Aventura en 4×4 de la aridez a la yunga, entre pueblitos y paisajes descomunales

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Vicuñas en zona de Quebrada.

Con este aparatito vamos a estar monitoreados en todo momento”, advierte Gustavo Banegas, guía de Sustentravel EVT, cuando dejamos Humahuaca. Y me muestra el spot satelital que lleva en la parte delantera de la camioneta, cuando el reloj marca las 9.45 de la mañana. Hace un rato nos levantó por Espacio Kurmi, las cabañas donde pasamos la noche, a unos minutos del centro de la localidad. “Los omaguacas habitaban esta zona hace 1.500 años”, apunta, mientras nos despedimos de la RN 9 para tomar la RP 73 y que aparezca el ripio. Además de Gustavo, en la camioneta están Estrella –la fotógrafa– y Mónica Oppedisano, una bióloga bien resuelta que se anotó sola para compartir esta travesía con desconocidos.

La serranía del Hornocal es impactante.

Mientras el valle de la prepuna queda atrás, pasamos por el Antigal de Peñas Blancas, un sector arqueológico. “Cuando llueve hay mucho para investigar”, dice Gustavo, nacido en Bahía Blanca y radicado en Jujuy hace más de 20 años. Cuenta que quedan vestigios de aquellos antiguos pobladores que cultivaban, criaban e intercambiaban sus bienes antes de que llegaran los incas, en el siglo XV. Ya nadie se sorprende al encontrar restos de ostras del Pacífico o picos de tucán y maderas de las yungas.

Cuando paramos en el cementerio de Valiazo, me entero de que el 1 y el 2 de noviembre se llena de gente por el Día de los Muertos. Ahora no hay nadie, apenas flores de plástico en las tumbas. Sí aparecen algunas vicuñas, tan esbeltas y simpáticas, siempre en harén y con su macho alfa cerca. Son mucho más estéticas que el guanaco, corpulento y lanudo. Y, más adelante, en el suelo resplandece la yareta, una planta verdosa que, cuando se seca, es un gran combustible y sólo crece a más de 3.800 metros de altura sobre el nivel del mar.

Las curvas del camino obligan a bajar la velocidad.Gustavo Banegas lidera Sustentravel EVT.

Tras el pago de una entrada –módica y para colaborar con las comunidades que tienen el usufructo del lugar–, vemos el Hornocal, un cerro con alrededor de 15 colores: colorados, rosas, amarillos, grises y marrones de mil variantes que se suceden y forman picos, dependiendo de cómo, cuándo y cuánto les dé el sol. Muchos dicen que conviene verlo de mañana, como en este caso. Luce monumental y bellísimo. Dentro de la Quebrada de Humahuaca, declarada Patrimonio de la Humanidad por REla Unesco en 2003, al Hornocal se lo puede apreciar desde el mirador que administra la comunidad originaria del lugar. Está señalizado con carteles y a Gustavo le inquieta que hayan quedado arruinados por los stickers que pegan quienes andan en moto. Otra parada en la ruta es para ver Cianzo desde lo alto. Reconocido en la región por la producción de arvejas, es un paraje minúsculo en medio de un valle y tiene un agente sanitario. Es decir, alguien que brinda asistencia médica primaria, lleva el registro de las necesidades de los vecinos y mucho más. Unos kilómetros más adelante, a 4.200 metros de altura, un cóndor nos lleva a mirar al cielo, pero cuando baja vemos que no está solo, sino con dos, cuatro, seis… y en un momento son nueve ejemplares que van y vuelven.

Caspalá desde el mirador.Los rebozos son parte fundamental de la vestimenta en Caspalá.

Siempre por la RP 73, seguimos subiendo y entramos a la cordillera oriental. Hice este recorrido hace dos años y las nubes quedaban por debajo del auto. Fascinante. Esta vez está despejado y lo que vemos es cornisa, montaña y verde, mucho verde. En las abras (cimas) del camino, la gente de la zona –que no es mucha, pero sí arraigada– deja ofrendas para agradecer y pedir por algo. A veces hay botellas, flores, piedras, alimentos… Hay de todo. Al pasar por abra Blanca, un cartel nos marca los 4.600 metros de altura sobre el nivel del mar. Pasado el mediodía, Gustavo propone almorzar en Laguna Verde, una zona al reparo y muy bonita. El despliegue es bien autóctono, con carne de llama, maíz y pinchos que la noche anterior compró en Aisito, un restaurante de Humahuaca.

