BOLONIA (Enviado especial).- Todo se derrumbó cuando habían pasado tres minutos de la una de la mañana en la ciudad (cuatro horas menos en la Argentina). Unos segundos antes, los hinchas albicelestes, sobre todo el centenar que ocupó las butacas de la tribuna Sur, detrás del banco del capitán Javier Frana, saboreaban una añorada victoria en la Copa Davis, revoleando camisetas y banderas, haciendo sonar bombos y redoblantes. Pero, en una ráfaga, el drama se adueñó de la película. Y todo se desplomó.
Horacio Zeballos y Andrés Molteni, protagonistas del tercer y último punto (el del dobles) ante Alemania, en los cuartos de final del Final 8, no pudieron cerrar ninguno de los tres match points con los que contaron, uno con el saque propio (de Molteni; el punto terminó con una volea del marplatense en la red). Kevin Krawietz y Tim Puetz, una pareja de súper elite, ganadora del Masters de 2024, se vistieron de héroes, imponiéndose por 4-6, 6-4 y 7-6 (12-10), en 2h29m. Lo hicieron, encima, en el quinto punto de partido, con una pelota de Puetz que apenas mordió el fleje. El tenis es hermoso, dice un slogan de la Asociación Argentina de Tenis, pero también puede ser cruel, injusto, conmovedor, verdugo. Los ojos humedecidos que muchos hinchas argentinos tenían por encontrarse tan cerca de las primeras semifinales de la Copa Davis desde 2016, se transformaron en lágrimas de congoja. De bronca.

Cuando Tomás Etcheverry (60° del tour) abrió la espinosa jornada ganando un partido consagratorio, por 7-6 (7-3) y 7-6 (9-7) ante Jan-Lennard Struff (84°), que llegaba envalentonado luego de lograr el Challenger de Lyon en las mismas condiciones de Bolonia (sobre superficie dura, bajo techo), se encendió la llama. Pero después, Alexander Zverev, el número 3 del ranking que regresó a la competencia tras dos años y medio, bajó la espuma y batió a Francisco Cerúndolo, con quien tenía historial en contra (3-1), por 6-4 y 7-6 (7-3). Entonces, todo quedó en manos de Zeballos (el mejor doblista argentino de la historia, sin lugar en el equipo el año pasado) y Molteni, que tuvieron la responsabilidad de buscar la clasificación ante una pareja que, desde 2022, había ganado los siete partidos de la Copa Davis disputados juntos.
La Argentina, un equipo que muestra buena energía interna, con singlistas de la misma generación y doblistas más “veteranos”, estuvo cerca de dar un golpe sobre la mesa, aunque fuera de visitante y en superficie dura. En enero había vencido a Noruega y, en septiembre, a Países Bajos, siempre en el exterior. Aquí, en estas horas, también parecían alinearse los planetas para hacer ruido.

El país anfitrión, bicampeón vigente, este viernes se medirá con Bélgica por las semifinales, pero no tiene a Jannik Sinner ni a Lorenzo Musetti. Carlos Alcaraz, que era la gran figura sin Sinner, se bajó antes del debut, por lesión. Los checos, que se habían clasificado para Bolonia eliminando en septiembre a los Estados Unidos en la Florida y metían miedo por el poder de sus singlistas, ya volaron a Praga. La Argentina parecía estar haciendo un máster en el arte de aprovechar las oportunidades. Etcheverry, que peleó el lugar en el single 2 con Francisco Comesaña y se había ido mascullando bronca del entrenamiento del miércoles al mediodía (perdió ante Cerúndolo, en un ensayo a cara de perro), pudo haber estado 4-1 abajo en el primer set ante Struff, pero el alemán malogró tres chances de quiebre, el platense se hizo sentir y nada lo detuvo hasta el final; su victoria fue un envión. Pero, primero Cerúndolo, y luego Zeballos/Molteni, no pudieron coronar una serie que hubiera colocado al equipo ante España.
La Argentina se marcha de Bolonia mascullando bronca, con el sentimiento de que pudo haber llegado más lejos. Pero el tenis no perdona y unos pocos milímetros pueden alterar la historia. Este domingo, conocerá su rival de los Qualifiers 2026, en el sorteo que se realizará antes de la definición del Final 8 (también se sabrá si jugará de local o, como sucedió este año, deberá viajar de nuevo). Pero para ese compromiso todavía restan casi tres meses; queda lejos en el calendario y en lo emocional. Durante un largo trayecto, el equipo argentino seguirá maldiciendo la oportunidad que no supo -o no pudo- aprovechar.
“Estoy muy caliente, pero prefiero perder así y no 6-2 y 6-2. No nos arrepentimos de nada. Dimos todo, dejamos todo. En todo el partido hubo pequeños detalles que marcaron el resultado, no hubo ningún error garrafal. Luchamos hasta el final, no nos quedamos con nada en el tanque, no se dio por cosas que llevan a este deporte a ser tan único. Me voy con el corazón tranquilo porque lo dimos todo”, lamentó Zeballos.

“Estuvimos muy cerca. Hay centímetros que hacen la diferencia. Nos duele, por supuesto. Fue mi primera experiencia (como capitán) y el primer año fue súper positivo. El proceso tuvo cosas sumamente buenas. Ganamos los primeros objetivos: construir una unión, una fortaleza. No hubo una situación desde Noruega hasta acá en la que tuviéramos que hablar por algo o pedir algo que no haya estado en el lugar adecuado. Fueron unos profesionales inigualables. Sentí que ya habíamos tenido éxito en esta temporada antes de venir acá. Obviamente quería ir más lejos, teníamos equipo, tuvimos nuestras posibilidades, pero el resultado no empaña”, describió Frana. Y añadió: “En breve uno empezará a pensar en lo que viene. Primero hay que cerrar esto que pasó, procesarlo, dejar que las horas acomoden un poco todo. Cuando el nivel de bronca baje empezarán a aparecer todas las cosas buenas”.

La Ensaladera de plata, el bellísimo trofeo de la Copa Davis, con sus actuales tres pisos de madera -con los años se fueron añadiendo escalones para que entraran las placas de los campeones- quedó fulgurando en un rincón del estadio montado en el centro de exposiciones BolognaFiere. Con las tribunas en penumbras, la copa tuvo una luz enfocándola todo el tiempo. Fue imposible no verla resplandecer, atractiva y tantas veces traicionera para el tenis nacional. El objeto más preciado, otra vez, le dio un cachetazo a la ilusión argentina.
