El bar más antiguo de Cardales cumplió 100 años y lo festejó todo el pueblo

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“Hace 15 días pensaba en una torta y unas copas. Pero empezó a llamarme gente, se empezó a correr la voz y se armó una bola de nieve”, contó Alfredo Di Yorio, nieto de los fundadores y actual responsable del bar a LA NACION. Lo que iba a ser un brindis íntimo entre amigos y clientes habituales se transformó ayer en una celebración multitudinaria. El Bar Di Yorio cumplió 100 años y Los Cardales, pueblo del partido de Exaltación de la Cruz, lo celebró en la calle.

Un gran número 100 en dorado resaltaba en la esquina del bar. En la entrada, un arco de globos blancos y dorados recibía a quienes se acercaban. De cada luminaria colgaba un cartel conmemorativo. En la vereda de enfrente, un escenario montado especialmente para el festejo apuntaba hacia el local. La música sonaba en vivo, las luces estaban encendidas y la gente se detenía a aplaudir, saludar y tomar fotos.

La familia Di Yorio, frente al histórico bar

El bar fue fundado el 1° de abril de 1925 por Alfino Di Yorio y Juana Basiglio. Hoy, los descendientes de aquellos fundadores siguen al frente del negocio. La quinta generación ya caminaba entre las mesas. Mientras se servían cafés, hamburguesas y tortas, las fotos antiguas, los objetos originales y los relatos orales reconstruían un siglo de historia. El bar que nunca cerró volvió a reunir al pueblo con la misma energía de siempre.

Todavía no había empezado el acto oficial, pero ya sonaba la música y las mesas estaban listas. En el aire se percibía una mezcla de expectativa, emoción y recuerdos. Alfredo Di Yorio, el dueño actual, caminaba entre los invitados con una expresión serena, aunque los ojos le brillaban. “Estoy emocionado. Es raro. Son emociones encontradas, ¿viste? Porque hay muchos que ya no están”, dijo, mientras señalaba la placa tapada que más tarde iba a descubrir el intendente junto a su familia.

El piano, en uno de los rincones del salón

Hace unas semanas, Alfredo pensaba que los 100 años del bar se celebrarían con algo íntimo, familiar, sencillo. Pero la comunidad y las autoridades lo convencieron de lo contrario. “Se magnificó tremendamente. La misma gente te lleva a… Son 100 años, son 100 años. No podés no festejar. Entonces tenés que hacerlo”, contó. Aquel almacén de ramos generales que fundaron sus abuelos, en un terreno frente al tren, se convirtió en un símbolo del pueblo. “Gran parte de la vida del pueblo pasó por este negocio. Es un orgullo. Un archivo viviente”, afirmó.

Un futuro por delante

El bar no solo sigue vivo: está lleno de futuro. “Yo soy tercera generación en el bar. Mis hijos ya trabajan acá, y mi nieta, que tiene cuatro años, es la quinta. Todavía juega, claro, pero ya está caminando entre las mesas”, dijo Alfredo. En sus palabras se mezclaban el orgullo con una conciencia clara del legado. “Cuando nacieron mis hijos pasó lo mismo que conmigo: desde chicos ya ayudaban, cargaban la heladera, sacaban mesas, lavaban vasos. Hoy ya tienen sus tareas, porque esto creció y exige más gente. Pero no perdimos la esencia de lo que es un bar histórico”.

Con la música de fondo y los invitados entrando por la puerta de siempre, Alfredo se permitió una pausa para mirar alrededor. “Si ellos así lo deciden, que siga abierto. Por lo pronto, estamos todos muy enfocados en que esto siga. Compramos el 50% de mi hermano cuando él se retiró, porque si no, podía comprarlo cualquiera. Nos miramos entre todos y dijimos: tenemos que hacerlo”.

“Este lugar cumple 100 años, ¡100 años!”, le dijo un padre a su hijo. El chico, con la cara iluminada por los globos y el sonido de la música en vivo, giró sobre sí mismo y aplaudió sin saber bien por qué. A su lado, una señora ayudaba a bajar del auto a su papá, que tiene 88 años. Caminaban despacio hasta la entrada. “Yo venía con mi papá, me acuerdo del teléfono público que estaba al costado del mostrador. Para llamar a Buenos Aires tenías que pedir la llamada en la ventanilla, esperar a que te avisaran y agarrar ese tubo de madera pesado… Era una ceremonia. Me emociona”, dijo él con la voz entrecortada.

Las mesas dispuestas fuera del bar para el festejo

Alfredo, que caminaba entre las mesas saludando a los vecinos, lo vio desde lejos. Se tomó un segundo, respiró hondo y volvió sobre sus pasos. “Lo que más me emociona hoy es que esto no es solo nuestro, es del pueblo también. Todos tienen una historia acá adentro”, dijo. Y agregó: “Uno organiza todo esto con la cabeza, pero lo termina sintiendo con el corazón”.

