A los 35 años dio un volantazo en su vida y sus joyas recorren las principales galerías de Europa

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Nunca es tarde para volver a empezar. De chica, Lucía Feugas, hoy dedicada a la joyería de autor que lleva su nombre, disfrutaba de todo lo que implicaba hacer cosas con las manos. A los cinco años, su abuela le enseñó a usar la máquina de coser. Ella misma era la que cocía los vestidos para las muñecas, también la que con cualquier material abandonado en la calle encontraba la “inspiración perfecta” para crear el mejor regalo para un ser querido. Tenía ocho años y su pasión estaba clara. Su mejor plan, caminar por la calle y encontrar un manojo de cables de colores que los trabajadores que cambiaban el cableado por fibra óptica habían desechado.

“Tenía necesidad de explorar con las manos”, recuerda Lucía. Pero, por esas vueltas del destino, terminó estudiando psicología motivada por la intriga que le generaba interpretar las psiquis de los personajes de los libros sobre los que profundizaba en las clases de literatura del secundario.

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Apasionada de alma, Lucía todo lo que emprende lo hace con convicción y ganas. “Nunca me cuestioné si quería ser psicóloga pero también hice un proceso de orientación para entender que seguía la carrera por decisión propia y no por mandato”, recuerda la mujer que hasta los 35 fue la mano derecha de su mamá, Ana Feugas en la consultora de RR.HH que lleva su nombre.

Algunas de las piezas son creadas con técnicas que reflejan distintas etapas emocionales

Pero un día, tal vez el menos pensado, su cuerpo puso el límite. Los primeros síntomas fue la angustia que la invadía todos los domingos a las siete de la tarde, después la invadió el desgano, la apatía y la imposibilidad de ignorar lo que su cuerpo hablaba.

Ella desorientada se preguntaba una y otra vez qué le pasaba con un trabajo que la había hecho feliz hasta ahora. Finalmente fue en una sesión de terapia dónde le “bajó la ficha” sobre el origen de tanto malestar e incomodidad. “Tengo que dejar de hacer esto”, se dijo.

De chica Feugas disfrutaba de todo lo que implicaba hacer cosas con las manos

Nunca es tarde

El espacio para cuestionarse el camino elegido fue una de las enseñanzas que también heredó de su mamá, una emprendedora serial que se animó a dar vuelta la página profesional cuando sentía que el rumbo era el equivocado. Lucía empezó a entender que durante años había creído erróneamente que no había otro camino para ella. Hoy está más que convencida que “nunca es tarde para cuestionarse el camino”. La inspiración llegó en el lugar menos pensado: mientras esperaba un turno médico cuando vio la publicidad de un curso de joyería. “Lo más difícil fue tomar la decisión de dejar algo para lo que una es buena pero la realidad es que ser buena no es suficiente”, dispara una frase con la que se siente identificada más de una persona que sueña con volantear su carrera profesional y no se anima.

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“Hay que tener un propósito, no sabía que quería hacer pero así no podía seguir”, recuerda. Los primeros cursos de joyería fueron una excusa perfecta para explorar. Volver a conectar con sus manos, las mismas que en su infancia la habían conectado con una pasión que, durante casi la mitad de la vida, escondió. Corría el año 2016 y se animó a realizar varios cursos de joyería en simultaneo y comenzó a entender que “hacer con las manos” es una forma de expresar algo del mundo interno de cada uno. Así fue como en 2018 tras haber participado de varios concursos y muestras internacionales comenzó a animarse a crear la Joyería de autor que lleva su nombre con un taller ubicado en una de las calles más parisinas de Buenos Aires: Arroyo.

Cada pieza que la emprendedora hace habla del momento personal que está atravesando

Arrancó con su propio taller y lleva más de 5000 piezas únicas moldeadas a mano. De hecho, algunas de ellas lucen en la muestra permanente de Espace Solidor en Cagnes-sur-Mer, un pueblito de ensueño del sur de Francia. También participó de la II Bienal Latinoamericana de joyería contemporánea que se realizó en Argentina en 2018, un espacio donde vale un enfoque más auténtico y en el que se destacó con gargantillas diseñadas con cáscaras de huevo.

La diseñadora trabaja cada pieza a mano, combinando técnicas tradicionales y contemporáneas

La artista reconoce que el camino de la creatividad no es sencillo pero si inspirador. Todo empezó como un juego, un hobby. “Al principio me costaba venderlas porque cada una tiene una historia y un propósito”, relata la mujer que hasta hizo una línea en la que utilizó la técnica milenaria de fundición a la era perdida aplicada a la puntilla del vestido de novia de su madre. Hoy entiende que cada pieza que hace con sus manos habla del momento que atraviesa. Hubo momentos en los que diseñó con alambres más rígidos, otros en las que optaba por diseños más etéreos.

Cada técnica, cada estilo lo llevaba a terapia y siempre encontraba un link con sus emociones. Sin ir más lejos, recuerda que cuando comenzó a producir joyas con cuencos, quedó embarazada de Catalina, una bebé que hace pocos días cumplió ocho meses. Su búsqueda fue un proceso que le llevó más de cinco años con encuentros, desencuentros, frustraciones e ilusiones. “A los pocos días del test positivo me di cuenta que la línea de piezas que estaba tallando era Tauret, el nombre de la diosa egipcia de la fertilidad”, relata con emoción. También recuerda, momentos más oscuros en los que se encontraba haciendo joyas con nudos. “Eran tiempos de confusión en los que el desgaste emocional me llevaba a querer trabajar con fuego”, recuerda. Paradójicamente cuando nació Catalina optó por las líneas más suaves que comunican ternura.

Durante la charla que trasciende la historia de un proyecto de negocio, Lucía se abre aún más y se anima a la imperfección. “En la joyería de autor, la imperfección en cada pieza es lo que que, en definitiva, la termina haciendo única. Las imperfecciones es una evidencia que fue hecho a mano”, reflexiona y lo linkea con la autenticidad. “Lo autenticidad permite el error y valorar la imperfección”, cierra su historia inspiradora confesando que las mejores ideas de piezas surgen en la ducha o trabajando. En ese momento, el golpeteo del martillo sobre el metal se convierten en un mantra, un espacio de meditación en el que surgen las piezas menos pensadas: diseños vivos que cambian de color con el tiempo, que nunca terminan de descubrirse talladas al detalle en su taller de Recoleta. Un oasis a pasos de la avenida nueve de julio donde la paciencia, la conexión y la pasión por hacer reflejan que siempre, el secreto está en las ganas.

“En la joyería de autor, la imperfección en cada pieza es lo que que, en definitiva, la termina haciendo única

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