La escritora e investigadora de la cultura de Japón Liliana Ponce (Buenos Aires, 1950) no recuerda exactamente cuándo comenzó a escribir poemas. “Sería en la adolescencia -dice a LA NACION-. Y para responder por qué empecé a escribir, contesto como contesté otras veces, citando a Francis Picabia: ‘No sé, ni quiero saberlo’”.
La editorial Emecé acaba de publicar Boomerang Naturae. Poesía reunida (1976-2022), que agrupa sus cinco libros de poemas, dos plaquetas, poemas publicados en compilaciones y revistas, además de varios inéditos. Para los amantes del género, es uno de los libros del año. Cuesta $ 39.900.
“Ni los que vieron la luz enseguida ni los que se conservan en cuadernos de notas o en el océano silenciado de su computadora han estado del todo ajustados a los efectos de un libro ni sometidos a una organización que garantice un peso o una gravitación fulgurante e inmediata en el campo poético de su país -sostiene en el prólogo Valeria Melchiorre, curadora del volumen-. Pero ese tono imprime una determinada coherencia al soplo, al aliento, a la fuerza de la inspiración: Ponce no corrige, solo se deja absorber por un estado y escribe, sin pensar en el destino de ese texto o en su capacidad de incorporarse a un armado mayor”. La poesía de Ponce es, para Melchiorre, “de paisaje y de pasaje”. El texto de contratapa lleva la firma del escritor Julián López que advierte que los poemas sus poemas “respiran con la potencia de la hondura, la seriedad y la belleza de la orfebre concentrada en su tarea”.
Desde hace varios, Ponce, que es la esposa del escritor César Aira e integró círculos de poetas e intelectuales desde su juventud, tiene esclerosis múltiple y su movilidad se ha visto afectada. Vive en el barrio de Flores. “No es ELA; es de la misma familia, pero no es amiotrófica; tengo un tipo que es progresivo y no puedo moverme mucho”, cuenta. Este año se publicó en Estados Unidos Theory of the Voice and Dream (Asterism), la traducción al inglés del maravilloso Teoría de la voz y el sueño, en versión de Michael Martin Shea que también había traducido Fudekara al inglés.
-¿Y podés escribir?
-Escribo siempre a mano, pero me resulta un poco complicado; igual lo hago, pero a veces no me entiendo la letra. Nunca escribo un poemas directamente en la pantalla, jamás. Ahora no lo hago, después veremos. Luego de jubilarme como docente, me levantaba y me iba a un bar una hora y pico a escribir. Ahora no puedo: si voy al bar es para ver a alguien.
-¿El diagnóstico tiene varios años?
-Desde 2016, pero no estaba como estoy ahora. Empecé con problemas en la pierna izquierda. Pasaron miles de episodios, me caía en la calle, en la escuela, una vez con César en París. Como tenía una rodilla mal, lo asociaban con eso, hasta que me derivaron a un neurólogo. Y ahí empezó el proceso: tuve que aceptar la modificación del día a día. Ahora tengo un biorritmo diferente, necesito estar más tiempo recostada en el día, pero como soy medio nocturna, me quedo leyendo o mirando películas. Por suerte no me afecta en lo cognitivo, aunque no quiere decir que no vaya a llegar. Vivo el presente.
-¿Tenés una “dieta cultural” determinada?
-Siempre tuve una rutina. Sigo escribiendo, sigo leyendo, sobre todo después de las cinco de la tarde. A la mañana leo un poco, pero es difícil que escriba porque la esclerosis afecta muchas cosas, entre otras, la vista. Leo a la tarde, cuando estoy sola. Veo películas, series no. Las veo en tramos, más que nada en MUBI o en links que me pasan. Trato de armarme ciclos, como hice después de la muerte de David Lynch, y veo documentales. El cine siempre me gustó, de joven iba a la Lugones a ver todo Bergman, todo Pasolini. Leo varias cosas al mismo tiempo. Ahora estoy leyendo a Osamu Dazai, Diario de viaje por Tsugaru (También el Caracol). Siempre estudié la cultura de Japón, hace poco participé en congresos y soy miembro de la Asociación Latinoamericana de Estudios de Asia y África (Aladaa), gracias a ellos he ido a encuentros en muchos países de América Latina.
-¿Y eso influyó en tu escritura?
-Siempre me preguntan eso. Creo que lo más influyó es la cuestión del budismo, eso de aprender a contemplar, a atender. Justo estoy haciendo un trabajo que me pidió Mónica Sifrim para un libro colectivo de poetas que escriben sobre poetas y elegí a Hugo Padeletti, que tuvo mucha influencia de la espiritualidad budista. En un tiempo él iba mucho a mi casa de Bonorino. Pero en mi caso veo más la influencia de un aprendizaje que está volcado en la escritura más que en la temática del Japón.