El tránsito a las yungas

Tras 130 kilómetros desde Humahuaca, vemos Caspalá desde lo alto. Llegamos a media tarde, cuando al costado de la ruta brotan helechos y bromelias, todo un hallazgo tras horas de sequedad. El pasto está mucho más vivo y tupido. Y, cada tanto, veo flores que nunca había visto. El tránsito de la aridez a la selva fue –sigue siendo– paulatino y muy orgánico. Me asombra no ver caballos por ningún lado.

Caspalá desde el mirador.Caspalá es uno de los pueblos más lindos del norte.

“Hasta hace siete años acá sólo se llegaba caminando”, dice Gustavo sobre Caspalá, que en 2021 fue elegido “uno de los pueblos más lindos del mundo” por una organización internacional. Y nos manda a registrar nuestro nombre, DNI y teléfono en una oficina de turismo. Esta oficina se encuentra en la única esquina destacada de esta localidad, que tiene dos calles principales y un par más que se desprenden de ellas, con subidas y bajadas. La más linda se llama Antiguo Callejón y hace dos años que no es de tierra, sino de cemento y piedra. Entonces aparecen las protagonistas de este valle de altura, las mujeres con vestimenta vallista: pollera, sombrero y rebozo (una especie de mantilla que bordan a mano con motivos florales). Sólo con autorización se dejan fotografiar y hablan poco. La noche es en Pueblo Viejo, el alojamiento de Mónica Calapeña, una señora sonriente y bien dispuesta. Nuestra habitación es sencilla. Algunas tienen baño privado. Para comer nos contentamos con el comedor Camino del Inca, que sirve carne asada y ensalada mixta.

Carolina Corimayo es guía en Caspalá.

A 3.100 metros de altura, Caspalá –con los puestos cercanos– está habitado por 250 personas y rodeado por los ríos Caspalá y Portezuelo. Para ir al mirador Antigüito, sí o sí hay que contactarse con un guía local. Nos asignan a Carolina Corimayo, que nació en Humahuaca, pero vive acá hace diez años. Con rebozo y sombrero, pero con calzas en lugar de falda, me cuenta que aprendió a bordar con Mirta Colque, una capacitadora local. Alegre y dicharachera, Carolina nos marca los pasos por un sendero fácil que termina en un mirador frente al pueblo. Mientras avanza nos muestra los yuyos que suele recolectar y tomar para el dolor de cabeza, como el paico. Aunque aclara que, si no se le pasa, acude a una aspirina.

A casi una hora de Caspalá, Santa Ana es un pueblo encantador con alrededor de 500 habitantes permanentes. Hay un par de alojamientos y tres comedores. La capilla Nuestra Señora de Santa Ana está frente al cementerio. Y hay un local de artesanías muy bonitas y especiales que cierra al mediodía.

Con sombrero y poncho color nogal –así es el jujeño–, Marcos Cruz guía nuestro recorrido, que arranca en la calle Felicidad. “Para la electricidad, tenemos paneles solares desde el año pasado. Antes nos manejábamos con motor a diésel”, aclara este vecino que cuando no recibe turistas trabaja en la construcción y en el campo. Con él hacemos un sendero de 40 minutos por el antiguo Camino del Inca, que aquí tiene un total de 1,8 kilómetros de pirca colocada hace 500 años. Marcos dice que es clave cómo colocaron las piedras: las más grandes en la base y las más chicas arriba. Y aclara que, si bien los incas demarcaron el camino, esta ruta ya era transitada desde mucho antes por culturas preincaicas. “Este sendero sólo se puede hacer con guía”, dice y le apunta a una pareja de porteños que llegó hasta acá y se mandó sola. “Hay muchas vacas sueltas que tienen cuernos y pueden atacar a la gente. No se los cortan por los pumas”, agrega.

La capilla de Santa Ana es de las más bonitas de las yungas.El Camino del Inca con Marcos Cruz como guía.Milpies de aros amarillos en la yunga.

