Él no era arquero. Reducirlo a este puesto le parecía un insulto. “Si todos los arqueros son boludos”, repetía, y coincidía con el mandato de Diego Maradona. Hugo Orlando Gatti era jugador de fútbol. El arco, apenas, un punto de lanzamiento. Su influencia no podía estar encorsetada por las líneas del área grande. Y mucho menos, su magia. Revolucionario, irreverente, adelantado y fanfarrón. Todo eso y mucho más. Y genuino. Hugo creía cada cosa que decía. No era una pose, no se estudiaba un guión. No vivía de un relato.
Hasta su mirada más inverosímil era verdad. Su verdad.
Cualquiera podía coincidir y muchos, muchísimos, tomar toda la distancia posible de sus opiniones. Pero Gatti no lo hacía ni para congraciarse con unos ni para enfurecer a otros. En realidad, no le importaba más que ser él. Un auténtico rockstar, convencido de su huella. No buscaba trascender desde el ruido porque él desde hace mucho sabía que ya se había convertido en leyenda.
Tenía un imán, y eso no se compra, no se canjea, no se suplica para recibirlo. No se aprende, no se ensaya. Gatti salía a la calle a pasear su perro por avenida de los Incas, en Palermo, y alteraba el tránsito. Cuando descubrieron su estatua en la Bombonera se paralizó el club. Cuando el diario LA NACION lo entrevistó en diciembre de 2024 en un restaurante de la costanera, Hugo rompió la dinámica del lugar sin moverse de su mesa. Se armó una cola de personas, de distintas generaciones, para sacarse una foto o darle la mano. Jamás perdió esa conexión con el público, aunque algunas declaraciones lo pusieran en el papel del villano.
No fue acomodaticio, no buscó congraciarse con nadie. Nunca le regaló el trono a Lionel Messi, ni siquiera después de Qatar, porque Hugo argumentaba que el crack rosarino no había sido el mejor de todos los tiempos. ¿Lo decía para provocar? No, lo pensaba. Antes estaban Pelé, Maradona, Di Stéfano… y otros. Era el ‘Loco’ Gatti. Él. Nunca una copia. Él con sus formas e ideas. Antojadizas, polémicas y hasta agresivas a veces, sí. No le temía al pelotón de fusilamiento mediático. Sí lo aterraba no ser él.
No era el “Loco” en su Carlos Tejedor natal, era “Chita”, por el chimpancé compañero de Tarzán. Elástico, inquieto, intuitivo. “Me gustaba ser jugador de fútbol. En los entrenamientos yo me paraba en el medio, porque tenías otra visión del juego. Yo no practicaba nunca el arco, yo no hacía arco”, le confesaba hace unos meses a LA NACION. Hugo nunca quiso ser arquero, Hugo no quería aburrirse. Por eso reinventó el puesto, para que nunca se termine la función.