-¿Cuánto tiempo llevó preparar la poesía reunida?
-Un año y medio o dos; la propuesta surgió por iniciativa de Mercedes Güiraldes. Primero se hizo un diseño de texto corrido, pero les pedí que fuera un poema por página. Entiendo que el presupuesto es uno para una cosa y otro para otra, pero se solucionó por suerte. El equipo de la editorial, con Ana Ojeda, fue muy bueno. Es muy halagador que haya salido la poesía reunida, pero no estaba en mis planes. Yo escribo y lo dejo, no le doy un valor especial. Valeria Melchiorre, que es amiga y con la que tengo un contacto muy fluido, hizo la selección de los inéditos, y Julián López me escribió muchos mails elogiosos antes de escribir la contratapa; estoy muy agradecida. Tengo muchos más inéditos, pero prácticamente quedó todo lo que le di. Hace poco me propusieron armar otro libro.
-¿Y vas a publicar tus ensayos y conferencias?
-Debería revisarlos. Hay mucho sobre teatro tradicional japonés, sobre teatro noh, kabuki y burnaku. La editora de mi libro Introducción al teatro japonés clásico lo mueve bastante. En los últimos tiempos hice más conexión con literatura contemporánea, como los beatniks y el Japón. Y el año pasado presenté un trabajo sobre la novela María Domecq, de Juan Forn. Me llevan mucho tiempo las ponencias, reunir el material, hay que ser riguroso porque no es cualquier cosa. Todo me entusiasma.
-¿Por qué crees que está tan presente la mitología griega en tu poesía?
-Es una especie de recurso que encontré para ciertos símbolos, ciertos interrogantes. No soy experta para nada, pero a veces recurro. De algún modo me influyó la obra de Anne Carson; ella usa mucho eso, aunque de antes yo hacía alguna referencia o asociación. Gracias a ella, reafirmé ese recurso.
-¿Cómo empieza un poema?
–Sé que el poema siempre surge como una experiencia inefable que no puedo explicar. Algo me debe conmover o tocar, algo que de pronto hace “tac”. No lo razono mucho, yo escribo de un tirón. Si comparo los originales con las versiones finales, no cambian mucho. Así como está va. Si el poema es muy largo tal vez fue escrito en dos o tres días. Todo lo que escribo es experiencia, no es algo ficcional, es algo que me pasó.
-¿Qué tipo de experiencia?
-Puede ser un sueño, como el que aparece en Paseante y huésped sobre mi madre, que fue exactamente tal como lo cuento ahí. Son como ciclos. Tengo un diario inédito de pandemia, sobre todo de sueños, que no es en verso, aunque hay algunos poemas intercalados. Lo recorté a sesenta días; está limpio ya y veré qué hago.
-¿Guardás los manuscritos?
-Sí, no soy ordenada. Mi archivo es una caja llena de cuadernos. No soy ordenada pero sí obsesiva, porque fui correctora muchos años. Generalmente, escribo en cuadernos o libretas. Fudekara estaba escrito en una libretita; volvía de la clase, había tenido una especie de satori y lo escribía. Lo dejé y después lo encontré y se publicó.
-¿Quién es el tú y quién es el yo en tus poemas?
-Es un diálogo, creo. La poesía que fui escribiendo ha ido cambiando mucho. Los primeros libros tenían mucho eje en el lenguaje y luego derivó a una observación más externa, a la naturaleza. Con la misma técnica: no cambié la forma de escribir pero el objeto cambió.
-¿Por qué la poesía sigue convocando a tantos lectores?
-La poesía es un género que puede ser considerado elitista en un punto, pero después, si uno entra en esa lectura, en esos textos, es más fácil de encontrar un contacto íntimo. Y en épocas difíciles, la poesía es, no diría un refugio, pero sí un lugar de contacto profundo que entra como una conexión interior. Ha pasado mucho en las épocas de crisis en el mundo, como el movimiento surrealista que no podés creer las cosas que hacían en medio de la penuria de la época de entreguerras. André Breton pasó las mil y una. Quiero escribir algo sobre una artista surrealista británica que nació en la Argentina, Eileen Agar. Llegó a mí por una autobiografía de Agar que Ernesto Montequín le trajo a César de sus viajes; lo empiezo a hojear y resulta que esta mujer nació en el Palacio Las Lilas, en Flores, donde está el colegio Fernando Fader, donde yo trabajé muchos años y donde estudiaron mis dos hijos.