Al final del camino, Gustavo nos espera con el almuerzo. Hay charqui, mote blanco y amarillo y papas andinas para comer con la mano y sin tanta parafernalia, en pos de emular a los antiguos pobladores que iban de aquí para allá con mercancías. Marcos cuenta algo del estómago y juntos nos reímos de que dice “estomágo”, acentuando la a en vez de la o. Gustavo nos explica que en Jujuy suelen cambiar ciertos acentos y, por ejemplo, pronuncian “cienága” en lugar de ciénaga.

Estamos terminando y la niebla cae, inapelable, cuando nuestro guía se ofrece a tocar el erke, un instrumento que carga desde que empezamos a caminar. Comenta que se toca en verano para llamar a la lluvia. Lo toma con las dos manos, lo levanta y sopla, primero más despacio y después más fuerte, mientras percute sobre una caja coplera. Crea y repite lo que crea. La niebla sigue cayendo.

En Caspalá la gente mantiene sus tradiciones.

Selva de altura

En el camino de Santa Ana a San Francisco –que nos lleva cuatro horas–, pasamos por las localidades de Valle Grande y Valle Colorado, que tienen carteles de bienvenida a “las yungas”. Toda esta zona es el portal de la selva de altura que venimos a buscar. De pronto, el escenario vira del verde clásico a uno más bien botella, más oscuro y contundente.

Religiosas de la parroquia de San Francisco.

San Francisco es una localidad de calles de tierra bastante colorada, muchos alisos, queñoas y humedad. Tiene un gran monumento a la Pachamama ubicado junto a una escalinata en lo que vendría a ser el centro del pueblo. Enfrente se encuentra el comedor Cerro Hermoso, donde por la noche comemos milanesas con papas fritas. Dormimos en el hospedaje El Gran Despertar, a unas cuadras de allí.

Tempranito por la mañana nos reunimos en la oficina de turismo para ir a las Termas del Río Jordán, guiadas por Marimar Figueroa. Excursión estrella de las yungas jujeñas, sólo se puede hacer con guía y de junio a noviembre, porque las lluvias desbordan el río, el trayecto se vuelve peligroso y se cortan los caminos. Vestidas en capas, porque por momentos hace mucho calor, con el traje de baño en la mochila y con agua para beber, seguimos por el sendero. No nos separamos de Marimar, que nos marca los pasos por el territorio que habita y maneja la comunidad coya.

Los siete kilómetros de ida incluyen tres en terreno nivelado y cuatro en descenso. Avanzamos entre todo tipo de árboles, como el tala, el timbó, el lapacho rosado, el quebracho y cientos de helechos. Cada tanto, aparecen vacas (sin cuernos) de paisanos; también hay mulitas, tucanes, monos caí y tapires, además de yaguaretés, aunque no vemos ninguno de todos ellos.

Las Termas del río Jordán son un gran atractivo.Conviene llevar el traje de baño en la mochila y cambiarse en algún rincón entre la piedra.

Después de esforzar nuestras rodillas en la bajada, llegamos a los piletones de las termas, donde el agua tiene una temperatura promedio de 30 grados. Nos ponemos el traje de baño en un sector de piedras y nos metemos. El sol nos pega de lleno y no hay nada más agradable que flotar un rato. Momento oceánico del viaje. Acaba de llegar otro grupo de turistas, pero entre ellos y nosotros no somos más de diez en este lugar increíble que bien valió la caminata… Aunque falta la vuelta. Con sacrificio, hacemos los mismos siete kilómetros, ahora en ascenso los cuatro primeros y el último tramo en terreno nivelado. Cansadas, pero dichosas terminamos el día, extasiadas ante tanta naturaleza y con los músculos aún inquietos por la emoción y el esfuerzo.

El camino hasta las Termas del río Jordán dura 7 km de ida y lo mismo de vuelta.Contar con guía y 4 x 4 es de gran ayuda para atravesar los caminos.Yésica Mamaní es guía del Parque Nacional Calilegua.

Desde San Francisco enfilamos hacia el Parque Nacional Calilegua, a 45 minutos. En el monolito que está sobre la RP 83 –la otra ruta fundamental de este viaje–, nos reunimos con Yésica Mamaní para que nos guíe por este parque de 76.387 hectáreas. “Lo lindo de la selva es que podemos convivir con el reino fungi, el animal y el vegetal. Acá conservamos dos monumentos naturales: la taruca y el yaguareté (hay ocho ejemplares en la zona visitable)”, señala.

