentendidos, informa el sitio de University College London de donde es el científico.
El doctor Newman, con antecedentes de escepticismo hacia los estudios de longevidad, sostiene que los registros de centenarios y supercentenarios presentan numerosas inconsistencias. Según su análisis, las tasas más altas de longevidad extrema no se vinculan con una vida más saludable, sino con factores como pobreza, falta de certificados de nacimiento y presiones económicas que favorecerían el fraude documental.
Para ilustrar la magnitud del problema, Newman expuso casos llamativos, como el de un hombre con tres fechas de nacimiento distintas en los registros. También señaló que, en varios casos, las personas registradas como centenarias ya habían fallecido, aunque seguían figurando como vivas en los papeles.
Pero su investigación no se detuvo en los registros. Con datos oficiales y encuestas independientes, Newman cuestionó afirmaciones clave sobre la dieta y el estilo de vida en las zonas azules. Un ejemplo revelador es Okinawa: durante años se sostuvo que su longevidad se debía al consumo de batatas y vegetales. Sin embargo, según estadísticas del propio gobierno japonés, los okinawenses figuran entre los que menos verduras y batatas consumen en todo el país, y presentan el índice de masa corporal más elevado de Japón.
Aunque el estudio aún debe atravesar el proceso de revisión científica, sus hallazgos ya generan debate e invitan a la comunidad científica a examinar con mayor rigor las bases que sostienen el mito de las zonas azules. Lejos de invalidar los beneficios de una vida activa y con buenos hábitos, el trabajo de Newman recuerda la importancia de sustentar nuestras creencias en evidencia sólida, y no en relatos encantadores.