-¿Tenés muchos amigos escritores?
-Muchos más jóvenes que yo, como Noelia Rivero y Ana Claudia Díaz, y el grupo de mi generación, Mónica Sifrim, Mercedes Roffé, Graciela Perosio y María del Carmen Colombo, que todos los días me manda un mensajito. Somos las del 50. A Irene Gruss la traté, pero no tuvimos mucha intimidad. En los festivales me reencuentro con mucha gente.
-¿Cómo surgió el título del libro, que corresponde a un poema reciente?
-Me propusieron algunos y el más lindo era ese, a pesar de que la naturaleza aparece en la última parte de mi producción. El significado del título es el ida y vuelta de la naturaleza, es un reclamo ecológico. Lo leí cuando vino Cecilia Vicuña al Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires. Nosotras nos conocemos hace muchos años, yo iba a sus lecturas cuando ella vivía en Buenos Aires y fui a la presentación de una película de ella en el Museo Etnográfico.
-¿Escribiste poemas por encargo?
-No, el único que fue escrito por encargo es para la antología Una imagen para decirlo, sobre los “vuelos de la muerte”, que coordinó Mónica Rosenblum para Paisanita. Tardé porque tuve que entrar en el tema. Tenemos un primo hermano que se supone que está desaparecido y el poema se conecta con esa imagen. En el listado de desaparecidos hay un Carlos Ponce, pero no hay una certeza de que sea él.
-En los poemas finales del volumen el contexto social está más presente.
-Puede ser. No soy muy consciente de lo que hago. “Urbs Dixit” fue un collage que escribí a partir de una noticia que leí en Colombia.
-¿Tenés opinión sobre la batalla cultural del Gobierno?
-La opinión que tengo es impublicable. Lo que más me afecta, más allá de la ideología, es la violencia; mis principios no coinciden con eso. Todas las transformaciones tienen que ser hechas con paz, con serenidad, con equilibrio, con diálogo. No rechazo las transformaciones, pero la violencia está en las antípodas de mi forma de pensar. Si hay algo que el budismo enseña y practica, es que no hay que imponer las cosas por la violencia.
-¿Practicás el budismo?
-No, es una cosa casera. Durante casi diez años asistí a las cursos de la Fundación Instituto de Estudios Budistas que dirigían Carmen Dragonetti y Fernando Tola. Eran cursos de filosofía budista, nada confesional pero influyeron mucho. A todos los que asistimos nos afectó. Una vez Osvaldo Baigorria, que iba esporádicamente, escribió un artículo grande en Perfil. También hice muchas lecturas de psicoanálisis, de Jacques Lacan sobre todo, por la cuestión del lenguaje; era una época. Ahí me doy cuenta de la edad que tengo porque son las lecturas que se hacían en los años setenta.
-¿Tenés una década favorita?
-Qué sé yo. Todas las épocas tienen algo, cosas buenas y cosas malas, y en todas aprendí algo. Tuve la suerte de tener padres longevos.
-¿Qué dijo César del libro?
-Le gustó. La foto de la tapa me la sacó él en un bar de Montevideo, en uno de los últimos viajes que hicimos. Ahora viajo mucho con la imaginación. Me hubiera gustado ir a Japón.
-¿Se leen uno al otro antes de publicar?
-Jamás de los jamases. Los libros los conocemos cuando salen. Tenemos vidas independientes, a pesar de que hacemos medio lo mismo. No le puedo seguir mucho el ritmo, pero me encantó En El Pensamiento, es hermosa, tan proustiana. Soy fanática de Proust.
-¿Cuándo se conocieron?
-En la carrera de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde hicimos muchas materias juntos; yo entré en 1968 y cursé hasta 1972; me dieron el título un año después. Éramos muy amigos con él y con Arturo Carrera, en la casa de Arturo se armaban reuniones lindísimas después de las clases de Filología, que eran un plomazo, con gente que tocaba la guitarra. Estuve en Coronel Pringles en la casa de Arturo antes de conocer la casa de César. Nos casamos en 1979.
-¿Tus amigos más cercanos leyeron el libro?
-¡Sí! Lo que más me asombró fue que lo compraron. ¡No lo podía creer!
Un poema de Liliana Ponce
Boomerang Naturae
Ahora que el desierto avanza,
la sequía avanza,
empezaste a recordar el lugar
en que el hilo ovillado
tiene la punta
-la sed impetuosa confía en su fin.
—
En los escombros de los terrones desgranados
lo exuberante es un sueño de afrenta:
talada está la selva para que crezca
necesidad de opulencia
y los otros sean otros
siempre tenaces para atravesar
el destino con sus dientes.