El 16 de agosto, Charles Bukowski cumpliría 105 años. A través de una vida signada por una constante angustia existencial, el escritor mantuvo una batalla prolongada entre el impulso creativo y el consumo de alcohol. En una de sus cartas resumió con crudeza el conflicto permanente que marcó su trayectoria: “Vendí la máquina de escribir para emborracharme y apenas tengo para beber”. Estas palabras reflejan la intensa relación que sostuvo tanto con la literatura como con el alcohol durante más de cuatro décadas.
En 2020, la editorial española Anagrama publicó ‘Relatos y ensayos’ de Charles Bukowski. Según detalló EFE, la obra permite asomarse a la intimidad de un autor que, incluso en la vejez, mantenía intacto el asombro por el acto de escribir.
En una misiva dirigida a su editor y amigo John Martin, cuando ya contaba 71 años, Bukowski admitía: “Tengo la sensación de que soy un escritor en ciernes. El entusiasmo y el asombro siguen intactos. Es una locura maravillosa (…) Sé que escribo mucha basura, pero si me dejo llevar y lo saco todo, disfruto de una libertad que no tiene precio”.
El recorrido epistolar de Bukowski expone una vida marcada por la marginalidad y el desencanto. En 1954, tras una hospitalización en el ala para pobres de un hospital general, escribió un relato sobre la experiencia titulado “Cerveza, vino, vodka, whisky; vino, vino, vino”, que fue rechazado por la revista Accent con el comentario: “… una auténtica sangría. Tal vez algún día el gusto de los lectores se pondrá al día”. Este episodio ilustra la constante tensión entre la necesidad de escribir y la indiferencia del mundo editorial. Bukowski, lejos de rendirse, respondía con ironía: “Ya tengo 34 años. Si no triunfo antes de los 60, me daré un plazo de 10 años”.
La correspondencia reunida revela la complejidad de un autor que nunca se consideró un artista genuino. En una de sus cartas, Bukowski se describe como “una especie de impostor que escribe desde el asco más absoluto”, pero reconoce que la mediocridad ajena lo impulsaba a continuar. Esta autopercepción, lejos de la autocomplacencia, se convierte en motor creativo y en escudo frente a la incomprensión.
Según detallaron los medios, el retrato que emerge de estas cartas es el de un hombre que vivió al margen, tanto en lo personal como en lo literario. Bukowski trabajó en oficios diversos: matadero, fábrica de pienso para perros, banco de sangre, camionero, expedidor, y hasta colgó carteles en el metro de Nueva York, “borracho, saltando por entre los terceros rieles dorados”. Esta acumulación de experiencias alimentó una obra que no se agota en la literatura, sino que se extiende a una actitud vital de desafío y riesgo, visible en su afición a las carreras de caballos y en su resistencia a las etiquetas.
De acuerdo con DW, la música clásica acompañaba su proceso creativo, y la admiración por la magia de las palabras en la página en blanco lo distanciaba de quienes, como Henry Miller, abandonaron la escritura tras alcanzar la fama. Bukowski lo expresaba con claridad: “No hay nada más mágico y hermoso que ver las palabras cobrando vida en la página en blanco”.
El libro dialoga con otros títulos de Bukowski, como El capitán salió a comer los marineros tomaron el barco, un diario de sus últimos años ilustrado por Robert Crumb. En esa etapa, el escritor ya disfrutaba de una vida más acomodada: casa con piscina y jacuzzi, coche caro, nueve gatos y una Macintosh para escribir. A pesar de la bonanza material, el impulso creativo no decayó.
En una de sus anotaciones, según difundió El Mundo, celebraba: “Cuanto más viejo soy más escribo”, y agradecía a Mahler por inspirar una noche de escritura: “¡Sigue dándole, Mahler! Tú has hecho que esta noche sea maravillosa. ¡No pares, hijo de puta! ¡No pares!”.
El epílogo de Abel Debritto, editor y estudioso de Bukowski, lo define como un lobo solitario, convencido de que “el infierno son los otros”, y para quien la escritura era un proceso sin restricciones. Esta independencia se manifestó incluso en sus apariciones públicas, como cuando en 1976, en el programa francés Apostrophes de Bernard Pivot, bebió vino blanco sin reservas ante las cámaras.
La perseverancia de Bukowski se refleja en el hecho de que, tras más de 40 años de intentos, agradeció en una de sus últimas cartas al editor de la revista Poetry por haberlo publicado. La publicación de La enfermedad de escribir por Anagrama confirma que Bukowski ganó la partida a la indiferencia y al olvido, manteniendo hasta el final la fidelidad a sí mismo y a su literatura.