El monte se deja ver al costado de la RP 83.

Entramos al sendero Bosque del Cielo, que posiblemente sea el más cautivante del parque, y Yésica se define como una apasionada por el monte. Entonces nos muestra un dominguillo, que es muy parecido al arrayán. También vemos un mato, que tiene la hoja más alargada. Y un helecho cola de dragón, que es uno de los 5,3 millones de helechos del mundo. “Desde la era jurásica hay helechos arborescentes que alcanzaban a medir cuatro metros de alto”, cuenta. Y junto a un lapacho amarillo, nos marca las epífitas. Una falsa viuda negra se aparea con otra y escuchamos los coyuyos, esa cigarra tan del norte. También desciframos el sonido de las ranas, grandes biorreguladoras del ambiente. “El tapir es el arquitecto del monte. Come frutas, las digiere, camina, las defeca y va sembrando las especies nativas”, explica. Luego, en respuesta a mi inquietud por las serpientes que me mantienen atenta desde que entramos, añade: “Acá están las tres mortales de nuestro país: cascabel, yarará y coral”.

El sendero Bosque de Cielo es de los más lindos del PN Calilegua.Los helechos son protagonistas en las yungas.

Tras otros 12 kilómetros, en la Mesada de las Colmenas, hay una seccional de guardaparques, con mesas y sombra, para que almorcemos sándwiches. Yésica cuenta que los senderos más visitados son Bosque del Cielo, Seres Fantásticos –con esculturas de metal de la mitología guaraní–, La Junta (sólo para expertos porque es de alta dificultad), El Tapir (reabrió hace poco) y El Tataupá (recibe visitantes después de varios años). Muchos fueron demarcados por los antiguos habitantes antes de la creación del parque en 1979 y cuando no existía la RP 83.

Además, repasamos que en las yungas hay diferentes niveles de vegetación. El primero es la selva pedemontana (400-700 msnm), uno de los ecosistemas más amenazados de la Argentina por el avance de la frontera agrícola; el segundo, la selva montana (700-1.500 msnm), donde llueve muchísimo y hay maroma, laurel, pocoy, tipa blanca y horco molle; el tercero, el bosque montano (1.500-3.000 msnm), con mucho pino del cerro, aliso, nogal, palo yerba y flores de la quebrada; por último, los pastizales de neblina (1.500-3.500 msnm), que están en una zona del parque que no se visita.

Análisis de hongos en el PN Calilegua.

Aprovechamos la tarde para recorrer el sendero Alejo, donde suele haber garrapatas. Entonces Yésica nos pide que metamos las botamangas del pantalón dentro de las medias y nos coloca en zapatillas y tobillos un preparado que obtiene luego de hervir cáscara de naranja y limón. Caminamos un rato y, junto a un árbol de palo blanco, hacemos una ofrenda guaraní con alcohol etílico y hojas de coca. Hablamos de abundancia mientras agradecemos y pedimos por nosotras y nuestros seres queridos. En ese preciso momento una mariposa tronadora gris se detiene, paciente, y se deja fotografiar por Estrella, que no desaprovecha la oportunidad.

Justo cuando nos estábamos yendo, un nido de águila arpía, conocida como “la reina de los cielos”, nos llamó la atención a un lado de la ruta. “Las yungas representan sólo el 2% del territorio nacional, pero preservan más del 60% de la biodiversidad de la Argentina. Eso hace que sean tan especiales”, resume Yésica sobre este rincón de la tierra.

Datos útiles

Sustentravel EVT. Fundada por Gustavo Banegas y Juan Pablo Santos, esta agencia está comprometida con el desarrollo sostenible y la promoción del turismo responsable en Jujuy. Organizan paseos y travesías diversas y muy bien gestionadas. Ambos son grandes conocedores de la zona y sumamente dedicados. Algunas de sus excursiones incluyen: Puna Ruta 40 en 4×4; Salinas Grandes en bicicleta; Valle de la Luna-Cusi Cusi, entre otras. Desde $949.000, el recorrido de Humahuaca a Calilegua de 4 días, con alojamiento y comidas. T: +54 9 (388) 466-0357.

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