La gente se reunía para el festejo. Algunos llegaron por invitación, otros por curiosidad, y muchos por algo más profundo: un lazo familiar, un recuerdo, una costumbre. Alfredo se paró junto a sus hijos y su nieta en la misma entrada de siempre, esa que hace 100 años ya abrían sus abuelos. La cámara capturó el momento: sonrisas, abrazos, generaciones cruzadas frente al cartel que dice “100″. Al costado, dos mujeres se abrazan fuerte. “¡Hace mucho que no te veía!”, se escuchó entre risas. Hay chicos con sandwiches en la mano, señoras con abanicos, hombres de boina y adolescentes con los celulares en lo alto. La historia del bar se volvió presente en cada gesto.

Café, historia y comunidad

La historia del Bar Di Yorio comenzó el 1° de abril de 1925, cuando Alfino Di Yorio y Juana Basiglio compraron el fondo de comercio y la casa familiar en la esquina de Rivadavia y 25 de Mayo. Se mudaron con sus seis hijos, y un año después nació allí su séptimo hijo. Hasta ese momento, vivían en el campo, a cinco kilómetros del pueblo. Ambos tenían 33 años. El negocio había sido construido por la familia Gaddi, y antes de la compra ya funcionaba como restaurante, posada y cancha de pelota paleta.

La placa que conmemora el centenario

Originalmente, ofrecía alojamiento, comida y servicios para quienes llegaban de paso. Contaba con habitaciones, un galpón para guardar los carros y un corral para soltar los animales. Funcionaba como una especie de posta, en una época donde los viajes eran a tracción a sangre y el pueblo estaba rodeado de campo.

En 1921, el lugar fue elegido para instalar el primer teléfono público del pueblo. Era uno de los diez teléfonos que se habilitaron con la creación de la central telefónica, y el bar recibió el número 9. El aparato, con caja de roble y manivela, continúa colgado en la pared original y el número sigue vigente.

La barra del bar

Durante los primeros años, la familia atendió el negocio mientras criaba a sus hijos. Con el tiempo, los hijos mayores comenzaron a colaborar y, décadas más tarde, algunos de ellos se hicieron cargo. A lo largo del siglo, el bar fue atendido por miembros de la familia Di Yorio de manera continua.

En enero de 1952, un vendedor de televisores que se dirigía a Rosario se detuvo en el bar por un desperfecto en su auto. Mientras esperaba, ofreció el aparato y, tras una charla, la familia lo alquiló con un sistema de leasing. Era uno de los primeros siete televisores que habían llegado al país, traídos por Yankelevich para promocionar Canal 7. Desde entonces, el televisor se convirtió en un fenómeno en la zona.

Un rincón con antigüedades

Años después, las habitaciones que funcionaban como posada fueron demolidas para ampliar el salón. En 1962, se incorporó la heladería. Con el tiempo, se sumaron hamburguesas caseras, café de autor, cerveza tirada, y picadas. En el sótano, que originalmente servía para guardar toneles, se construyó una cava refrigerada a la vista del salón, donde se almacenan los barriles que abastecen las diez canillas de chopera.

Los muebles y objetos históricos que forman parte del bar no fueron adquiridos en anticuarios, sino que siempre estuvieron allí. Registradoras de 1908, máquinas de café, utensilios y otros elementos forman parte de la historia familiar y están expuestos en el salón. Las paredes están cubiertas con fotos antiguas del pueblo, incluyendo imágenes centenarias.

Fotos familiares y mucha historia

El bar fue visitado por muchas personas a lo largo de los años. Entre ellas, Juan B. Justo, quien tenía un campo en la zona y fue cliente hasta su muerte en 1928. También pasaron artistas, actores, músicos y políticos, muchos de los cuales fueron anotados por la familia en registros personales.

Hoy, el bar está a cargo de Alfredo Di Yorio, nieto de Alfino, junto con su esposa, sus tres hijos y su nieto pequeño. Cuando uno de los tíos decidió vender su parte, la familia se reorganizó para seguir adelante. Cada uno colabora desde su lugar, incluso quienes tienen otras profesiones. La quinta generación ya está presente y participa del día a día.

Otro de los rincones del bar

Los fines de semana, el lugar recibe un flujo constante de visitantes. Desde temprano, se sirven desayunos, tostados, tortas y jugos. Al mediodía se preparan hamburguesas y por la tarde, merienda. El ritmo cambia según la hora, pero el movimiento se mantiene todo el día. Actualmente, el bar ya no abre trasnoche y cierra más temprano.

Desde su fundación, el bar ha estado presente durante el 90 por ciento de la historia del pueblo y bajo administración familiar durante el 80 por ciento de ese tiempo. Su evolución fue paralela al crecimiento de Los Cardales, y hoy es uno de los pocos comercios que permanece activo desde comienzos del siglo XX. La esquina conserva su estructura, su mobiliario y su memoria, construida entre mostradores, cafés y relatos.

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