Lecturas. Europa, en los laberintos del tecnofeudalismo

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En el inicio de la pandemia de Covid, el filósofo esloveno Slavoj Žižek (Liubliana, 1949) afirmó que el sistema capitalista mundial no saldría vivo de la crisis. “Después, muchos se rieron de mí”, escribe ahora en Demasiado tarde para despertar, su nueva recopilación de ensayos. “El capitalismo no solo contuvo la crisis, sino que la explotó para fortalecerse. Sin embargo, sigo pensando que yo tenía razón. En los últimos años, el capitalismo global ha cambiado tan radicalmente que algunos ya ni siquiera lo llaman capitalismo al nuevo orden emergente, sino tecnofeudalismo corporativo”. Žižek acierta al señalar que el capitalismo neoliberal de hace un lustro ya no existe. Pero el punto es que la versión tecnofeudal del capitalismo actual, donde los mercados y las democracias aceleran sus adaptaciones y ajustes a las necesidades de los “señores” de Silicon Valley, no augura menos desigualdades que antes para los “siervos” en las pantallas. Desde esta perspectiva, La consagración de la autenticidad, el nuevo ensayo del sociólogo francés Gilles Lipovetsky (Millau, 1944), ensambla con claridad una parte sustancial de sus ideas a las de Žižek.

Si las masas proletarias ahora digitalizadas experimentan lo que parece ser un retroceso como un avance, es porque se ha consagrado como núcleo de una cultura del simulacro virtual la ilusión de que, como individuos, siempre podemos “expresar nuestra singularidad gobernándonos a nosotros mismos”, escribe Lipovetsky. A partir de ahí, ya no resulta extraño para casi nadie el catálogo de observaciones críticas sobre el “emprendedurismo”, la “sociedad del rendimiento” y la “estetización del consumo”, entre otros tópicos habituales en una realidad dominada por narcisismos analógicos y algoritmos digitales. Pero ¿exactamente acerca de las realidades de qué mundo en común hablan casi al unísono dos pensadores tan distintos como Žižek y Lipovetsky?

Mientras Žižek analiza el desencanto europeo desde una perspectiva de izquierda, Lipovetsky lo hace desde el liberalismo clásico. Pero ambos coinciden en que Europa atraviesa una crisis de sentido, un fenómeno que Peter Sloterdijk denominó alguna vez “el misterio de las aspiraciones realizadas”. Ahora bien, esto tampoco sería una novedad si los efectos inmediatos del tecnofeudalismo, entendido como un sistema socioeconómico en el que el poder y la riqueza están concentrados en las grandes corporaciones tecnológicas con sede en los Estados Unidos y China, y con modos de dominación inéditos, no hubieran desplazado a Europa a una posición todavía más alejada que antes de las grandes disputas culturales y políticas por el futuro.

Slavoj Zizek

Para Žižek, por ejemplo, ninguna discusión sobre las relaciones entre los espacios públicos y privados adquiere un real sentido si no se circunscribe a las permanentes tensiones geopolíticas (en este caso, tecnológicas) entre Washington y Pekín. Frente a este escenario, incluso la guerra entre Rusia y Ucrania es poco más que un conflicto tangencial sobre el que vuelven a reflejarse poderes con intereses mucho más allá del territorio europeo y su crisis de identidad. “¿No es la tibia respuesta de muchos europeos a la guerra una prueba, precisamente, de que Europa prefiere una idea difusa de los derechos humanos sin compromisos firmes, de que la única ‘ética’ que es capaz de practicar es la ética de la autovictimización, de dudar del propio derecho a actuar?”, se pregunta Žižek en Demasiado tarde para despertar.

Desde una perspectiva ideológica, estas reticencias europeas ante la Rusia de Vladimir Putin se desnudan por los efectos de la (hoy algo alicaída) “cultura woke”, cuya alerta frenética durante la última década en torno a cuestiones exclusivamente simbólicas dirigió las críticas hacia asuntos “descafeinados” como las “prácticas patriarcales”, pero se mantuvo dormida ante controversias estructurales más profundas. En este punto, las miradas de Žižek y Lipovetsky encuentran un objeto de interés común: las paradojas de la “hiperindividualización”.

Para el autor de La era del vacío, la “hiperindividualización” es un estado subjetivo masificado que se deriva de una cultura tecnológica, social y económica que “sobremultiplica e hiperboliza la autenticidad” hasta normalizarla e institucionalizarla. Lipovetsky reconoce en La consagración de la autenticidad que eso no es en sí mismo negativo, y con buenos argumentos defiende el papel emancipatorio del capitalismo de consumo como un instrumento para la “consagración de la libre determinación” del individuo. Sin embargo, también detecta que, lejos de promover una emancipación política, este “derecho a ser sí mismo como sujeto individual” conduce a la victoria de una ideología fuente de cerramiento sobre sí mismo, “una nueva catequesis portadora de oscurantismo y con una definición cada vez más estrecha y restrictiva de sí”. Lo que este proceso destila, finalmente, es lo que Lipovetsky llama una “autenticidad tóxica”, en ocasiones dispuesta a actuar contra los mismos fundamentos liberales que en el pasado le dieron su origen, y que hoy están bajo un severo ataque “populista” que exacerba “pasiones xenófobas, proteccionistas y nacionalistas”.

Gilles Lipovetsky

Aunque Lipovetsky casi nunca extiende el radio de sus observaciones más allá de los centros urbanos de Francia, no es difícil identificar en su caracterización de una “vergüenza de ser víctima que se ha transformado en orgullo identitario” un diagnóstico similar al que Žižek ubica en medio de la catastrófica defensa de Europa “en la presente lucha mundial por la influencia geopolítica”. Aún así, donde Žižek sueña con un “comunismo de guerra” como mecanismo activo de defensa en favor de los bienes “comunes” de la humanidad hoy amenazados por las nuevas reglas del mercado y la democracia, Lipovetsky llama a “deconstruir la fe ciega en las virtudes de la propia autenticidad” como paso inaugural para los retos colectivos de la época.

De una u otra manera, sin embargo, tanto Žižek como Lipovetsky coinciden en una paradoja central: en su intento por reafirmar su identidad, Europa está atrapada en un simulacro donde la autonomía individual es tan celebrada como políticamente estéril, y donde el ideal democrático cede frente a nuevas formas de sometimiento. Ante un tecnofeudalismo que redefine las estructuras de poder y una “autenticidad tóxica” que refuerza el repliegue sobre sí mismo, la identidad europea tambalea entre la inacción y la nostalgia, sin hallar un horizonte que reconcilie su herencia ilustrada del pasado con las alarmas de disolución del presente.

Demasiado tarde para despertar

Por Slavoj Žižek

Anagrama. Trad. Damiá Alou

217 páginas, $ 27.200

La consagración de la autenticidad

Por Gilles Lipovetsky

Anagrama. Trad.: Cristina Zelich

423 páginas, $ 32.000

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